El sionismo como contrautopía

Mi objetivo en este artículo es tratar de analizar las utopías con las que se vio enfrentado el sionismo y su necesidad de estructurarse como contrautopía.

Por Jose Alberto Itzigsohn

Este proceso se vio afectado por las relaciones problemáticas que se crearon entre ese  proyecto histórico y las contingencias políticas e ideológicas que lo rodearon (que fueron el resultado de procesos de cambio sociopolíticos y de las ideologías que los acompañaron e impulsaron). Haré una  referencia, por fuerza breve, a algunas circunstancias históricas cruciales.

Durante siglos, el pueblo judío sufrió toda clase de vejaciones y persecuciones. Distribuidos por el mundo, estarían pendientes del desenlace de tal o cual  guerra o de tal o cual conflicto dinástico que pudiera desembocar en un alivio o en un empeoramiento de su situación, pero no se esperaba un cambio real antes del advenimiento del Mesías,  de una redención que iba más allá de las contingencias humanas inmediatas.  La idea de la redención iba acompañada con la de la vuelta al lugar idealizado, la cuna de la gloria del antiguo Israel, Palestina, llamada en hebreo “Eretz Israel” (Tierra de Israel)

Esa situación comenzó a cambiar en el siglo XVIII, con el desarrollo de lo que ha sido llamado “el iluminismo”: la creciente interacción cultural de grupos  de judíos con la cultura europea moderna y con la sociedad europea, cara a cara y no ya en la estereotipada función de intermediarios, proceso que afectó principalmente, aunque no en forma exclusiva, al judaísmo europeo.

Un momento muy importante en este desarrollo fue la Eevolución Francesa de 1789. Con sus lemas de libertad, igualdad y fraternidad, que abarcaba también a los judíos, significó un golpe mortal para el orden feudal que mantenía encerrados a los judíos en guetos y en funciones socioeconómicas especificas y el siglo XIX fue el escenario del proceso de la emancipación legal y la adquisición de la ciudadanía de los judíos en los países donde vivían. Un proceso lento y lleno de altibajos pero, al mismo tiempo, fuente de esperanza en un cambio, en cuya expectativa se unían, muchas veces, la espera tradicional del Mesías  y lo que podríamos llamar, utopías modernas.

Como sabemos, el siglo XIX se vio marcado por muy profundas crisis de tipo económico, político y social. Para los judíos que se integraban a la cultura europea, esas crisis determinaron  altibajos que se expresaban en corrientes de rechazo por parte de la población europea, que veía a ese proceso de integración como una invasión de elementos culturalmente extraños y disociadores, frente a los cuales era necesario defenderse. Este rechazo tomó distintas formas: el antisemitismo de raíz monárquica clerical en Francia,  el antisemitismo de corte racial en  Alemania y Austria y la brutalidad de los pogroms en el Imperio Ruso y en Rumania.

En el caso de Herzl, el creador del proyecto sionista político, un judío húngaro que intentaba integrarse en la cultura europea, fue el proceso  Dreyfus, en Francia,  que  fue acompañado por manifestaciones multitudinarias de antisemitismo, lo que golpeó y quebrantó  su esperanza en un  progreso ininterrumpido de la humanidad, una primera utopía que entró en crisis, sin desaparecer. El hecho de que dicho proceso tuviera lugar precisamente en Francia, cuna de la esperanza de la liberación secular de los judíos, tuvo una gran importancia para esa crisis. Herzl escribió que si dejaran en paz a los judíos durante doscientos años, el  problema judío desaparecería, pero agregó su convicción de que esa tregua de doscientos años no existiría y a la luz de los acontecimientos que acaecieron después de su muerte,  vemos que se quedo corto en sus predicciones.

Herzl predicó la necesidad de los judíos de buscar una solución específica,  constituir un estado nacional, siguiendo la forma en que diversas minorías irredentas europeas habían constituido o intentaban constituir estados nacionales, para lo cual convocó al primer Congreso Sionista en Basilea, en 1897 con delegados de 17 países. Moviéndose dentro de los marcos de la concepción eurocéntrica de la época, buscó un territorio donde pudiera crearse un  país para el pueblo  judío  y esa  búsqueda desembocó finalmente en Palestina, en aquel entonces una parte del Imperio Turco. Como sabemos, no fue su única opción, pero tuvo dificultades políticas para los otros proyectos y también existió la presión de grupos judíos tradicionalistas de Europa Oriental, para los cuales el vínculo con Palestina era un motor ideológico y emocional muy importante.

Recordemos que el comienzo de lo que podemos llamar el  poblamiento judío moderno de Palestina, para diferenciarlo de los grupos religiosos judíos que existieron allí a lo largo de muchos siglos, comenzó antes de Herzl y del sionismo político. Su origen está en el movimiento de “los amantes de Sion”, que surgieron como respuesta a los pogroms de comienzos de la década de 1880 y reunían conceptos políticos de la época, con la veneración tradicional por Palestina. A éstos predecesores  del sionismo se debe la fundación de las primeras ciudades que conforman el Israel actual. Resulta claro que este movimiento no es una respuesta al Holocausto, como se ha sostenido, sino una integración de elementos tradicionales y modernos y una reacción frente al recrudecimiento del antisemitismo  en el último cuarto del siglo XIX.

Desde su comienzo, el proyecto sionista chocó con la expectativa de otras formas de cambio: la idea tradicional de la redención por el advenimiento del Mesías, sostenida por grupos religiosos ultraortodoxos judíos antisionistas, vigentes hasta  hoy; la de la persistencia, pese a todo, de la confianza en el progreso continuo de la humanidad y de la tolerancia hacia los judíos; y la idea de una redención socialista que abarcaría a los judíos en sus lugares de residencia y que exigiría la lucha de éstos en un frente común con todos los pueblos.

Para los portadores de la idea de una redención universal laica, los grupos judíos que abrazaron el sionismo, eran vistos como representantes de ideologías nacionalistas burguesas  y por lo tanto, reaccionarios que echaban duda sobre la posibilidad de lograr cambios profundos en la humanidad en un plazo previsible; desertores, pues, de la esperanza común y aliados expresos o de hecho de la burguesía y del colonialismo.

El panorama fue mucho más complejo en relación a los grupos judíos que por una parte adherían a la esperanza universal, pero reclamaban consideraciones y soluciones especiales y por lo tanto, fueron vistos como divisionistas. Ese fue el destino del Bund, la federación de organizaciones socialistas judías de Rusia, Polonia, Ucrania y Lituania, antisionista, que apoyaba la revolución socialista en ciernes, pero sostenía la necesidad de prestar atención a necesidades especificas del incipiente proletariado judío y a su cultura  laica. Como ya señalé, a diferencia de los sionistas, no predicaban la emigración a Palestina, pero de todos modos fueron censurados como divisionistas y finalmente excluidos y reprimidos en la Unión Soviética

La situación fue aún mas difícil para los grupos sionistas de izquierda que participaban de las esperanzas de redención política universal, pero sostenían la necesidad de la emigración a Palestina para lograr la transformación de las masas judías de pequeños comerciantes y artesanos, en agricultores y obreros industriales que pudieran ser actores del proceso revolucionario y que trataban de crear un “nuevo tipo” de hombre y mujer judíos,  instituyendo en Palestina formas de vida socialistas como los kibutzim. La influencia de las ideologías de izquierda determinaron formas de organización social distintas. Althuser plantea que en los procesos de cambio pueden darse tres formas de organización social: la primera produce repeticiones de los problemas económicos sociales previos; la segunda, organizaciones que invierten los valores imperantes en el  medio social y la tercera, organizaciones revolucionarias que provocan una ruptura epistemológica de la forma anterior. Los grupos que crearon los kibutzim pensaron en términos de inversión de la vieja estructura de la vida judía previa.  Aquí podríamos recordar el libro de Amos Oz “Una historia de Amor y Oscuridad”, en el cual describe al hombre de kibutz como “el nuevo judío en contraste consigo mismo”, el inmigrante europeo, y la perfección idealizada de ese nuevo hombre. Lamentablemente, como sabemos, después de muchas décadas de existencia, esas islas socialistas  terminaron  siendo invadidas, en muchos aspectos, por el mar capitalista que las rodea, aunque quedan aun núcleos de resistencia. Además, pesó durante todo el proceso la oposición de los árabes palestinos, por momento violenta y una falta general de comprensión,  con excepciones notables, en al población judía israelí hacia sus causas.

Después de la revolución socialista en Rusia, hubo varios desarrollos históricos que reforzaron la argumentación sionista. Podemos citar algunos de ellos, sin pretender agotarlos: los pogroms de Ucrania durante las guerra civil, a los que podemos calificar como precedentes del Holocausto; el antisemitismo rampante en varios países, especialmente en Polonia; el cierre de varios países a la emigración de Europa Oriental, en forma abierta o disimulada, como por ejemplo, en el sistema de cuotas implantado por los Estados Unidos en la década de 1920 y podríamos agregar otros, pero desde el punto de vista del derrumbe de las utopías tenemos que señalar el quiebre del sistema liberal europeo posterior a la primera guerra mundial ante el avance del nazismo. Este sistema se fue derrumbando  ante el avance del fascismo en Italia, en España, en países balcánicos y finalmente, ante el avance del nazismo en Alemania. La culminación de este proceso en relación a los judíos, fue que varios millones de ellos quedaron encerrados en los países que fueron ocupados por el nazismo y que seis millones fueron asesinados. Cabe agregar aquí que la matanza no fue sólo obra de los nazis alemanes, sino también de sus muchos aliados ucranianos, lituanos , letones, húngaros, rumanos, etc. y que la rama militar de la organización  S.S. que llegó a tener un millón de miembros , contaba entre ellos  a trescientos mil voluntarios europeos, no alemanes.

Nada permite afirmar que un fenómeno como el Holocausto haya de repetirse. Esta afirmación era el caballito de batalla del líder judío de extrema derecha, Meir Kahane, quien hablaba siempre de la inevitabilidad de un tercer Holocausto para justificar sus posturas extremistas anti árabes. Sin duda,  un hecho de la  gravedad y complejidad, del Holocausto,  requiere la coincidencia, poco probable, de muchos factores de todo tipo. Pero el hecho innegable es que existió, pese a los exabruptos de los negadores del mismo.

No ha llegado todavía la hora de bajar la guardia. No han faltado genocidios y limpiezas étnicas desde el fin de la segunda guerra mundial hasta ahora. El racismo y la xenofobia renacen con fuerza en Europa bajo la forma del antiislamismo, que aunque la situación es distinta, utiliza -como un calco- muchos argumentos que fueron  empleados, en su tiempo, contra los judíos. Si algunos judíos se regocijan por ese desarrollo, podemos calificarlos de insensatos. Por otra parte, el antijudaísmo, como componente frecuente del antiisraelismo, florece en muchos ambientes del mundo musulmán, donde reproducen argumentos utilizados por los nazis, como “Los Protocolos de los sabios de Zion”.

La otra utopía que quebró, la del “socialismo real”, indujo a la emigración a Israel de un millón de judíos de la ex Unión Soviética. Una población con muchos valores intelectuales, pero profundamente herida por una experiencia  reiterada de discriminación. No en balde muchos de ellos, si bien no todos, han engrosado las filas de nacionalismo de derecha en Israel.

Ahora bien, para intentar completar este análisis, tenemos que analizar el reverso de estos procesos. La crisis de  los aspectos utópicos en el sionismo, a la cual he hecho alusión al hablar de los kibutzim, pero eso exige ya otro capítulo.