Once años sin Rabin;

El dolor, la memoria y la esperanza

Han pasado ya once años de aquella noche tenebrosa de noviembre de 1995; en Israel han cambiado muchas cosas, pero nadie puede evitar la impresión de que casi todo sigue igual. Más de una década de aquel increíble atentado en pleno centro de Tel Aviv, abarrotado de policías, tras una manifestación por la paz y la conciliación entre árabes e israelíes donde un fanático religioso judío con la vida del Primer Ministro israelí, Itzjak Rabin; tres tiros a quemarropa mataron a quien representaba mejor que nadie la esperanza de un mundo en el que el Estado de Israel pudiera vivir en paz, seguridad y cooperación con sus vecinos árabes.

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

Rabin simbolizaba, como primer gran líder israelí nacido en Palestina, hijo de colonos y héroe militar en las guerras contra los árabes, el duro pasado de las sangrientas luchas de Israel. Al mismo tiempo, se había convertido en el estandarte de una promesa de futuro de concordia en el que quedarían enterrados los odios entre israelíes, palestinos y árabes en general. Rabin ya había recibido el Premio Nobel de la Paz junto al líder palestino Yasser Arafat y al entonces canciller Shimon Peres, y tenía el poder y el prestigio que le otorgaban un importante margen de acción política tan insólito como prometedor. Con su trágica muerte, en la plaza de los Reyes de Tel Aviv, se frustró aquella esperanza y desde entonces puede decirse que no ha habido otra similar.
El asesinato de Rabin fue ejecutado por las manos del extremismo, del fanatismo y del fundamentalismo; ingredientes trágicos de los cuales israelíes y palestinos son protagonistas con demasiada frecuencia en este escenario del conflicto; ingredientes que cada vez que actúan agravan el problema, encienden las pasiones, generan represalias, instalan un círculo infernal de violencia y retrasan la solución pacífica de los contenciosos.
Rabin, como militar, había defendido siempre la seguridad de Israel, ganándose un alto grado de respeto en dicho terreno. Fue durante el transcurso de la primera Intifada cuando comprendió que ese nuevo tipo de enfrentamiento no se podía ganar sólo por la fuerza; su compromiso con la seguridad de su pueblo le condujo hacia la negociación y la búsqueda de un acuerdo con los palestinos; esa concepción empezó a abrirse paso en el complejo proceso que condujo a los Acuerdos de Oslo. El giro hacia la paz con dichos tratados y el encuentro histórico de Washington entre Rabin y Arafat, fue posible cuando cada adversario aceptó no fundamentar más su propio derecho sobre la negación del derecho del otro, reconociendo a éste la misma legitimidad que a sí mismo. Rabin inició así una nueva senda, la del diálogo, la de la comprensión de las posiciones del vecino, la de la tolerancia y el respeto a otras legitimidades, la de la aceptación del prójimo como interlocutor necesario. Itzjak Rabin pagó con su vida su propósito, su empeño y seguramente su sueño; su asesinato precipitó una regresión en el proceso de paz y un repunte de la violencia.
El proceso de paz israelí-palestino descansa sobre dos principios básicos: «Dos Pueblos, dos Estados» y «Paz por territorios», susceptibles de garantizar estos derechos y de hacerlos vivir juntos. Dicho proceso ha conocido períodos de esperanza y fases de estancamiento, de retroceso, de nuevos derramamientos de sangre y de dramáticos rebrotes de violencia, todo ello debido al resurgimiento y fortalecimiento en las partes beligerantes de tendencias que vuelven a cuestionar la coexistencia de ambos derechos.
En los últimos años algunos signos esperanzadores se habían ido abriendo camino: la elección del moderado Presidente palestino Mahmud Abbas, la Cumbre de Sharm el Sheik, la retirada del ejército israelí de las ciudades palestinas, la desconexión de Gaza, los períodos de disminución de los actos de violencia, el ya casi olvidado acuerdo de tregua -«hudná»- con las principales organizaciones palestinas; elementos que apuntaban a una reactivación de la Hoja de Rutas y que parecían situar el conflicto en una nueva dinámica de diálogo y acuerdo. Pero nuevamente la violencia ha vuelto a ensombrecer el panorama y amenaza con enterrar las esperanzas abiertas.
La situación actual en el Medio Oriente, después de la desconexión unilateral de Gaza, del triunfo de Hamas en la elecciones palestinas, de la segunda guerra del Líbano y ante los proyectos nucleares y las amenazas del régimen iraní de Ahmedineyad, obliga a que hoy, más que nunca, sea necesario reivindicar la cultura del diálogo, de la tolerancia, de la negociación, del pacto y del acuerdo. A veces el peso de la historia reciente, cargado de sangre y de sufrimiento, hace difícil remontar la mirada y buscar denodadamente el objetivo supremo de la paz; una paz que sólo estará construida de concesiones y de renuncias; pero cuyo premio final siempre será superior a todos los sacrificios que hayan quedado en el camino. Más allá del actual pesimismo reinante, cabe esperar que la predisposición de los dirigentes palestinos e israelíes no se estanque ante los obstáculos derivados del último episodio bélico y reanude el diálogo que los acontecimientos citados anteriormente empezaban a posibilitar.
En todo caso, se debe volver a manifestar el más firme rechazo a cualquier expresión de terrorismo, de violencia contra civiles como fórmula de actuación para la obtención de objetivos políticos. El Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel escribió: «La guerra es como la noche, lo oscurece todo». Sólo la salida política y el diálogo sincero serán capaces de disipar las tinieblas en las que está inmersa esta atormentada región para devolver a sus habitantes la posibilidad de una vida libre, segura y llena de esperanza en el futuro.
Israel, después de la era de Sharón, tiene hoy a un nuevo Primer Ministro, Ehud Olmert, muy diferente a Rabín, confuso en su accionar y muy frágil ante el acoso de quienes no admiten ninguna concesión al adversario. Si en el caso de Rabin, el pecado a ojos de los fanáticos eran los Acuerdos de Oslo que promovían el diálogo continuo, en el de Olmert es el unilateralismo, heredado de Sharón, como norma central de acción. Tanto aquel primer ministro como el actual dirigen un país que no logra salir de la espiral del odio que lo acecha desde afuera y lo corroe por dentro. Israel no puede ganar la paz por medios militares, ni descuidar su seguridad ante sus potenciales enemigos. Nadie podrá saber ya si la esperanza de paz con aquel dirigente asesinado era algo más que un fugaz sueño. Pero sí son bien conocidas las devastadoras alternativas que siguieron a su trágica muerte.
Cuenta la narrativa tradicional que un día los judíos de Symiatiche, un viejo pueblo del este de Polonia, decidieron una vez capturar la luna. Llenaron un balde de agua y cuando ésta se reflejó en él la taparon. Al amanecer, la luna había desaparecido, pero ello no les desalentó en lo más mínimo; al día siguiente volvieron a hacer lo mismo, y así todas las demás noches. No sé si los judíos de Symiatiche acabaron encerrando a la luna en un balde de agua; en cambio quiero creer que los israelíes, agotados por tantos años de violencia, asimilan cada día más el mensaje de Itzjak Rabin, y al igual que los palestinos, desean tanto la paz, que a fuerza de esperarla, como a la luna, acabarán por capturarla.