100 años del movimiento juvenil sionista socialista

Del ‘no-pasaje’ por Hashomer y el sionismo socialista del javer Shlomo Slutzky

Cuando los organizadores de la celebración argentina del centenario de Hashomer Hatzair en Plaza Almagro se enteraron que el veterano periodista de Nueva Sión estaba en Buenos Aires filmando un documental, le pidieron al shomer de los vertiginosos años setenta, el mismo que emigró a Israel en abril del ’76, a tres semanas del golpe, que le cuente al público qué significó para él el paso en aquel momento por Hashomer y las organizaciones ligadas a la izquierda judía y humanista.

Por Shlomo Slutzky

La pregunta que me plantearon los organizadores fue: ¿qué significó para mí pasar por el sionismo socialista, abrazar aquellas banderas que en los ‘70 abrazábamos miles de jóvenes en Argentina, miles que pretendíamos participar en la revolución mundial, a través de la participación activa en la revolución social, desde un Israel que viva en justicia y paz con sus vecinos?

Qué significó el «pasaje» me preguntan, pero en lo que a mí se refiere, lo que no recuerdo es el momento en que abandoné la organización a la que me incorporé formalmente a fines del 72′.

Sí recuerdo el momento en el que me integré al movimiento. En él encontré integrados a los ideales humanistas con los que me sentía naturalmente identificado: «Cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades», como decía Carlitos, un ideal llevado a su expresión política en la lucha por el socialismo en lo universal, y el sionismo, como el camino de los judíos a marchar por esta senda universal.

Como muchos otros, nunca puse un punto y aparte a estos ideales de la juventud.

Nunca los abandoné, por lo que no puedo hablar del «pasaje» sino sobre lo que me influye hasta hoy el haber entrado en la puerta de aquella de la sede de Cesar Díaz como «Jóven Guardián» (Shomer Tzair») y verme aún hoy, cuarenta años después, como «Guardián». No tan joven, pero no menos firme.

Me siento «Guardián» cuando salgo -en Tel Aviv o Hebrón- a una manifestación por la paz israelo-palestina que aún se retrasa.
Cuando protesto contra leyes fascistoides del gobierno de la derecha israelí, me siento guardián.
Cuando trato de educar con el ejemplo y tengo la suerte de tener dos hijos que la rebeldía generacional no le sale por el lado de la oposición a los ideales de paz y justicia social que sostienen sus padres. Ahí me siento guardián.
Cuando festejamos con mi mujer –israelí, pero buena gente- 31 años de habernos conocido activando en el movimiento «Paz Ahora» (Aunque paz, por ahora no hay), entonces, me siento guardián.
Lo siento cuando sé que si fue necesario estuve dispuesto a pagar con prisión el no doblegar mis principios.

Y me sentí guardián compartiendo la alegría de participar en el levantamiento social de julio-agosto del 2011 en Israel, teniendo yo –como periodista y documentalista- el privilegio de poder contarle al mundo que esta movida es la mejor propaganda «sionista» que puede Israel exportar.

Y me siento «Guardián» (Shomer), sabiendo que cuando Dafni Liff, la joven e inexperta líder del movimiento social que barriera las calles de Israel dos años atrás, cuando ella dice que encontró por fin su casa, sé que ella no se refiere al departamento en alquiler que sigue costándole un ojo de la cara, y no se refiere al inmueble al que ningún joven israelí puede llegar hoy sin mucha ayuda de los padres, y muchos padres no pueden.
Como guardián que soy, sé que cuando Dafni Liff dice que encontró su casa, ella se refiere a que la encontró en la gente que salió a manifestar, en el movimiento que le da esperanza, que nos da esperanza a muchos.

Y me siento aún «Joven guardián», cuando soy fiel a los ideales del pasado y fiel también a tantos miles de compañeros que eligieron en los setenta el camino de la lucha en la Argentina, pagando muchos de ellos un alto precio por su decisión de implementar a su manera los ideales de judaísmo bien entendido, aquel mamaron en la escuela judía y en los movimientos sionistas socialistas.

Ni ellos ni yo pusimos un punto final a nuestros ideales de juventud. Así que no puedo hablar sobre «pasaje», sino sobre un presente que deviene de un pasado, un pasado que fue nunca por nosotros, pisado.

Con estas palabras de Alfredo Zaiat y mías abrimos los festejos del centenario de Hashomer Hatzair y las organizaciones allegadas en Argentina. Y luego vivimos encuentros, nostalgia y remembranza.

Pero yo estuve en Plaza Almagro más por el futuro que por el pasado. Más por el “a dónde vamos” que por el “de dónde venimos”.
Más preocupado por el destino de nuestros principios de judaísmo plural y humanista, de solidaridad y ejemplo personal que por la camisa azul o Hashomer vs. Baderech.

Lo hice para convocar a una identificación solidaria con los movimientos que luchan en Israel por la paz israelí-palestina y la justicia social, y para que no surja automática e instintivamente apoyo a cada paso del gobierno israelí de turno, ya sea un paso acertado, ya sea claramente errado.

Invité a participar de la celebración del centenario de Hashomer, también, porque desde Israel en la que vivo y activo desde 1976, los necesitamos.
Los precisamos activos, con opinión propia, abiertos a ideas y públicos que ciertas autoridades comunitarias e israelíes prefieren dejar afuera, dejando de lado el pluralismo que caracteriza al judaísmo y al sionismo.
Invité a estar presentes porque elegimos caminos diferentes, o el destino nos llevó por ellos, pero lo que nos une es mucho mayor a lo que nos separa.

Y porque si no hay hoy un marco adecuado, una institución, un lugar del que sentirnos parte integral, el marco –como el camino- se hace al andar. Y si algo aprendimos en el movimiento juvenil, es que juntos, juntos somos más.