Encuentro con Diana Wassner

Diálogos entre la desilusión y la militancia

La Secretaria General de Memoria Activa es una de esas personas para las que todos los días es 18, y aún sigue esperando poder despedirse de AMIA, una causa que estuvo siempre rodeada de traidores y cobardes. En esta sentida y vívida entrevista con Diana Wassner, Nueva Sión procuró indagar el doloroso misterio de cómo se hace para convertir el sufrimiento en militancia, cómo hacer un duelo cuando hay culpables que no tienen justicia. También de la desilusión, tras 18 años sin mucho más futuro que un expediente sin novedades. Una desilusión que, naturalmente, persiste incluso con la posibilidad de que Irán proponga un cambio de panorama. Ya que, del atentado “sólo se podrá saber la verdad el día que algún arrepentido hable”.
Por EM

Seguros. Llaves. Balizas. Billetera, campera, el cuaderno, la birome. Está todo. Olvido poner el freno de mano y toco apenas el auto de atrás. Puteo al aire. Una vez más, llegaba tarde.
Era la primera vez que hacía una entrevista y los nervios me acompañaban. En el viaje, al margen del estrés propio de la tardanza, fantaseaba con cómo sería viajar hacia una nota. Qué percibía, qué pensaba. Qué música me iba a acompañar. De modo que llegué a casa de la entrevistada aún con mis imaginaciones y sin la posibilidad de pensar en cosas verdaderas. Las películas han creado este sistema de pensamiento donde nuestra vida está musicalizada por canciones que sólo escuchamos quienes las vemos. Aquellos que hacen la escena, que la crean, ni se inmutan. Será por eso que es tan difícil ser parte de la escena y tratar de componer todo hacia afuera, de crear una imagen que sólo apreciaría un espectador.
Toqué timbre y subí. Ya conocía a la entrevistada, por lo que no tuve que hacer un saludo incómodo ni excusas arduas. Apenas un comentario sobre el tránsito y ya estaba sentado, preparándome para empezar. Dispuse mis cosas y me preparé para grabar la charla. En algún momento iba a empezar con las preguntas. Diana Wassner, Secretaria General de Memoria Activa, me esperaba.
Me resultaba pesada la situación. Yo conocía a Diana pero nunca había tenido una conversación a solas con ella, sobre la AMIA. En las épocas en que yo había sido parte de Memoria Activa, recuerdo que ella solía traer temas nuevos por lo que se producían eventuales intercambios. Pero siempre mediados por la mesa, por el resto. Aquí éramos ella y yo, sin más. Sin distancia, sin posibilidad de mirar a otro lado, distraerme o apartarme si algo me incomodaba. El otro siempre me resultó terriblemente desconocido. No creo en aquello de “ponerse en el lugar del otro” ni de “tratar de entenderlo”. No hay nada que entender. Uno vive experiencias particulares pero, por sobre todo, únicas e individuales; separadas. Inclusive pudiendo compartir ese evento con otra gente, aquello que le pasa a uno por la cabeza, aquello que le destroza las entrañas, que le mueve lo más profundo, esa sensación es única y personal. Y no hay manera de transmitirla ni mucho menos, de ser comprendida y compartida por el Otro.

El atentado a la AMIA siempre me ha parecido un creador de símbolos. Un atentado rodeado por lo peor y lo mejor de las personas. Desde la propia perseverancia de alguien que sólo lucha por el hecho de tener razón hasta la oscuridad más profunda: la de la impunidad. El hombre que no dice la verdad puede ser un cobarde. El hombre que la oculta es un traidor. Y la AMIA estuvo siempre rodeada de traidores y cobardes. De algunos otros que se convencían de lo que hacían, pero son los primeros dos grupos los que llevaron la causa al estado en que se encuentra en nuestros días.
El atentado es una historia en sí misma. Y, como toda historia, tiene sus personajes. Es extraño pensar cómo aquello que vivimos día a día se convierte en un hecho capaz de ser relatado. Con actores que se dividen espacios. Con maneras. Con buenos y malos.

Memoria Activa apareció con un grupo de profesionales que temían de la AMIA lo mismo que el atentado a la embajada: la impunidad total. Y de entre tantos símbolos de un atentado que simboliza en sí mismo, las primeras apariciones de Memoria en la plaza frente a los juzgados federales fue en silencio. Pocas cosas impactan y nos incomodan más que el silencio. Estamos completamente acostumbrados al ruido, a que nos moleste o nos agrade, nos griten, nos critiquen o nos hagan sentir felices. Pero siempre hablando. Qué imagen terrible la de un grupo de personas paradas en silencio frente a nosotros. Frente a nuestro deber. Es duro imaginar que alguien puede llegar a su trabajo día a día y tener a una persona parada de frente, en silencio. Ni hablar de un grupo.
Y entonces me pregunto cómo se hace para convertir el dolor en militancia. Cómo una muerte trae como consecuencia un pedido de justicia. Y se lo pregunto a Diana. Y la miro a los ojos, tratando de comprender. Me es inevitable. Aunque no lo vaya a entender, quiero ver algo más porque sé que en esta respuesta las cosas que se mezclan son muchas y ya no una Corte, ya no el expediente ni los viajes a Washington. Se mezcla la vida. Y se mezcla la interrupción. La vida, como la música, siempre que se interrumpe nos agarra por sorpresa. Y en algún lugar, el silencio nos duele. Y Diana lo nombra a Andrés y nombra a la Justicia en una misma frase. Si bien 18 años son tiempo suficiente para racionalizar el dolor, está claro que sus ojos, su mirada, su forma de hablar, se transforma a la hora de acompañar la memoria. La justicia por Andrés Malamud ya no es más únicamente un pedido actual, es una caricia al pasado; es una sonrisa que vuelve, es algo que nos atraviesa. Y me duele el alma saber que hay algo del Otro que yo no percibo, que yo no siento. Pero que sucede. Y, entonces, hago lo único que sé hacer: trasladar. Y transformo ese dolor ajeno, en dolor propio, con lo que me pasa. Con lo que me pasó.

Es difícil poder hacer un duelo cuando hay culpables que no tienen justicia, me dice Diana. Y vuelvo en mis pensamientos a la causa, a Memoria Activa. A 18 años de familiares que sólo buscan algo que se parezca un poco más, a aquello que alguna vez les contaron que se llamaba “verdad”. Y esa búsqueda de justicia, que es el motor único y suficiente para que nos movamos. En momentos en que hablamos de valores perdidos, estas tragedias nos hacen acordar de la nobleza que existe en las personas. Y que, hasta el día de hoy, hay motivos que movilizan de manera mucho más profunda.
Sigo hablando. Diana me cuenta que su cabeza no cambió tras el atentado. Que su manera de pensar siempre fue la misma y que uno es quien es. Pero que el atentado la acercó al conocimiento de la comunidad judía, de sus maneras y sus dirigentes. De sus manejos y aquello que para tantos es desconocido y que a ella tampoco le competía, aparece por la fuerza.
Porque tener razón es motivo suficiente para avanzar en el tiempo. Para luchar estos años. Diana dice por nuestros muertos. Y me doy cuenta que detrás de todo, de cada acto, de cada anuncio, de cada juicio hay alguien al que le cambió la vida. Hay alguien para el que todos los días es 18. Hay alguien que sigue esperando poder despedirse de la AMIA.

Sin compromisos políticos más que la búsqueda de verdad, con quienes nos acompañen y contra quienes nos obstruyan. No tener compromisos con nadie siempre nos permitió decir lo que queríamos. Y no perder el foco, el verdadero objetivo: la verdad. Con el atentado se suelen escuchar barbaridades como: “No hagan político el atentado a la AMIA”. ¿Qué más político que la impunidad? ¿Y qué más apolítico que sus cómplices? La búsqueda de verdad es una decisión política. A qué costo también. Abandonar esa lucha no nos hace apolíticos sino que cambia nuestra postura dentro del mismo campo. Memoria Activa se hace con el corazón, dice Diana. Sin más objetivos que saber la verdad.
Y mientras divagamos sobre la soledad, me hablan de respeto. Justo la persona a quien no le respetaron nada a la hora de quitarle, me habla de entender al Otro. Y le pregunto cuál fue el momento más fuerte en todos estos años. El momento en que creyó que había logros, porque de avances, me dice, no se puede hablar. Y aparecen apellidos. Aparece Galeano. Y con él, recuerdos. De cuando se maltrataba a Memoria Activa por denunciarlo. Recuerdos de todos los años que, como juez, mintió, ocultó, destruyó la Causa AMIA. Recuerdos de todos los años de lucha condensados en un fallo, en un momento, en una sala. Y toda la soledad de la lucha terminada con su destitución. Y me nombra la culpabilidad del Estado. La OEA. Washington. Todos esos lugares que empezó a conocer gracias a una bomba. Pero, por sobre todo, gracias a la impunidad. Y por último el dolor. Del Tribunal Oral que declara nula la Causa. Y el odio producto del encubrimiento, inclusive estando de acuerdo con el fallo del Tribunal. Y aparece la desilusión con la Causa AMIA que, tras 18 años, no pareciera tener mucho más futuro que en las hojas que acompañan un expediente que hace rato que no tiene novedades. Ni pareciera que las vaya a tener. Incluso con la posibilidad que Irán proponga un cambio de panorama.

Hoy las energías de Memoria Activa están en la causa Encubrimiento. La única que pareciera tener alguna posibilidad de prosperar. Pero resulta inevitable la pregunta sobre Irán. Sobre el encuentro con Argentina. Y en su respuesta se mezclan miles de pensamientos. Se mezclan 18 años de “no” acumulados. 18 años sin una muestra de acercamiento, sin una respuesta. Y, en ese sentido, esta oportunidad aparece como única. ¿Si cree que vaya a prosperar? No, no lo cree. Pero qué pierde, son tantos años. Y si la verdad es lo único que interesa, ¿qué importa –me dice- si es un contexto macro-político o macro-económico lo que los lleva a entregar a los imputados y que se sepa algo de verdad? Evidentemente hay algún contexto por el que Irán cambia. Y, como siempre pasa con los cambios, lo primero que aparece es la esperanza. Que, según Spinoza, es el sentimiento que viene acompañado del miedo. Del miedo de que esa esperanza no se cumpla. Y para una persona que cree que del atentado sólo se podrá saber la verdad el día que algún arrepentido hable, evidentemente, la esperanza y su contracara son moneda corriente.

Y 18 años dan experiencia. Me dice que las cosas se hacen como se debe. Y para eso debe hacerse entre cancilleres, no cree que ni fiscales ni familiares deban estar en esa reunión con Irán. Sí que en el futuro se vean las cosas entre todos. Pero las reuniones les corresponden a las personas indicadas.
De esta manera me levanto. Me estiro. Por mi cabeza pasaron miles de cosas, de pensamientos. Mientras camino a la puerta trato de pensar en cómo decir esto. En cómo transmitirlo. Y cuando estoy en la calle me pregunto cómo será leer 18 años de injusticias.