Iniciativa de Judaísmo Laico - Comunidad Virtual Humanista

¿Jérem / Anatema como herramienta de imposición doctrinaria?

El 24 de noviembre de 1632 nació en Ámsterdam Baruj (Benedicto / Bento) Spinoza, hijo de criptojudíos que huyeron de Portugal a los Países Bajos, donde retornaron al judaísmo. La comunidad judía en Ámsterdam gozaba de libertad de culto y el gobierno de la ciudad permitía a los criptojudíos que huían de Portugal o España retornar al judaísmo.
Por Rab. Dr. Efraim Zadoff

La comunidad judía desarrolló una estructura que en uno de sus focos estaba el Talmud Torá, una escuela para niños en la que se enseñaba hebreo y la Biblia. Baruj se destacó en sus estudios en esta escuela, tanto por sus conocimientos del hebreo como por su agudeza de pensamiento al analizar los textos bíblicos de un modo crítico, comparando lo escrito en sus diferentes pasajes. Además estudió latín y griego, y adquirió conocimientos matemáticos y de física que le sirvieron en su trabajo de pulido de lentes para diversos usos, entre ellos de telescopios.
Estos conocimientos, especialmente los matemáticos, lo condujeron a analizar la realidad con herramientas científicas y plantear sus reflexiones de tal modo que respondieran a una estructura matemática. Es decir, su análisis de la realidad se basaba en una lógica racionalista que no aceptaba afirmaciones no racionales.
Su lectura de los libros de la Biblia hebrea, de rechazo a lo planteado en la Mishná que el Pentateuco había sido redactado por Moisés, y su afirmación que todos estos libros eran una literatura de valor histórico, que había sido redactada por diferentes autores en diversas épocas, posteriores a los hechos descriptos en la misma, fue una de las afirmaciones que los líderes comunitarios, los miembros del «Maamad», no estuvieron dispuestos a aceptar. Otra de sus afirmaciones, que podían poner en peligro su vida ya que desafiaba también a las iglesias cristianas, era que Dios como personaje trascendente infinito y todopoderoso que determina los acontecimientos en el mundo, era un concepto filosófico, que Spinoza identificaba con la Naturaleza. Al igual que esta misma, también esta fuerza superior se regía por leyes estrictas y definidas que nadie podía modificar.
Ante la negativa de Spinoza de retractarse de sus afirmaciones, los dirigentes comunitarios impusieron el 27 de julio de 1656 (6 de Av 5416) a Baruj Spinoza, de 24 años, el anatema o jérem. En una realidad social en la que el individuo podía vivir, y tal vez sobrevivir, sólo si contaba con el apoyo y la asistencia de su grupo social/cultural/étnico, este castigo era sumamente duro y muy infrecuente su aplicación. El texto imponía, después de desearle todas las maldiciones posibles, que: «… nadie puede comunicarse con él en forma oral o por escrito, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a menos de cuatro varas, que nadie lea ningún texto o escrito por él.»
En realidad, unas décadas antes de estos hechos, la comunidad de Ámsterdam luchó contra otro «heterodoxo», que al igual que Spinoza, puso en duda el origen divino de la Torá – el Pentateuco. Se trataba de Uriel da Costa (1590-1640), criptojudío nacido en Oporto, Portugal, que en base a sus estudios de la Biblia decidió retornar al judaísmo para lo que huyó con su familia a Ámsterdam. Allí hizo públicas sus reflexiones en contra de la idea de la inmortalidad del alma y otras doctrinas rabínicas. En consecuencia la dirigencia comunitaria le impuso el jérem y ordenó quemar sus escritos. Da Costa pasó cerca de diez años fuera de Ámsterdam y al regresar decidió reconciliarse con la comunidad y arrepentirse públicamente de sus afirmaciones. Sin embargo, retornó a hacer públicas sus objeciones a los fundamentos rabínicos y expuso que los escritos bíblicos no procedían de fuente divina sino que eran creaciones literarias de seres humanos. Nuevamente fue castigado con el jérem por siete años.
Tras haber solicitado reconciliarse con la comunidad, fue sorprendido convenciendo a dos cristianos que no se conviertieran al judaísmo y nuevamente le impusieron castigos y también humillación pública, tras lo cual se suicidó dejando un texto autobiográfico en el que presentaba los hechos que lo llevaron a esta terrible decisión.
La diferencia esencial entre Da Costa y Spinoza era que el segundo, una vez excluido, decidió vivir totalmente alejado de la comunidad judía, no sin ser consciente del peligro que implicaba la publicación de sus ideas, por las consecuencias que podían acarrear por parte de la comunidad judía y también por la reacción de las autoridades no judías. Por esta razón imprimió su libro Tratado teológico político bajo el nombre de una inexistente editorial en Hamburgo y en el anonimato. Las consecuencias no se hicieron esperar y su libro fue incluído en la lista de lecturas prohibidas por las Iglesias.
Esta actitud de permitir o prohibir la expresión de ideas es conocida en las culturas cristianas. No es novedad que la Iglesia Católica revisaba los libros a publicarse en sus áreas de influencia. También es conocida la Inquisición cuyo rol era salvaguardar la pureza de las creencias de sus feligreses y castigar a los heterodoxos.
Lo que tal vez puede sorprender es que esta actitud restrictiva en la expresión de ideas y pensamientos está también arraigada en la tradición de la cultura judía. El primer caso que se nos presenta es quizás, el de Rabí Elisha ben Avuia, comtemporáneo del más conocido Rabí Akiva ben Iosef. Ambos son mencionados en el Talmud como los insignes mentores del prominente sabio Rabí Meir. De acuerdo a lo relatado en el Talmud, Rabí Elisha abandonó la creencia en la Torá como expresión divina y el cumplimiento de los preceptos, y adoptó creencias foráneas – probablemente epicúreas-. Los redactores del Talmud aplicaron la censura a sus escritos y en los casos en los que debían mencionarlo, generalmente para criticarlo, utilizaron el concepto «ajer» – el otro.
A lo largo de la historia judía hubo casos de duros debates ideológicos que la falta de aceptación de la diversidad de ideas, tuvo trágicas consecuencias. Por ejemplo, la escisión en el siglo VIII entre judíos rabínicos y judíos karaítas; o la quema del libro Moré Nevujim (Guía de los Perplejos) del RAMBAM – Maimónides, en 1233 en Montpellier, por pedido de rabinos que se oponían a sus escritos.
También en el presente somos testigos de la falta de aceptación por parte de algunos sectores en el judaísmo que adoptan una posición antiliberal y se autoatribuyen una pseudoautenticidad en la interpretación de la cultura judía.
Esta situación se torna más insostenible aún en el lugar donde el pueblo judío ejerce su soberanía – el Estado de Israel. La razón es que estos sectores antiliberales mencionados, recibieron del gobierno israelí el monopolio de la administración de todos los aspectos que tengan que ver con la vida judía y con la vida civil de los ciudadanos judíos. Son conocidos los debates y las discusiones que hay en torno al reconocimiento formal de las denominaciones religiosas liberales: conservadores, reformistas y reconstruccionistas, y de las perspectivas laicas humanistas del judaísmo, a efectos de la distribución de subsidios estatales, derechos de presencia y desarrollo de actividades en lugares públicos y en los siete días de la semana, y en ceremonias de vida: casamientos,entierros y la incorporación al pueblo judío.
A mí parecer esta situación de discriminación de las corrientes liberales judías cambiará en un futuro y este monopolio de la corriente más conservadora y antiliberal dentro del pueblo judío en Israel, llegará a su fin.
Una de las situaciones más lamentables, es la que este monopolio causó a uno de los colectivos judíos que se incorporó masivamente al Estado de Israel en las últimas décadas: las comunidades judías Beta Israel de Etiopía. Cuando esta colectividad respondió al llamado sionista de reunirse con el resto del pueblo judío en su patria ancestral, el estáblishment rabínico ortodoxo aceptó a regañadientes el veredicto del Gran Rabino sefaradí Ovadia Iosef, que los reconoció como judíos.
La tradición judía milenaria que estas comunidades traían consigo se remontaban a las tradiciones bíblicas anteriores a las modificaciones introducidas por el judaísmo rabínico en la época posterior a la destrucción del Segundo Templo (a partir del siglo I e.c.) y que constan en la Mishná y el Talmud. En consecuencia, y al no estar de acuerdo la tradición de Beta Israel con la Halajá, el estáblishment rabínico en Israel les impuso varias condiciones, ofensivas, para aceptarlos en el seno del pueblo judío: de algunos sectores exigieron conversión y de todos demandaron que abandonen sus tradiciones ancestrales, que los mantuvieron como judíos durante dos milenios. Así es como los obligaron a adoptar un régimen de vida religioso ortodoxo de acuerdo a la Halajá – Ley rabínica. A esto se agregó la demanda de que los niños sean enviados a colegios religiosos, en vez de que haya una libre elección de los padres, tal como ocurre en la sociedad israelí en general. Estas demandas fueron una afrenta a su orgullo judío y a su sentimiento de seguridad. Internamente se sintieron despreciados a pesar de los tremendos sacrificios que hicieron en su camino a la tierra anhelada.

En este día en el que celebramos el 385 aniversario del nacimiento de un intelectual judío brillante que no se dejó atemorizar por un liderazgo que detentaba el monoplio sobre las «verdades judías» y no estuvo dispuesto a silenciar su verdad, es que los rabinos laico humanistas israelíes y de todo el mundo, hacemos un llamamiento para que se respete el pluralismo en las percepciones e interpretaciones de la tradición cultural judía.

Llegó el momento de respetar los diversos matices en el pueblo judío. Nuestra fuerza reside en la comprensión de la necesidad actual de una actitud pluralista. El lema que debe marcar nuestro camino y el de todos los judíos que respetan a su prójimo es Unidad sin Uniformidad.