¡Me cambiaron al presidente!

Por Alberto Mazor

A dos semanas de la visita de Netanyahu a Washington, y luego del discurso de Barack Obama al mundo musulmán en El Cairo, comienza a aclararse un asunto primordial: las relaciones entre EE.UU e Israel entraron en el peor remolino de la última década. Se podría decir que no eran tan conflictivas desde el anterior gobierno de Bibi.

 

Al primer ministro israelí, las malas noticias le llegan una tras otra. Luego de ser informado que Obama piensa anular el apoyo casi automático de EE.UU a Israel en la ONU, el presidente americano afirmó que llegó la hora de ser sinceros con Israel; las relaciones de EE.UU con el Estado judío hasta ahora afectaron a los intereses estratégicos de ambos países. No cabe duda: Obama pretende enseñarle a Bibi la parte más dolorosa del amor eterno.

 

La tensión reinante no es sólo el resultado de las diferencias entre el gobierno derechista de Netanyahu y el democrático de Obama. Existe también una seria cuestión de agendas. El nuevo mandatario americano llegó a la Casa Blanca dispuesto a modificar su accionar frente a una larga serie de temas candentes. Desde su victoria, a principios de noviembre, hasta su ascensión en enero, dispuso de bastante tiempo para planificar los pasos a dar.

 

Netanyahu, que ni siquiera recibió la mayoría en los comicios de febrero, y que asumió recién a fines de marzo, luego de agotadoras negociaciones para formar su coalición gubernamental. no tuvo el margen necesario para prepararse considerablemente a recibir el shock que lo esperaba en su visita a Washington. Quedó bien claro que los asesores más cercanos a Bibi pueden mantener un diálogo excelente con sus co-laterales americanos, siempre y cuando éstos sean de la administación Bush. El problema es que les cambiaron el presidente.

 

¿Qué pretende conseguir Obama en el conflicto israelí-palestino? Aún es muy temprano para determinar si sus intenciones de llegar a una paz regional en el término de dos años están situadas sobre bases concretas. En su propio gabinete hay diferentes puntos de vista; incluso el Ministerio de Relaciones Exteriores, que  a diferencia de la Casa Blanca, se sitúa tradicionalmente en una posición menos favorable hacia Israel, adopta esquemas más realistas. El propio George Mitchell, enviado especial a la región, se escucha bastante escéptico en todo lo relacionado con una posible solución basada en la fórmula de dos estados.

 

Parecería que la opinión pública en Washington está más entusiasmada con las propuestas de Obama que la propia administración. En el New York Times se publican artículos que incitan al presidente a determinar una nueva concepción con respecto a Irán y a comprender las "relaciones especiales" de Teherán con Hamás y Hezbollah.

 

Es de suponer que Obama tiene pleno conocimiento sobre la dificultad de cómo actuar en los diferentes procesos. Su agenda mundial está repleta: la crisis económica-financiera, Coréa del Norte, Afganistán-Pakistán, Irán, Cuba, todo ello parece ser prioritario al conflicto israelí-palestino. Por otro lado, congelar los asentamientos en Cisjordania es una exigencia adecuada para puntualizar sobre ellos las divergencias con Israel.

 

A Rahm Emanuel, jefe del gabinete de Obama, no le molesta en absoluto mantener a Bibi en estado de tensión. Tampoco sería de extrañar que la Casa Blanca se inquiete demasiado si el actual gobierno israelí se ve obligado a dimitir ante el dilema de proceder de acuerdo a sus convicciones o aceptar la presión americana.

 

No obstante, Obama debe tener en cuenta que los asentamientos no son el único obstáculo para la paz en el Oriente Medio. ¿Qué acontecería un día después que Bibi levante bandera blanca y declare el total congelamiento de la construcción en Cisjordania? El terrorismo de Hamás continuará gobernando Gaza. Hezbollah seguirá afianzando sus posiciones en Líbano y la influencia iraní en la región no se reducirá. La marcha de Irán hacia las armas nucleares no se detendrá aunque luego de las próximas elecciones asuma un presidente reformista.

 

Israel y los palestinos no estarán más cerca de un acuerdo definitivo bajo el gobierno de Netanyahu de lo que estuvieron con Olmert en el poder. En ninguno de los dos casos las partes se aproximaron a la paz. Las divergencias sobre temas como Jerusalén, fronteras, asentamientos y refugiados son demasiado grandes.

 

Mientras tanto, Obama paga un precio muy caro para conocer Oriente Medio. La visita del vice presidente Joe Biden a Beirut, previa a las elecciones parlamentarias en Líbano, fue interpretada como un grosero acto de intromisión en un proceso democrático, y favoreció a los intereses inmediatos de Hezbollah. Además, la abstención de Obama de determinar una agenda rígida en el diálogo diplomático con Irán, es considerada en los países árabes moderados como error y debilidad.

 

¿Podrá la magia de Obama cambiar la imagen luego de sus mensajes en El Cairo? Talvez sí. Pero el nuevo presidente podría despertarse y descubrir que su país sigue siendo el gran enemigo del Islam. Ese es el sueño de Bibi.