Guerra en el Cáucaso por la autonomía armenia en Nagorno Karabaj

Un ataque que replica la lógica del exterminio armenio

Nagorno Karabaj es un territorio montañoso históricamente poblado por los armenios, que se declaró independiente de Azerbaiyán tras la guerra que estalló en la región durante el proceso de descomposición de la Unión Soviética. La reciente escalada de aquel conflicto bélico se inserta, entre otros factores, en la voluntad de Turquía de posicionarse como potencia regional, un proyecto que a su vez se enlaza con la nostalgia por las glorias otomanas revigorizada con la llegada al poder de Erdogan. En el siglo XXI, la negación de la otredad se mantiene vigente en el Cáucaso.
Por Daniel Cholakian *

Días atrás, revisando viejos papeles en la casa de mis padres que ha quedado solo llena de recuerdos desde la partida de nuestra mamá, mi hermano encontró un viejo documento de identidad de mi abuelo materno, Ohannes Haleblian.
Mi abuelo Juan era armenio, pero su documento en Argentina lo nominaba turco. Él, huyendo del genocidio que se cobró la vida de un millón y medio de armenios y produjo una diáspora incontable, llegó a nuestro país cuando Armenia aún no se había independizado. Había nacido en territorio de Turquía, y así la marca de los genocidas estaba grabada en el registro de su ingreso como migrante. La tensión entre el concepto de nacionalidad y de Estado nación estaba allí, reflejada el seco gesto burocrático de un dispositivo identificatorio.

Tradiciones y presentes en cualquier guerra
Ninguna guerra es solo por intereses económicos, por disputas territoriales o por motivos religiosos, étnicos o raciales, ni solamente basadas en disputas milenarias. Suelen sostenerse a partir de dos o más ejes conflictivos, y en general los discursos de los implicados esconden más de lo que develan.
Las muertes están allí y todo relato de guerra en presente es siempre provisional y pasado. Las noticias, ese formato tan injusto con la realidad, son barridas por el fuego en el que se deshacen los llamados al alto el fuego y las declaraciones de cientos de funcionarios internacionales. Este texto se propone contar algunas cosas y asumir uno de los ejes que, lejos de sintetizar este enfrentamiento, busca mirar una de las matrices de las violencias en la Modernidad. Aquella que surge de esa tensión cristalizada en el documento de identidad de mi abuelo, que desde aquellos años reaparece en estos días.

Nacer y morir en la disolución
Una de las consecuencias de la caída de la Unión Soviética fue la reconfiguración del mapa de la zona sobre la que se extendía su poder. Azerbaiyán fue una de las repúblicas que se declararon independientes por esos años en la región del Cáucaso, en el espacio fronterizo entre la Europa Oriental y el Asia Occidental. El país es de mayoría musulmana y tiene, por la historia compartida en tiempos imperiales, una relación de alianza y subordinación con Turquía. Dentro del territorio delimitado para esa nueva nación se encuentra una región de población armenia y cristiana, que también reclamó y reclama su autonomía. La región de Nagorno Karabaj es un territorio montañoso históricamente poblado y organizado social y culturalmente por los armenios.
Entre 1988 y 1994 la guerra entre fuerzas azerbaiyanas e independentistas armenios costó la vida de entre 20.000 y 30.000 personas. Durante el conflicto, Azerbaiyán declaró su independencia. Al finalizar el mismo, los armenios declararon la independencia del enclave, con el nombre de República de Artsaj, pero esta no fue reconocida. Los armenios a pesar de eso siguen siendo el pueblo que vive y habita esa tierra.
Como la independencia de ese pueblo nunca fue reconocida se convirtió en el campo de batalla donde se reproduce la voluntad de dominación turca, cuya nostalgia por las glorias otomanas renació con la elección del presidente Erdogan en 2014. Pero el terreno de esta guerra se construye también con tensiones políticas de distinto origen entre Turquía y Rusia e Irán. Con el primero por el dominio regional y por la expansión de la influencia turca y musulmana. Rusia tiene relación militar fluida con el Estado armenio, donde posee instalaciones militares. El conflicto de Azerbaiyán con Irán se centra en la disputa entre sunitas y chiitas al interior del mundo musulmán y por la presencia de población azerí en el territorio iraní.
Del conflicto regional, como parte de esta lucha con Irán y con otros actores del Oriente Medio, participa también el Estado de Israel, que también tiene importante intercambio comercial con Bakú, ya que importa petróleo y vende parte de su producción bélica a Azerbaiyán.
Así, la región atravesada como todo el Cáucaso por gasoductos y oleoductos que proveen de energía también a Europa Oriental, está llamada a estallar siempre que una chispa se encienda.
Hace 20 días la guerra se despliega abiertamente en la región. Si Armenia acusó a Azerbaiyán de comenzar los ataques aéreos y con artillería sobre Artsaj, desde Bakú, capital azerí, sostienen que solo respondieron al fuego armenio. Los principales países intentan poner paños fríos diplomáticos, pero directa o indirectamente se alinean según sus intereses. Ya lo hicieron también durante los seis años que duró la guerra por el territorio en la década del ’90, aquella que terminó con la declaración de independencia de Artsaj, que no es reconocida internacionalmente.
Turquía sueña con la recuperación imperial y así convertirse en la potencia regional del mundo musulmán, en un amplio espacio que puede incluir desde Oriente Medio hasta Asia Central. Para concretar la hegemonía regional, aniquilar a los armenios, en tanto nación autónoma con identidad cultural, es clave. Porque en el origen de la construcción de la Turquía moderna, heredera del Imperio Otomano, estaba la unificación de las identidades en una nueva nacionalidad, la turca. Al no concretar el proyecto de otomanización en la segunda mitad del siglo XIX, como tampoco la turquización de todos los habitantes del territorio entre 1890 y 1910, el imperio se recogió en el Estado nacional modernizador de Kemal Ataturk, reconocido por su rol en la construcción del Estado turco, pero invisibilizado como líder militar durante el genocidio armenio.
Expulsados los griegos sobre finales de siglo XIX, los armenios fueron el escollo material y simbólico más importante para la consolidación de ese imaginario imperio turco. No es casual que hace unos días el presidente Erdogan haya escrito en redes sociales que Armenia “había demostrado una vez más que es la mayor amenaza para la paz y la tranquilidad en la región” y que apoyará a Azerbaiyán “con todos sus medios, como siempre”. Ese apoyo implica la provisión de armamentos y la contratación de mercenarios, que también combaten en otros dos escenarios violentos donde Turquía se involucra algo más disimuladamente: Siria e Irak.

Una mirada política e histórica: Estado y Nación como el eje de conflictos
Mis cuatro abuelos eran armenios. Esa esa identidad es nacional porque es cultural, étnica, lingüística e incluso ancestral, y no por el territorio en el que nacieron. El Estado nacional era Turquía, la nacionalidad armenia. En esta tensión entre la afirmación de una como negación de la otra solo hay dos alternativas: la solución dialéctica o la trágica. La dialéctica es la apertura a la superación política, sea la independencia de los Estados con reconocimiento mutuo o la creación de Estados plurinacionales, el reconocimiento del uno y el otro conviviendo en el mismo espacio territorial y político.
La resolución trágica es la eliminación de uno por parte del otro. Los genocidios surgen cuando lejos de considerar la existencia de la otredad, el poderoso define como única solución el sometimiento con la negación de la identidad del sometido o en su defecto su eliminación. En esa instancia, el otro es solo un enemigo universal al que solo queda aniquilar.
En la región de Nagorno Karabaj o la República de Artsaj, la cuestión nacional sigue vigente. Ante esto, el renacido otomanismo turco recrea el modelo que intentó hace un siglo, negar la otra identidad, el deseo del otro y su subjetividad. El ataque contra los armenios dentro del Estado de Azerbaiyán replica la lógica del exterminio contra quienes se identifican de otra manera, con todo lo que ello significa.
¿Cuántas violencias de distintas escalas suceden en el mundo originadas en este tipo de tensiones? Desde violencias raciales, religiosas o étnicas hasta las guerras abiertas en las que se suman potencias mundiales. En el siglo XXI la negación de la otredad, de los derechos comunitarios o de los autonomismos se mantienen vigentes y la reiteración de las prácticas de exterminio no nos sorprenden, aunque debiera hacerlo.
La guerra turca sigue levantando como parte de su imaginario épico el exterminio de otra nación, y lo hace como aporte en defensa de la paz. El genocidio se basa en la afirmación de la unidad, del uno universal, que debe sostenerse aun causando la muerte de los diversos. Esto se reproduce con cada ataque sobre los armenios en Nagorno Karabaj.
Héctor, el más viejo de mis amigos, a casi 50 años de habernos conocido, me sigue diciendo “armenio”. Y yo, nacido en Buenos Aires como mis padres, tengo una identidad compleja y diversa, porque soy sobre todo un porteño que trae los olores de la cocina familiar y apenas algunas palabras en el idioma de mis antepasados, yo nunca dudaría en girar la cabeza si escucho que alguien llama “armenio” en la calle. Yo sabría que ese llamado me está llamando también a mí. En cualquier tiempo y lugar lo mismo, seguramente, le hubiera ocurrido a mi abuelo Juan.

* Sociólogo y periodista. Editor de Nodal Cultura y conductor de «Lo peor ya pasó» en AM 530 Somos Radio.