La película:

El tren perdido

Los convoco a que filmemos juntos una película. Provisoriamente se llamará ‘El tren perdido’. El director quiere contar una historia con un relato plagado de recuerdos, con historias entrecruzadas en tiempos diferentes. ¿Se animan? Pues entonces, empecemos. Luz, cámara, acción.

Por Hugo Presman

Marcos Paz, Club de Campo El Moro

La escena se filma a 55 kilómetros de la Capital Federal. A seis de Marcos Paz, conocida como “La ciudad del árbol”, con una población de 45.000 habitantes. Es el Club de Campo El Moro, un predio loteado hace más de tres décadas, sobre una antigua estancia de los Bullrich. Sus socios, apadrinan la escuela número 15 del Barrio La Trocha.
Es el jueves 9 de noviembre del 2006. La primavera decora las calles arboladas, el sol juguetea en las inmensas piscinas, el parque del Club House, diseñado por el afamado paisajista Thays recibe a 65 chicos de sexto grado del modesto Barrio Marcopacense, acompañados de 8 docentes. Los pibes y chicas se deslumbran con los juegos, corren sobre el césped cuidado, miran extasiados las canchas de tenis con la arcilla rojiza, arman un partido de fútbol, se asombran de las hamburguesas que se asan sobre la parrilla, mientras el olorcito despierta un apetito sometido habitualmente a restricciones. Los ojos intentan asimilar lo desconocido, mientras el mediodía acerca un suculento almuerzo.

Vernigerode – Alemania

El día nublado y frío de un otoño avanzado circunscribe a este pequeño pueblito de Alemania. Es el sábado 4 de noviembre del 2006. El director apronta sus cámaras. Están por llegar los hijos de Lebensborn, un programa concebido bajo el nazismo, para propagar los rasgos arios. A principios de los ‘40, en diferentes clínicas de Alemania y países cercanos, se habilitaron lugares donde mujeres embarazadas, rubias de ojos celestes, preferentemente solteras, debían parir hijos concebidos con padres, solteros o casados, de iguales características. Las madres debían probar que carecían de problemas genéticos y debían probar la identidad del padre. Durante su internación tenían que jurar lealtad al Fürher y al nazismo.
Esta tarde de otoño, se reúnen los hijos de aquel proyecto. Se enteraron de su protagonismo involuntario, para concebir una raza superior, en diferentes etapas de sus vidas. Se ríen de aquel proyecto disparatado.
Se reconocen en sus limitaciones. Son personas mayores, con diferentes dolencias acordes a su edad, con problemas de presbicia, de audición, de artrosis. El invierno se adelanta en este sábado frío y oscuro, cuando los hijos de Lebensborn intercambian bromas y abrazos, ironizando sobre sus defectos, discurriendo sobre aquel proyecto loco realizado 65 años atrás.

Marcos Paz, Club de Campo El Moro

Las manos agarran esas hamburguesas contenidas por el pan y la boca se abre para disfrutar este festín que la vida ofrece, como un regalo de reyes, esos que suelen no encontrar sus direcciones los 5 de enero.
La parrilla se va vaciando, mientras la savora, la mayonesa y el ketchup son las estrellas del almuerzo. Hay una alegría incontenible. Que se acrecienta cuando el helado despierta fantasías raramente concretadas.
Las docentes miran extasiadas esos rostros satisfechos. Los anfitriones sienten que dar es, de pronto, mucho más satisfactorio que recibir. Esas sonrisas, esos rostros morenos alegres, esas gracias entusiastas, son una recompensa muy superior a lo dado.
Ahora ha llegado el momento de ordenar el desarreglo del almuerzo. La cámara se aleja de la escena. A la distancia, el parque es una alfombra y los chicos parecen habitantes del paraíso.

Alemania, década del cuarenta

El frío es intenso pero se convierte en gélido en esta prisión de Munich. Es el 22 de febrero de 1943. Sophie Scholl sabe que le quedan pocos minutos de vida. Es hermosa, tiene 22 años, es estudiante de medicina, y ha sido condenada a morir en la guillotina. Hace apenas cuatro días, con su hermano distribuyeron volantes en la Facultad. En ellos, entre otras cosas se afirmaba: “Compañeras, compañeros: nuestro pueblo está estremecido por la muerte de nuestros soldados en Stalingrado. Trescientos treinta mil jóvenes ha arrojado a la muerte y la perdición un dictadorzuelo, sin sentido e irresponsable… Ha llegado el día de la rendición de cuentas ante nuestra juventud de la más infame tiranía que ha sufrido nuestro pueblo… El nombre de Alemania queda manchado para siempre si la juventud alemana no se levanta, no destruye a sus tiranos y no levanta una nueva Europa del espíritu. Estudiantas, estudiantes: nos está mirando el género humano. Marquemos el camino hacia el Honor y la Libertad”.
Integra, con su hermano, un grupo antinazi conocido como “La Rosa Blanca”, formado por estudiantes y un profesor.
Sophie Scholl, durante el breve juicio, se defendió bravamente frente al fiscal Robert Mohr. Primero negó todo. Luego de muchas horas admitió su responsabilidad. Entonces dijo: “Estoy orgullosa de haberlo hecho”.
Robert Mohr, su acusador, afirmó: “Lo que ocurrió nunca me había sucedido en 26 años de servicio. Sophie Scholl se esmeró en cargar toda la culpa sobre sus hombros y así salvar a su hermano. Ambos, tanto Sophie como Hans, eran conscientes de las consecuencias que tendría su accionar y a pesar de todo guardaron una actitud hasta el final que puede calificarse de única”.
El director recoge el testimonio actual del historiador Osvaldo Bayer: “Sophie y su hermano no fueron torturados antes de recibir la muerte, despiadada ya de por sí. Nos hace pensar esto en los chicos adolescentes de ‘La noche de los Lápices’, de La Plata, fueron humillados hasta el hartazgo antes de desaparecer”.
La acción vuelve a aquel 22 de febrero de 1943. Sophie camina hacia la guillotina. Ante que la cuchilla cumpla su cometido dice: “Sus cabezas caerán también”.
Ahora el director recoge la reflexión del ensayista José Pablo Feinmann: “Sophie no conoció Auschwitz, aunque sabía de los campos… Su Dios no le impidió luchar contra la vejación de los hombres. Su fe cristiana no la apartó de este mundo: le dio fuerzas para comprometerse… Sophie Scholl llevaba lo sagrado en su conciencia”.

Imágenes, imágenes… imágenes

El tren entrando en Auschwitz. La cámara se detiene en la frase: “El trabajo libera”. ESMA y la Avenida del Libertador. Las cámaras de gas de Dachau. Lo poco que queda del Campo “El Atlético”, debajo de una autopista. Miles de cadáveres arrojados por una máquina a un pozo gigantesco. Los Falcón verdes con civiles haciendo sobresalir sus ametralladoras por la ventanilla. Montañas de zapatos y cabelleras. Niños secuestrados. Las Madres de Plaza de Mayo dando vuelta la Pirámide. “Hay que acelerar la solución final del problema judío” afirma Adolf Eichmann. Mujeres embarazadas torturadas. Floreal Avellaneda empalado. Prisioneros vivos arrojados al mar. Testimonios de sobrevivientes de los Campos de Concentración nazis.
Relatos de sobrevivientes de los Campos de Concentración argentinos. Videla definiendo qué es un desaparecido. La gran burguesía alemana en busca de mercados. Hitler ordenando la invasión a la Unión Soviética. Directivos de Ford, Mercedes Benz, del Ingenio Ledesma señalando a los delegados obreros que nunca volverán a aparecer. Se desarticula el modelo de sustitución de importaciones. El milagro alemán.
Otra vez José Pablo Feinmann: “Sería indispensable que puntualizáramos que hubo un “milagro alemán” en el plano económico por el otro “milagro alemán”, el que fundamentó al primero: el milagro del olvido, de la pronta elaboración de la culpa, de la integración de los jerarcas nazis a las grandes empresas… El “milagro alemán” fue el milagro de poder olvidar, de sepultar el horror, de silenciar las conciencias… Silencio sobre el pasado y desarrollo económico: he aquí el “milagro alemán”. Plan Marshall. Primo Levi reflexionando: “Si existió Auschwitz, no existe Dios”. Jack Fuchs, un sobreviviente de varios campos de concentración, radicado en la Argentina afirma categórico: “Auschwitz nunca fue liberado”.
Martínez de Hoz y la tablita. La derrota de Malvinas. La rendición de Berlín. Juicio de Nuremberg. Juicio a las tres Primeras Juntas Militares. “La casa está en orden”. Obediencia debida y punto final. Unión Europea con Alemania como locomotora. Convertibilidad, apertura de la economía, privatizaciones, e indultos. Menem reelegido. Kholl reelegido. La Alianza le ganó a Duhalde. Conmigo un peso un dólar. Default. El país estalla. Cincuenta por ciento entre pobres e indigentes.

Marcos Paz, Club de Campo El Moro

Las casuarinas del parque derraman sus gotas en forma de lágrimas. Del micro escolar estacionado salen los sonidos de Fiesta de Serrat: “Todos comparten su pan”.
La tarde se ha ido. La merienda ha sido tomada. El crepúsculo decora el paisaje. Ha llegado el momento de la despedida. Una nena de inmensos ojos negros, se acerca a una de las anfitrionas y le pregunta con timidez: “Lo que sobró, ¿puedo llevarlo para que coma mi mamá?”
Los chicos ascienden al micro. Cada uno recibe un cuaderno, una lapicera y un paquete de caramelos. La alegría se sube al micro. Hay escenas emotivas. Besos y abrazos. Una vez que todos se han sentado, el micro acelera la marcha mientras los brazos se agitan arriba y abajo del colectivo. La voz del genial catalán canta: “Vuelve el pobre a su pobreza/ Se acabó/ el sol nos dice que llegó el final/Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual”.
Santiago, sentado junto a Miguel, en ese micro con problemas de amortiguación le dice: “Cuando lo vea al Padre Fabián le voy a comentar que tiene razón: Hay un Paraíso, un Purgatorio y un Infierno. Pero no en el cielo como dice él. Está aquí en la tierra”.

El tren perdido

El neoliberalismo terminó con muchas cosas, entre otras con la mayoría de los trenes. Las vías se quedaron sin locomotoras y vagones, los pueblos nacidos alrededor de las estaciones se vaciaron y sus sobrevivientes vegetan. Las vías levantadas simbolizaban a los millones de argentinos que se quedaron literalmente fuera de la sociedad, imposibilitados de tomar el último tren.
Si el nazismo concibió el proyecto de los “Hijos de Lebensborn”, de una raza superior, las políticas neoliberales arrojaron a millones de argentinos a la exclusión, cuyas consecuencias son chicos con disminución de neuronas por la falta de alimentación adecuada en sus dos primeros años de vida.
Cincuenta millones de vacas, sesenta millones de hectáreas de las mejores del planeta y gente revolviendo las bolsas de basuras. Y una nena, símbolo de millones preguntando: “Lo que sobró, ¿puedo llevarlo para que coma mi mamá?”.
Esta ignominia se consuma hoy, mientras todos los números macroeconómicos son notablemente positivos, hay reactivación económica, y el consumo desenfrenado de sectores reducidos de la población, mueven el boom inmobiliario, llenan los shoppings, saturan los lugares de veraneo, y ocupan los mejores restaurantes de Buenos Aires, donde en pocos metros de distancia conviven Bélgica y la India.
Hay pocas voces, que como la de ‘Sophie School’, diga lo que buena parte de la sociedad no quiere oír.
Más aún: le resulta más cómodo ignorar. Sus preocupaciones se circunscriben a la seguridad y al consumo.
La cámara del director enfoca un tren que se va perdiendo en el horizonte. La banda sonora acompaña el silbato que mientras se diluye es reemplazado por distintas voces:
“Hijos de Lebensborn”. “Hijos del neoliberalismo”. “Existió Auschwitz, no existe Dios”. “Fui yo y estoy orgullosa de haberlo hecho”. “Sus cabezas caerán también”. “Sophie Scholl llevaba lo sagrado en su conciencia”. “Lo que sobró, ¿puedo llevarlo para que coma mi mamá?”.