Alejandro Dujovne

“No tenemos que legitimarnos todo el tiempo como judíos, esa es una visión endeble del vínculo con la sociedad”

Alejandro Dujovne es cordobés, pero reside en Buenos Aires. Desde “la docta” trajo su pasión por el estudio académico y el debate de lo judío. Es Doctor en Ciencias Sociales de la UNSAM, presidió el Instituto de Estudios Sociales (IDES-CONICET) y acaba de recibir el Premio Nacional en Ciencias y Letras, de la Secretaría de Cultura de la Nación, por su libro “Una historia del libro judío” (Siglo Veintiuno Editores). Nueva Sión lo convocó para hablar de ese premio y hacer un panorama del estado de la cultura judía en Argentina.
Por Leonardo Naidorf

-¿Cómo arrancase tu vínculo, tu interés académico por lo judío?
-Arranca en Córdoba. Yo terminé la universidad de Ciencias Políticas y venía leyendo, no de manera sistemática, cuestiones ligadas a lo judío, historia judía. Mi primer laburo cuando terminé la carrera fue en la Casa de la Cultura Judía de Córdoba -paralelo a mi inicio de la maestría de antropología en la Universidad Nacional de Córdoba- un espacio organizado por el Centro Unión Israelita, Macabi y el club sefaradí. Organizamos una serie de actividades, charlas, cultura en general pero con mi ingreso cada vez se pusieron un poquito más académicas. Entonces armamos un programa que coordinaba Ricardo Forster, yo era el secretario en Córdoba de eso. Se reunió bajo en ese ciclo desde Santiago Kovadloff, pasando por Alejandro Kaufman, (Héctor) Schmucler, Diego Tatián, trajimos gente de Brasil, Marilena Chauí, que trabajó sobre Spinoza, trajimos un par de personas de España a hablar sobre Shoá, pensadores. Se armó básicamente un programa muy interesante sobre pensamiento judío moderno, pensando en la modernidad si se quiere de Spinoza, en todo caso empezando un poquito antes. Yo participé de eso, trabajé en la edición de algún libro; y a partir de ese espacio vino Roger Calles y se armó un proyecto editorial. Nació de desgrabaciones, ideas que trajeron del programa de estudios judíos de Córdoba. Entonces ya un poco imbuido en esa clase de problemáticas, de los problemas del judaísmo moderno, cuando tuve que decidir qué tesis hacer, sobre qué trabajar como investigación en la maestría, me metí de lleno en lo que para mí era un problema para pensar el judaísmo en toda su complejidad, que era el ICUF. Cómo aquellos que apostaron por el idish y perdieron la batalla, apostaron por el no sionismo, y perdieron la batalla, apostaron por la Unión Soviética y perdieron. Esa institución que había ido perdiendo un poco sus centros identitarios, pese a eso, seguía construyendo una idea de lo judío muy ligada a algo que había empezado en la Modernidad judía, era como una última línea… tratar de pensar eso en Córdoba, en el club judío de Córdoba que se llamaba ACIC, Asociación Cultural Israelita de Córdoba, que es la pata local del ICUF. Entonces fue una especie de Maestría muy localizada, pero para entender los sentidos, como funciona una noción de lo judío donde nadie esperaba que hubiese algo judío. Es decir, a mí no me interesa pensar lo judío en abstracto, lo leo y todo, pero no como investigación. Me parece que si lo hacemos de ese modo nos quedamos repitiendo ideas de otros, o nos quedamos con tres o cuatro pensadores que a todo el mundo le encantan, pero sin embargo hay algo en realidad de lo argentino, es que hay una singularidad que se pierde si seguimos repitiendo mecánicamente fórmulas de pensadores europeos. El ICUF me permitía radicalizar eso, y dejar algunas preguntas planteadas. Y al estudiar el ICUF, me topé con un problema para mi muy interesante: como la lengua había configurado, no solamente desde un lugar nostálgico o romántico (el hebreo, el idish, el arameo, el ladino) universos políticos de sentidos muy fuertes y cómo la palabra impresa había sido parte central de la experiencia judía en Argentina. Entonces, palabra impresa y lengua funcionaban como dos ejes que yo imaginaba que si entraba por ese lado podía pensar de manera creativa, por un ángulo distinto y ver algunos procesos históricos desde otro lugar, desde otros actores, verlos desde otras preguntas, entender algunas cosas que por ahí pasan inadvertidas porque siempre lo político está en primer plano, y no está mal que así sea, pero nos perdemos otro universo que es la dimensión cultural, que tiene efecto mucho más duradero que los partidos políticos.

-Vos mencionas en el origen de todo esto, un círculo de gente que se arma, que no deja de llamar la atención que sea Córdoba el lugar donde tenga efervescencia. ¿Cómo recibió el ámbito académico general el desarrollo un núcleo de estudios judaicos?
-Lo de Córdoba teníamos la esperanza de que lograra hacer converger a dos universos de estudiantes, o de académicos o intelectuales interesados en eso. Esta era la idea, el horizonte: el público comunitario que no había encontrado hasta ahí un lugar de contención, discusión; y, por otro lado, estudiantes de doctorados, posgrados y algunos de grado también de la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba que estaban especialmente interesados en figuras judías. La tradición spinoziana en Argentina es cordobesa y a través de la figura de Diego Tatián, que es el principal referente en la figura de Spinoza, se había armado un grupo grande de estudiantes y en un lugar bien interesante, porque no era desde la filosofía analítica/academicista, sino desde un lugar bastante libre, innovador, donde el ensayo tiene más lugar que la rigidez del paper académico. Por eso, por un lado, hay una forma de reflexionar en filosofía, y por otro lado ciertos autores. Pero por otro lado también había gente que seguía leyendo mucho Levinas, gente que estaba haciendo el doctorado sobre Hannah Arendt, entonces de repente teníamos una masa crítica preexistente. Y la presencia de Ricardo Forster, catalizó el estudio de la escuela de Frankfurt, o sea que podemos encontrar muchas tesis doctorales que se hicieron en Córdoba y carreras académicas de hoy investigadores del CONICET ligadas a temas más o menos judíos, a partir de esa experiencia que tuvimos esos tres o cuatro años. Para mí fue importante porque generamos una dinámica donde lo judío está presente, pero tuvo mucho más impacto en el mundo no judío que en el judío, porque teníamos esa esperanza de que fueran a cursar y finalmente fueron muy pocos judíos no académicos los interesados.

-Hiciste también referencia al vínculo de tu generación de investigadores con una generación anterior, mencionaste a Ricardo Forster, a Kovadloff, a Tatián y a algunas figuras más. ¿Consideras que ellos pertenecían a alguna generación dorada del pensamiento judío? Si esa generación dorada fue en otros tiempos o si nunca existió tal cosa.
-Yo creo que hay que abrir el problema, por ahí uno termina valorando a partir de lo que tiene y lo que ve y se pierde de vista el proceso más general. Están los estudios judíos amplios: hay una parte más filosófica o ensayística o de pensadores -algunos que trabajan más sobre letras como María Gabriela Mizraje- y después tenés un grupo entre historiadores y sociólogos. Es interesante porque en términos de ensayismo filosófico tenemos una pequeña masa crítica, que creo que se ha reproducido, y hay gente que sigue reflexionando sobre eso, pero sin embargo tenemos un gran vacío en historiadores y sociólogos generacionales. En la generación inmediatamente anterior a la mía hay algunos referentes interesantes, pero en general hay un vacío. No es que no existieron, es que están en otro lado. En la Universidad Hebrea, o en otras universidades israelíes o en Estados Unidos tenemos muy buenos historiadores argentinos o gente de letras, que piensan lo judíoargentino muy bien, y las principales publicaciones con las cuales nosotros nos nutrimos son producidas por argentinos en otros lados. Ahí tenemos un problema: nuestros interlocutores no están necesariamente en el país. Ahí habría que preguntarse más qué condiciones impidieron o dificultaron el desarrollo del estudio judío en Argentina. ¿Qué condiciones permitieron que en Brasil haya un campo un poco más extendido que acá? Que en Chile haya un programa reducido en una universidad, que en México haya, y por supuesto en Estados Unidos. Es decir, todo país que tiene una comunidad judía medianamente grande ha producido intelectuales, académicos, y éstos han tenido algún arraigo en espacios universitarios, centros, núcleos, programas de investigación y en Argentina tenemos un vacío. Hubo una experiencia con Alejandro Kaufman, Javier Pelacoff, Fernando Fischman, etc., no duró mucho. Después aparecimos nosotros con el núcleo de estudio judíos en el IDES lo creamos en el 2005, Emmanuel Kahan, Marcelo Dimentstein, Ariel Schvartz y mucha otra gente. Lo cierto es que nosotros tuvimos que crear un poco de la nada porque en Argentina no teníamos ese espacio preexistente. Uno podría decir: es parte por la dictadura, pero eso no lo dice todo, es parte porque mucho de quienes investigaron los temas venían de una tradición fuertemente sionista y eso hizo que en algún momento sus carreras optaron por desarrollar sus estudios es Israel, y las universidades hebreas fueron muy receptivas de eso. También porque la universidad argentina no estaba muy abierta a estudios de corte étnico, nacional, es decir, yo como judío investigando lo judío era como traer un sesgo a un espacio que se supone neutral, libre, yo tenía que dejar el ropaje judío afuera. Hoy en día eso no existe, no hay problema en investigarlo pero yo creo que un par de décadas atrás eso era más difícil, esa clase de reivindicación de la particularidad, y encima siendo estudiada. Cuando con Emmanuel armamos el grupo tuvimos una crítica en ese sentido ¿por qué judíos investigando lo judío?

-Tu objeto de investigación, que te llevó a este premio, aborda la historia de la industria editorial judía; y en todo caso también su decadencia, en un paralelismo con la historia de nuestra editorial general. Vos haces foco en tus intervenciones en las políticas que se hacen o se dejan de hacer. En la industria editorial, que es fundamental para la circulación de ideas, para que generen efervescencia, adhesiones o polémicas, la necesidad de que algo esté impreso y circule. ¿Cómo analizas el contexto actual de la circulación de las ideas sobre lo judío en Argentina en relación a esta crisis del mercado editorial hoy?
-Dos cosas. Por un lado, habría que pensarlo de manera más sistemática, pero lo cierto es que hay avidez por la vida letrada: por ejemplo, en ciertos talleres o cursos que se dan, o círculos de estudios de cine, teatro, o espacios académicos, vemos una presencia muy significativa de judíos. O sea, que, solamente por ese dato estadístico de representación, uno podría decir hay una tendencia o disposición mayor hacia un mundo intelectual de lo judío. Sin embargo, donde yo creo que se rompió ese vínculo es en los espacios más comunitarios, que han dejado de ser lugares de afirmación de la vida cultural. No es que los judíos hayan dejado de serlo, por el contrario, yo creo que eso sigue funcionando, pero no en los ámbitos comunitarios. Entonces, hay una disociación, un divorcio en algo que antes era bastante unido. No es que era el único motor la vida comunitaria, pero era uno de los tantos motores de este vínculo entre lo judío y lo intelectual.

-Vos en un momento hiciste una distinción entre aquellos intelectuales judíos que mayoritariamente se inclinaron por análisis más filosóficos y los poquísimos que fueron quedando que se volcaron al análisis de la vida cotidiana judía, la vida actual. Y te pregunto si vos ves ahí una explicación de la escisión entre los intelectuales y el liderazgo comunitario. Si la falta de reflexión sobre problemas concretos sobre la vida judía argentina pudo haber generado un distanciamiento ¿O tiene que ver también con simple desinterés?
-Es una buena pregunta y no tengo respuestas, tengo hipótesis. No hay una sola causa sino varias. Por supuesto, creo que hay algo de lo que decís vos, de que no hubo información concreta, reflexiones concretas que pudiesen ser apropiadas por la vida judía, pero lo cierto es que tampoco había recursos para eso, para generar eso. Entonces ahí tenemos otro problema, la Universidad no lo generaba, CONICET es una experiencia de mi generación; existía antes, pero realmente masivo es justamente a partir de que yo entro como becario en 2005 (hasta llegar a investigador, hacer carrera, etc.). Entonces ahí tenés un militante real, es decir, vos te podés dedicar de manera sistemática a algo en tanto tenés un apoyo. La comunidad no lo generaba (lo generó antes, en algún momento hubo algún apoyo). Hoy, hay esa posibilidad pero vía el Estado, toda mi carrera estuvo apoyada por el Estado. También hay que ver un cambio en la dirigencia comunitaria. Yo creo que en realidad antes podía haber algún interés, algún apoyo (durante 30 años hubo un mes del libro judío en AMIA), donde estaban subsidiados los libros, es decir AMIA ponía guita para los libros fueran más baratos. Eso es una política cultural activa donde el libro tiene centralidad. Si eso desaparece, no es solamente por cuestiones económicas, hay decisiones de sentido, de valor del libro, etc. Si vemos una sociología de prosopografía (que es un análisis generacional de los dirigentes comunitarios) vemos esos cambios, vemos cómo cambia la composición de los dirigentes, como pasan de carreras humanísticas o ligadas al derecho a ser comerciantes, empresarios, etc., donde el vínculo con la cultura letrada es distinta y por lo tanto la sensibilidad ante ese mundo; pueden valorarla en términos de un objeto medio sagrado distante, pero no tienen una relación cotidiana y de comprensión de cómo funcionan los procesos de producción cultural, de lectura, que lo puede eventualmente tener alguien que venga de la Universidad, sea la carrera que sea.

-¿Es posible que la comunidad no haya sabido capitalizar el envión de apoyos a la investigación que hubo en la década pasada?
-Cuando uno habla de cultura o de mundo intelectual o académico, no es solamente un libro, porque eso sería justamente caer en los mismos modos de comprensión que tienen de la cultura los dirigentes actuales. Quiero decir, como un mero adorno, la cultura como “ah, y aparte tenemos una actividad cultural o aparte tenemos intelectuales o aparte tenemos investigación en la comunidad, ciencia”. Lo que quiero decir es que cuando vos tenés tipos formados, la vida cambia. Si vos tenés tipos que puedan razonar sofisticadamente modos de insertarnos en la sociedad, cambian esos modos y los modos de relacionarnos con el Estado. Entonces, lo que hemos visto con esta transformación en la dirigencia es un empobrecimiento de los vínculos con la sociedad y con el Estado. Es un empobrecimiento que puede ser mucho más rimbombante porque usa más megáfonos ahora, se preocupan mucho más por aparecer en los medios, pero sin embargo los modos de relacionarse, los términos en que se relacionan son mucho más pobres que antes, pobreza en el modo en que piensan el vínculo y, por lo tanto, el modo en actúan. Entonces, el primer efecto negativo de esta ausencia de una vida cultural, de debate, es empobrecimiento. Y lo que resta, son esas migajas de un pasado heroico donde queremos intercambiar dentro la comunidad, cambiar favores o demandas con el Estado, a través de una retórica del aporte: nosotros contribuimos a la grandeza de la Nación. Las comunidades cada vez lo hacen menos, y aunque lo hicieran eso no tendría que ser así, es como esta especie de tenemos que legitimarnos todo el tiempo porque somos más papistas que el Papa, nadie nos demanda nada, pero tenemos que mostrar todo el tiempo que somos legítimos. Esa es una visión chiquita, endeble, frágil, del modo de vincularnos con la sociedad argentina, es producto de la falta de reflexión.