Elecciones 2015

La sombra de Wadi Salib

En tanto desafío que excede a la actual contienda electoral, las elecciones que van a conformar la vigésima Knesset vuelven a reflejar el trasfondo que dio pie a los enfrentamientos de Wadi Salib en 1959 y el triunfo del Likud en 1977. Herzog, actual candidato laborista, tal vez logre un giro a su favor en la contienda electoral frente al nuevo populismo encarnado por Netanyahu, que sintetiza el neoliberalismo con una retórica que apela a las frustraciones de las clases golpeadas por su propia gestión gubernamental.
Por Moshé Rozén, desde Nir-Itzjak, Israel

En julio de 1959 se produjo, en Wadi Salib, en la ciudad de Haifa, una serie de violentos  enfrentamientos entre los vecinos –ciudadanos judíos, oriundos en su mayoría de países árabes- y efectivos policiales que hirieron de muerte a Jacob Alkarif, quien presuntamente, actuó –en estado de ebriedad- como instigador de disturbios.
El hecho desencadenó una fuerte y masiva reacción: los jóvenes de Wadi Salib convocaron al resto de comunidades de olim (nuevos inmigrantes) de orígen  «oriental» (afroasiático) a plegarse a huelgas y marchas de protesta que atravesaron la ciudad portuaria, capital de la zona norte del país.
En el transcurso de dichas manifestaciones se registraron serios daños en locales de la Histadrut (Central Obrera) y de Mapai (Partido Laborista), gobernante en aquel entonces). El conflicto de Wadi Salib hizo emerger, de modo tal vez dramático pero transparente, las grietas étnicas y clasistas entre el núcleo hegemónico y fundacional del Estado de Israel, del tronco sionista socialista europeo y, en la vereda de enfrente, los pobladores de aquella barriada, que provenían de otro universo conceptual, habituados a un sistema tribal-patriarcal, nutrido en una tradición eminente religiosa; gente que se vio empujada  a asumir su integración a una sociedad muy distinta, carentes de recursos para acceder a vivienda digna y trabajo consistente.
La trágica paradoja reside en la recíproca enajenación entre el socialismo sionista -que se veía como representativo de las ideas de progreso y justicia social- y los estratos rezagados de la sociedad concreta, lejanos económica, cultural y politicamente del discurso de aquel liderazgo laborista.
En mayo de 1977 los componentes religiosos, étnicos y clasistas de aquella alienación cobraron expresión electoral: por vez primera en la historia, la centro-derecha, consolidada en torno al sionismo revisionista, desplazó al laborismo israelí del control gubernamental.
Menajem Beguin logró identificarse con la brecha sectorial y conducir un discurso alternativo.
Desde los comicios de 1977 para la novena gestión parlamentaria hasta la actual confrontación electoral en vistas a la vigésima Knesset, se cristalizó, con varios intervalos e intentos de coalición, como el polo opositor al modelo laborista: el Likud de Netanyahu institucionalizó la orientación neo-populista en Israel.
Este nuevo populismo sintetiza políticas socio-económicas declaradamente neoliberales con una retórica que pretende interpretar las frustraciones de las clases golpeadas por su propia gestión gubernamental. Uno de los ingredientes del discurso neopopulista –operado por el primer ministro Netanyahu- consiste en dibujarse como el «no-poder»: son otros los que dominan y en conjunto conspiran contra el gobierno impidiendo su gestión; Netanyahu se focalizó ultimamente en el diario «Yediot Ajronot» –que, como se sabe, no fue ni es vocero de ninguna izquierda- como autor de esa campaña de oposición.
Toda voz de crítica al gobierno del Likud y sus socios ortodoxos y nacionalistas es catalogada como parte de un complot. En realidad, Netanyahu no confía en ningún socio (por eso disolvió la reciente coalición) y en ningún partido, ni mucho menos de su propio Likud.
El primer ministro cristalizó un molde personalista y autoritario, en el cual las instancias ejecutivas se anteponen a las leigslativas y judiciales. Como –obviamente- este centralismo despierta voces de crítica y oposición, Netanyahu tiene su propio diario, pero –esencialmente- en esta modalidad neopopulista, las redes sociales virtuales le posibitan al premier un cómodo ámbito propagandístico.
Probablemente el actual candidato laborista, Herzog, logre un giro de los votantes a su favor. Aún así, el trasfondo social y cultural, ejemplificado por los sucesos de Wadi Salib en 1959 y los comicios de 1977, persiste como un desafío histórico cuyos ribetes exceden el margen electoral.