Retiro de EE.UU. y ataque de ISIS al aeropuerto de Kabul

Victoria talibán en Afganistán

Todavía no es posible dimensionar cuáles serán las consecuencias de la crisis que generó en Afganistán el retiro de Estados Unidos y el consecuente regreso de los talibanes al poder. Solo se puede concluir que se trata de otro monumental fracaso de la estrategia de la mayor potencia militar del planeta de diseñar y establecer por la fuerza, con presencia militar e intentando trasplantar las instituciones liberales y occidentales, gobiernos tutelados en el mundo árabe y musulmán.
Por Damian Szvalb

Puede decirse que la misión en Afganistán sí cumplió un objetivo: el de haber encontrado y asesinado en 2011 a Osama Bin Laden, el enemigo número 1 de Estados Unidos desde el 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, la amenaza terrorista de este grupo, que quedó disminuida pero nunca desapareció, puede volver a transformarse en una preocupación global, sobre todo si se tiene en cuenta la complicidad que mantienen con los talibanes, más allá de que estos últimos hayan declarado que el nuevo Afganistán no será territorio para agrupaciones que quieran dañar a extranjeros.
Una vez más, y después de la similar experiencia iraquí, se volvió a demostrar que los procesos democratizadores solo pueden surgir desde adentro. Claro que esos, como lo demostró la “Primavera árabe” hace una década, son lentos, dolorosos, con marchas y contramarchas y en los que necesariamente debe involucrarse la sociedad civil. Los sectores que los lideran necesitan paciencia y respaldo internacional. No los tuvieron en aquella oportunidad.
En estos 20 años, los objetivos de Estados Unidos fueron variando. Primero la intención de Bush hijo fue la de terminar con Al Qaeda. Pero ni siquiera cuando encontraron y asesinaron a Bin Laden se quedaron conformes. El siguiente objetivo, era el de hacer pie en un país vital para controlar las rutas comerciales en Asia. Y la forma de hacerlo era reconstruir sus instituciones al estilo liberal. Todo eso fracasó y hoy Biden no puede explicar ni siquiera por qué estuvieron tantos años allí. Y los avances logrados, sobre todo en los derechos de las mujeres que pudieron integrarse a la vida social, cultural y económica como nunca antes, serán ahora destruidos por un feroz fundamentalismo islámico.
Desde el gobierno de Obama, “desengancharse” de Medio Oriente se convirtió en una política de Estado que continuaron Trump y Biden. El liderazgo de ese país, sea demócrata o republicano, coincide ahora en que experiencias como la de Irak, Libia, Siria y Afganistán siempre terminan mal. El saldo siempre es negativo. En términos económicos, por el gasto que representa mantener tropas y armamentos cada vez más sofisticados. Pero tampoco tiene réditos políticos, sobre todo cuando se tiene objetivos imposibles como es instalar una democracia liberal por la fuerza.
El resultado de todo esto es siempre negativo y los logros que se obtienen en términos de ampliación de derechos o libertades siempre quedan opacados por la violencia. Un denominador común de todas estas experiencias es que lo que siempre ocupa la atención internacional son las enormes cantidades de víctimas civiles que se producen por el descontrol interno que se genera (entre facciones, distintos grupos terroristas y los ejércitos regulares) por la incapacidad de las potencias extranjeras de controlar con eficacia el territorio.
Todo esto, además, siempre tiene un costo a nivel doméstico altísimo: luego de un posible entusiasmo inicial, los propios estadounidenses empiezan a cuestionar que sus compatriotas pierdan la vida a muchos kilómetros de distancia y que sus propios recursos sean utilizados para solucionar una situación que, perciben ellos, en la diaria no los afecta.

Golpear y salir
El orden liberal que surgió con fuerza después de la caída del muro de Berlín prácticamente dejó de existir. Estados Unidos leyó esta nueva realidad y decidió empezar a cambiar su estrategia de política exterior. Si bien no queda claro aún cuáles son sus características, es muy probable que opte por la de intervenir sólo cuando sus intereses o los de sus aliados estén en riesgo en cualquier lugar del mundo. Golpear y salir, pero de ninguna manera permanecer.
Precisamente, quienes más preocupados deben estar por este retiro de Estados Unidos, son Israel y Arabia Saudita, sus mejores amigos en la región. El vacío que deja Biden seguramente va a ser ocupado por otros. Está muy fresca la experiencia de Siria: cuando Obama se fue, Irán y Rusia sostuvieron a Al Asad y se quedaron allí. Rusia, China y de nuevo Irán van a mover sus fichas para que el Afganistán de los talibanes no desborde porque eso no le conviene a nadie. La posible convivencia entre Irán y los talibanes, solo guiada por el pragmatismo, aparece como una combinación explosiva.
Pero quizás lo más preocupante de todo es el mensaje que esparce esta situación en la región. La lectura que se va a imponer será la de una victoria “taliban” sobre una superpotencia que durante 20 años intentó, sin éxito, doblegarlos. Se trata de la construcción de una nueva épica que había desaparecido desde que el ISIS fue sacado de Irak y Siria.
Y fue justamente la rama del ISIS que que busca establecer un califato en Afganistán y Pakistán la que golpeó primero. Fueron quizás los ataques terroristas más anunciados: el Departamento de Estado no solo advirtió que eso podía pasar sino también que el objetivo iba a ser el aeropuerto de Kabul. También las agencias de inteligencia de algunos aliados “esperaban” un ataque de esas características. El resultado de estos dos atentados fueron trece soldados estadounidenses y cientos de civiles afganos asesinados.
En definitiva, el fracaso de Estados Unidos en Afganistán es también un golpe de efecto simbólico que podría inspirar a Al Qaeda y a otros grupos terroristas como el propio ISIS, Hamas y Hezbollah. No importa que el yihadismo nacionalista de los talibanes sea distinto del de, por ejemplo, Al Qaeda, con su estrategia de golpear en el exterior, o del de la búsqueda de conquista global y franquiciado del ISIS. Lo que sí es relevante es que todos estos grupos, sin dudas, pueden encontrar en lo que está pasando en Afganistán un incentivo para ir con más decisión por sus objetivos, que ya se sabe muy bien cuales son.