A propósito de ls caricaturas de Mahoma:

“No hay caricaturas inocentes”

Blasfemar no está prohibido, pero es de mal gusto. La libertad de expresar lo que uno piensa tiene un límite: ofender a los demás. La línea divisoria no la marca la ley sino el respeto mutuo que es la principal regla de convivencia. Cuando se trata de temas religiosos, culturales, nacionales o familiares, las personas sensatas miden el alcance de sus actos y prefieren abstenerse antes que ofender.

Por Jorge Gómez Barata

La publicación de varias caricaturas que dicen representar a Mahoma, una deidad que a diferencia de lo que sucede con Jesucristo carece de entidad física, en periódicos y revistas de todo el mundo, ha provocado la airada protesta de los fieles del Islam y de los estados árabes. Otras instituciones, personalidades y gobiernos no musulmanes, incluso la ONU y la UNESCO han expresado su disgusto por tan dudosas acciones.
El Islam prohíbe a sus fieles toda representación gráfica del profeta, aunque sea positiva, para evitar la idolatría. Obviamente, no es la trasgresión de ese dogma lo que ha provocado tan acalorada reacción, sino el modo irreverente y blasfemo como es tratada la figura del Profeta del Islam.
Cualesquiera sean las excusas para la publicación de las caricaturas, es imposible pasar por alto su especial connotación en la coyuntura por la que pasa la religión islámica, sus instituciones y sus fieles.
Por razones tanto históricas como coyunturales, el Islam demonizado por Occidente para justificar las Cruzadas, últimamente se le crucifica porque algunos individuos de esa fe, han participado en repudiables actividades terroristas.
Escenario de la lucha entre palestinos e israelíes, de la guerra entre Irán e Irak, de la anexión de Kuwait, de la Guerra del Golfo, de la invasión norteamericana a Afganistán, de la invasión estadounidense a Irak y últimamente, del conflicto que amenaza a Irán por su programa nuclear, el mundo islámico es eje de algunas de las más profundas crisis que ha afrontado la Humanidad en todos los tiempos.
Esta realidad sumada al hecho de que aquellos musulmanes que viven emigrados en Europa y los Estados Unidos soportan todo tipo de discriminaciones y de alusiones ofensivas, no sólo a sus personas sino a su fe, hace del tema un escenario de alta sensibilidad y sumamente explosivo.
En este instante, tal como ocurrió no hace mucho en Guantánamo con el Corán, las caricaturas huelen a provocación y no pueden menos que alimentar la hostilidad. La reacción era previsible. En este momento y en esta coyuntura, los dibujos favorecen más a la intolerancia que a la libertad
Puede ser que la blasfemia no sea penada por la ley, pero ello no la hace más tolerable ni de mejor gusto.
No compartir una fe es una cosa y ofender a quienes lo hacen, otra. He leído sobre los extremos a que puede llegar el fanatismo religioso y conozco los que es capaz de producir el ateismo tosco y chato. El debate no es religioso ni jurídico, es humano y se relaciona con la capacidad para convivir, con la cultura, la pluralidad y la tolerancia.
Todas las grandes religiones tienen en común lo más esencial: Dios que es siempre una idea. En todas partes y en todos los tiempos, el Dios pensado es sabio, bueno, todopoderoso, bondadoso, justiciero y a veces implacable. No hay castigo como el suyo y quien lo sufra será una criatura deshecha y desdichada.
Dios es uno solo, dotado del don de la ubicuidad, la transustanciación y la trascendencia.
Dios, independientemente de cómo se le represente es una idea, probablemente la más grandiosa que ha producido el pensamiento humano.
Creer, respetar o reverenciar a Dios es una actitud esencialmente humana y civilizada, utilizarlo para dudosos fines, es repudiable.