Marek Edelman en Buenos Aires

Protagonistas y comentaristas

Cuando se cumple un nuevo aniversario del Levantamiento del gueto de Varsovia, al escritor Ricardo Feierstein recuerda la visita a Buenos Aires del subcomandante de la rebelión, en 1995, y a partir de allí reflexiona sobre la necesidad de construir héroes: “El protagonismo que ustedes admiran -dice Marek con verdadera humildad-surge de la situación histórica. No fuimos seres especiales ni ‘hijos dilectos’ del pueblo. Si no hubiéramos sido nosotros, otros se hubieran rebelado. El valor fundamental a rescatar es el de la dignidad, no el de la valentía con un arma en la mano. Es estúpido afirmar que la muerte en las cámaras de gas es menos valerosa que la muerte en combate...”
Por Ricardo Feierstein *

Han pasado veintisiete años de aquella visita y la memoria, a veces, da saltos indiscretos o se burla a nuestras espaldas. Imágenes y recuerdos acuden, caprichosos.

Acompañamos a  Marek Edelman a la Sociedad Hebraica Argentina, donde se realiza un encuentro con medio centenar de participantes. Pisamos los largos escalones de entrada al edificio. En un extremo se encuentran dos policías, de pie y conversando (había pasado sólo un año del atentado a la AMIA). Nuestro invitado es un hombre de baja estatura y mirada profunda, que no habla castellano. Sin preguntar nada, desvía sus pasos de nuestras huellas, hace un pequeño rodeo y pasa por detrás y a cierta distancia de los uniformados. Tiene más de 70 años, pero sus reflejos están intactos.

Un rato después, conversa con el grupo de periodistas e intelectuales. Un joven de expresión severa se levanta de su silla y le pregunta, casi insolente: “¿Cómo puede usted seguir viviendo en Polonia, un país lleno de antisemitas?” Sin alterarse, él contesta en idish, con traducción casi simultánea: “¿Y cómo vos podés seguir viviendo en Argentina, el país que cobijó a Eichmann y, hace no tanto, torturó y asesinó a 30.000 personas y robó 500 bebés para después lanzar a sus madres al mar? ¿Qué estás haciendo tan tranquilo en Buenos Aires?”

Otro preguntó sobre su contacto con los religiosos durante la rebelión. Contestó: “Durante los días de combate no tuve oportunidad de ver a ningún judío observante. Tal vez ellos preferían rezar”.

No era un tipo sencillo ni apocado.

La necesidad de los héroes

La visita en 1995 a Buenos Aires del subcomandante del levantamiento del Gueto de Varsovia contra los nazis en abril de 1943, segundo del recordado Mordejai Anilevich en la lucha y único sobreviviente del Grupo de la Organización Judía Combatiente que protagonizó esa gesta, provocó un interesante debate alrededor de la memoria que se guarda de esos acontecimientos y de los diferentes lugares que cada uno pretende ocupar en relación a ellos. Las dos semanas junto a Marek Edelman -entonces médico cardiólogo de 72 años de edad, que participó junto a los polacos en la lucha posterior por Varsovia, siguió viviendo en Polonia terminada la guerra y hasta su muerte e integró el movimiento Solidaridad de Lech Walesa en su primera época- permitieron extraer enseñanzas que trascienden su propia figura.

Para decirlo brevemente: Edelman, integrante en su juventud del partido Bund (socialista judío), era un hombre de firme convicciones personales, escéptico, mal humorado y poco afecto a discursos diplomáticos o concesiones políticas. Resultó una presencia difícil de tragar para muchos activistas comunitarios, que vieron derrumbar sus convencionales discursos ante la presencia concreta de alguien que no hablaba sobre los sucesos que se conmemoraban sino que estuvo ahí, puso su cuerpo y su odio y sus ideas contra la bestia nazi que aniquiló a millones de sus hermanos, mató con sus propias manos a decenas de verdugos de las SS.

Al mismo tiempo, no soportaba a los “comentaristas de café”, que se atreven a juzgar a otros desde sus cómodos chalets en Punta del Este. Y no se callaba nada. No todos pueden participar en gestas trágicas o heroicas. Aquellos que sólo hablan confunden cócteles molotov con “whisky on the rocks” y verborragia con realidad. Una intoxicación semántica alrededor de la ritualización de la ideología y la culpa para explicar o recordar hechos históricos. Son dos puntos de vista distintos.

Una mirada tiene que ver con el protagonismo y otra con la necesidad pedagógica de los héroes, para relatar procesos históricos que resulta difícil fijar de otra manera en jóvenes que sólo han escuchado a través de terceras personas sobre aquélla situación-límite para el pueblo judío.

En una reunión privada -donde la familia que lo invitó (Mario Nirenberg, sobreviviente del gueto de Lodz) y otros compañeros del partido Bund en Buenos Aires compartieron su tiempo y hasta cantaron a coro las canciones juveniles de ese movimiento en Polonia- pudo extenderse  sobre el tema del lugar de residencia. La vereda y los árboles de la infancia, sus compañeros caídos, el (pese a todo) amor por Polonia. El sentirse “guardián del cementerio” de su comunidad judía exterminada.

Edelman en su paso por Argentina. En la foto, Daniel y Ricardo Feierstein, Mario Nirenberg (sobreviviente del gueto de Lodz), Abraham Lichtenbaum (IWO) y Marek Edelman, después de entonar a coro, en idish, las viejas canciones del Bund de su juventud.

Edelman no acepta la definición del héroe ni admite ser etiquetado como tal según las convenciones y necesidades funcionales de hoy. Su difícil, diferente personalidad, posee el basamento histórico de haber sido un testigo único: desde su tarea en el Hospital frente a la Umschlagplatz de Varsovia desde donde partían los trenes hacia los campos de exterminio, acompañó a 400.000 judíos, día tras día y semana tras semana, a su último viaje. En el fondo de sus ojos y de su memoria reposa el desaparecido judaísmo polaco, no “en general” sino bajo la figura de cada mujer, hombre y niño que desfiló ante su mirada. ¿Cómo podría él transmitir esto a alguien que no lo ha vivido?

En una de las encuentros en Buenos Aires Marek Edelman contestó sobre las motivaciones que decidieron a los jóvenes judíos del Gueto a optar por la rebelión armada, aún sabiendo que carecían de posibilidades de triunfar: “Es imposible transmitir lo que era esa situación, y por lo tanto explicar hoy, racionalmente, el sentido de esas decisiones. Si usted lleva un revólver encima y dispara contra una persona, va a la cárcel; en la guerra, si usted hace eso le dan una medalla. Todo es distinto….”

¿Disminuye con éstas apreciaciones el valor histórico de Anilevich y sus compañeros? En 1977 aparecieron en Cracovia una serie de entrevistas que la periodista Hanna Krall realizara a Marek Edelman alrededor de éstas cuestiones. (Existe una versión francesa, publicada en 1983: “Prendre le Bon Dieu Vitesse”, incluida en el volumen “Memories du Ghuetto de Varsovie Un dirigeant de l´insurrection raconte”. Edition du Scribe, París, 1983, 160 páginas). La publicación originó un escándalo periodístico, con gente escribiendo indignada a las redacciones de los diarios para protestar contra “la vulgarización de las figuras heroicas en los recuerdos de Edelman”.

Los que luchan y los que lloran

Cuesta admitir que los héroes fueron “gente como los otros“, marcados por lo cotidiano, las pequeñas cosas, el gris de cada día. No superhombres sino sólo (¿sólo?) dignos y valientes cuando llegó el momento.

Precisamente, el heroísmo judío del gueto de Varsovia está simbolizado en dos figuras: Emmanuel Ringelblum, el historiador y activista incansable, fue el “héroe intelectual”. Mordejai Anilevich, el joven comandante de la insurrección, el “héroe militar”. Y ahora sucede que, en el último volumen del “archivo Ringelblum”, publicado por el Instituto Histórico Judío en Polonia, aparece entre los documentos reproducidos el talón de una entrada, perteneciente a Ringelblum, con fecha 28 de Agosto de 1938 al Casino Municipal de Venecia. Pero un historiador heroico no debe frecuentar los casinos. Así, el editor “traduce”, junto al documento original: “Museo Municipal de Venecia”.

Edelman, en sus recuerdos, comete “herejías” similares: por ejemplo, recuerda que conoció a Anilevich niño, muy humilde, un muchacho activo y vivaracho que ayudaba a sus padres en la feria agregando tintura roja en las cáscaras de los huevos “pasados” para que parecieran frescos. ¿Un futuro “héroe militar” puede haber hecho esas cosas? Hubo cartas indignadas en L´Express contra la revelación de detalles que “envenenaban la imagen del bravo combatiente”.

“El protagonismo que ustedes admiran -dice Marek con verdadera humildad- surge de la situación histórica. No fuimos seres especiales ni ‘hijos dilectos’ del pueblo. Si no hubiéramos sido nosotros, otros se hubieran rebelado. El elemento fundamental a rescatar es el de la dignidad, no el de la valentía con un arma en la mano. Es estúpido afirmar que la muerte en las cámaras de gas es menos valerosa que la muerte en combate. Al contrario, es más terrible y difícil. Pola Lifszyc, que subió voluntariamente al vagón de condenados para no abandonar a su madre que iba a ser gaseada, fue tan valerosa como los que eligieron morir combatiendo. Hizo lo mismo que Janusz Korczak, a quien todo el mundo recuerda, pero ¿quién habla hoy de Pola Lifszyc?”

Hay, todavía, un paso más. Edelman no acepta que la solidaridad verbal de los otros -el que pregunta, el que quiere identificarse con lo que su figura representa- puede igualar, por analogía, la experiencia concreta que él atravesó en el gueto.

Mito viviente que resiste al estereotipo, Edelman decía lo que pensaba sin aceptar asesores de imagen ni amigos que pretendían “cuidarlo” de agresiones verbales. Estaba más allá de dejarse atrapar por etiquetas y categorías “analíticas”, con las que lo interrogan y polemizan pretenden entender hoy esa realidad de ayer, en un contexto imposible de reproducir.

La historia necesita héroes -parece decirnos Edelman- y los crea a su medida y funcionalidad. Pero de los verdaderos protagonistas preferimos no hablar.

No se trata de coincidir con él, sino de reflexionar a partir de su posición. Los verdaderos hacedores de la historia nunca se jactan de ello ni afirman serlo.

Un importante psicoanalista lacaniano -el mismo que me prestó el citado libro en francés de Hanna Kroll- comentó la enorme utilidad que, en su práctica clínica, le proporcionaba la lucidez de Edelman. “Imaginá -me dijo- la dificultad de un combatiente de esta envergadura para seguir viviendo después de la guerra. O es un vanidoso insoportable o, para procesar internamente lo que ha pasado, se hunde en alcohol. O los judíos del mundo le construyen una estatua y le proporcionan drogas para que pueda dormir. En cambio, este hombre es un ejemplo de salud mental: estudia, se recibe de médico cardiólogo, ejerce su profesión, forma una familia, interviene en la realidad polaca como un ciudadano más. Preserva la dimensión de lo humano justamente en su trabajo en contra del endiosamiento de los “héroes” ‘No se la cree’, como diría un porteño… Y no deja tampoco que los demás se lo crean.”.

* Periodista y Escritor

La foto principal es el Mural de Marek Edelman en Varsovia