Opinión:

Colores

Hubo un momento en que una generación creyó, y en parte caminó, del brazo con la historia. El mundo parecía que caminaba hacia el socialismo, el ‘Cordobazo’ se abrazaba con el Mayo Francés. Estados Unidos se retiraba derrotado de Vietnam, África iniciaba procesos de Independencia, y en América Latina las masas pasaban a ser protagonistas. Cuba se erguía como faro revolucionario y el simplista manual guerrillero del Che, conduciría a equívocos y tragedias, al tiempo que su figura se levantaba como un símbolo de coherencia, después de su muerte. Se transformaba la vida cotidiana con la revolución sexual que llegó de la mano de las píldoras anticonceptivas. Las polleras se acortaban y se desacartonaban las sociedades. Como la contradicción siempre surca los tiempos históricos, incluso los de cambio, en los sesenta los tanques rusos terminaron con la Primavera de Praga y se levantaba el Muro de Berlín. También en Argentina hubo una generación en la Argentina que creyó, y en parte caminó, en las décadas del sesenta y parte de los setenta del brazo con la historia...

Por Hugo Presman

Era un mundo en blanco y negro. Sin el fantástico desarrollo tecnológico de los ochenta y noventa. Donde el deber de todo revolucionario era hacer la revolución. Donde hasta un partido centrista como el Radical, tenía un programa que hoy asustaría a sus actuales autoridades y los escasos votantes retenidos. Un tiempo donde las sociedades mayoritariamente hablaban de nacionalizaciones, estatizaciones, planificación económica, control de cambios, reforma agraria, impuesto a la renta potencial de la tierra, derechos sociales de los asalariados, control estatal de los recursos básicos, política exterior independiente, control de los trabajadores de los medios de producción.
Era un mundo en blanco y negro. Donde muchos de los movimientos y partidos que operaban sobre la realidad, también veían todo en blanco y negro.
América Latina se convulsionaba. Juan Bosch, Juan Velazco Alvarado, José María Velazco Ibarra, Juan José Torres, Juan Perón y Salvador Allende, entre otros, expresaban de diferentes maneras los tiempos nuevos.
En la Argentina, la proscripción de Perón y de la clase obrera peronista, junto con la intervención de las Universidades decretada por la dictadura de Onganía, provocó la nacionalización de las clases medias. Los padres gorilas que consideraban a Perón fascista, vieron con asombro -que sus hijos que cursaban la enseñanza media y universitaria- lo empezaron a corporizar como socialista. En ese tiempo en blanco y negro, este trágico equívoco, consumado en distintas épocas por padres e hijos, fue un camino por el que transitó la tragedia argentina.
Los movimientos guerrilleros, tuvieron justificación política mientras el pueblo estaba proscripto, al no poder elegir a Perón, con un gobierno despótico y antinacional como el de Juan Carlos Onganía y los sucesores de la mal llamada “Revolución Argentina”. Pero desde el 11 de marzo de 1973, y más aún desde el 23 de septiembre del mismo año con el triunfo de la fórmula Perón – Perón, la continuación de su accionar los convertían en una patrulla perdida, funcional a los intereses que decían combatir.
El tiempo en blanco y negro que atravesaba la sociedad más integrada, igualitaria y culta de América Latina, se convirtió en un negro profundo después del 24 de marzo de 1976. El establishment, que desde 1955 pretendía arrasar con el modelo de sustitución de importaciones, liquidar la Argentina industrial y “el monstruo” que anidaba en su interior lo iba a concretar a través de una dictadura criminal que sembraría la geografía nacional de campos de concentración, miles de desaparecidos y millones de exiliados.
La noche cubrió a nuestro país. Abarcó a la mayor parte de América Latina. El sueño americano de una Confederación por la que lucharon y murieron los patriotas del siglo XIX, se transformaba en la derrota más profunda denominada ‘Plan Cóndor’, un pacto de muerte y terror.

La democracia colonial

Cumplida la tarea de liquidación del patrimonio social, las dictaduras criminales fueron reemplazadas por un régimen de elecciones periódicas, donde se terminaron las tareas inconclusas de devastación, ahora con apoyo popular. En todos los casos, el establishment, con ganadores que se rotan en los beneficios, impusieron sus intereses con la fuerza que la enorme concentración les da, sin necesidad que los uniformados cumplan las tareas sucias.
Carlos Menem, Alberto Fujimori, Fernando Collor de Melho, Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle Ibañez, Alejandro Toledo, Hugo Banzer, Sánchez de Lozada, Salinas de Gortari, Fernando de la Rúa, Fernando Henrique Cardozo, León Febres Cordero, Abdalá Bucaram, Andrés Rodríguez, Juan Carlos Wasmosy completaron con diferente intensidad la tarea de los ‘Videla’, ‘Pinochet’, ‘García Meza’, ‘Bermudez Morales’, ‘Stroessner’, ‘Castelo Branco’, etc
El neoliberalismo, la ideología de los poderosos, pasó a ser el catecismo de los gobiernos de las democracias coloniales. Dos décadas bastaron para que la pobreza extrema, la exclusión, la indigencia, cubrieran las riquezas saqueadas.
Los años de plomo fueron sucedidos por la locura ideológica, vendida como racionalidad económica, aclamada por vastos sectores sociales.
Los desaparecidos y exiliados tienen hoy como contrapartida a los desocupados, excluidos e indigentes.
La devastación era televisada en colores. El mundo liquidaba la bipolaridad y el Muro de Berlín caído se reconstruía en el interior de cada uno de los países.
La tecnología deslumbrante contrasta con el incremento de las desigualdades. Los territorios se dividen en ghettos. La villa y el country. Puerto Madero y los chicos revolviendo los tachos de basura.
La historia camina del brazo de los poderosos. La derrota fue tan grande, que un retorno a los índices sociales de los setenta sería hoy una revolución. Aquellas mismas condiciones que una generación intentó mejorar significativamente, cuando creyó, y en parte caminó, del brazo con la historia.

Colores

Shakespeare decía que “la oscuridad más profunda es la que precede al amanecer”. Las luces tenues del cambio, como la aurora, es una paleta de pintor. Tiene todos los colores y la alegría de lo que nace. Y lentamente, los pueblos empiezan a hablar con un lenguaje adecuado a los tiempos frígidos que nos toca vivir. Con las resonancias de aquellos lejanos años en que parecía que caminábamos del brazo con la historia y en realidad nos deslizábamos hacia el crepúsculo que antecedía a la oscuridad más profunda.
Hugo Chávez, Evo Morales, Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, Néstor Kirchner, Lula Da Silva junto con posibilidades alentadoras de cambios en Perú y México, expresan con debilidades y contradicciones, con grandezas y miserias, con una retórica diferente a los noventa, que los poderosos no tienen escriturada definitivamente la historia a su nombre.
Son estos gobiernos contradictorios y débiles, los primeros que a tientas tratan de revertir confusamente la gigantesca derrota. Con el capital social rematado y con los Estados destruidos. No son los gobiernos de los sueños acunados en la década de las utopías, pero tampoco son las pesadillas de la oscuridad brutal y de los que entregaron todo después de ser legitimados en elecciones. Gobiernos que son las sombras de otros sueños, el negativo fotográfico de un futuro.
La televisión y la fotografía digital en colores visualizan acertadamente una realidad social negra. Pero el análisis es hoy más rico. Si algo debemos aprender de la derrota es que la realidad está poblada de matices, de grises, sobre los que hay que trabajar y operar.
No es la hora para impacientes o resignados. Los primeros terminan siendo patrullas perdidas y los segundos terminan creyendo que la esclavitud es el único destino posible.
Entre lo óptimo y lo que existe, hay una enorme cantidad de variantes. Como lo prueban estos gobiernos débiles y a veces vacilantes pero dispuestos a recorrer con altibajos caminos diferentes aunque no sean siempre diametralmente opuestos a los de los noventa.
Es posible concebir políticas de autodefensa ante el poder imperial. Incluso surcadas por agachadas y actitudes mezquinas. Pero aún así, en esos aspectos Lula no es igual a Cardozo, ni Tabaré a Batlle, ni Kirchner a Menem o De la Rúa.
Por la rica historia latinoamericana, entretejen una realidad diferente: un militar nacionalista y popular como Hugo Chávez; un presidente indígena como Evo Morales, soltero y con dos hijos reconocidos; una mujer Presidenta de Chile, socialista, divorciada dos veces y atea, que estuvo detenida en el Campo de Concentración de Villa Grimaldi; o un obrero industrial como Lula, llegado a la Presidencia de la octava potencia mundial, a la que accedió luego de largas décadas de luchas y que -tal vez- en algún momento recupere la memoria sobre en qué condiciones vertebró su historia. A lo que se puede sumar, incluso, el valor testimonial del Subcomandante Marcos en la Selva Lacandona.
Pertenezco a esa generación que creyó y, en parte, caminó del brazo con la historia. Que sobrevivió a la derrota. Que como decía Envar El Kadri, un luchador de la resistencia peronista: “tuve que descabalgar del caballo, pero no lo vendí”. Que hoy observa que muchos de esos sobrevivientes, generacionalmente, llegan a La Moneda, al Planalto, al Palacio Quemado, a la Casa Rosada. Con el peso de las ausencias y de los sueños incumplidos.
“La historia es nuestra y la escriben los pueblos” decía Salvador Allende en su discurso de despedida.
Agregaba: “Más temprano que tarde, se abrirán las amplias alamedas por la que circule el hombre libre de Chile”. Apenas se han entreabierto y por esa apertura llega Michelle Bachelet, que en su cartera lleva la foto, en blanco y negro, de su padre militar, asesinado por el verdugo Pinochet. Como son en blanco y negro las fotos de los desaparecidos. Y en colores, las que recuerdan a las víctimas de las injusticias de la democracia colonial. Esa misma democracia a las que hay que llenar de voluntad popular directa.
“Más vale prender una vela que maldecir a la oscuridad” dice el Talmud.
La frágil luz de esa vela es la que le permite decir a la psicoanalista Silvia Bleichmar: “Hubiera sido terrible morirse en los ´90. La sensación era que uno se moría en plena derrota. Hoy no pasa esto”
Hoy hay colores. A veces desvaídos, en ocasiones más firmes. Si uno es capaz de apreciarlos, hasta es posible que visualice un futuro en el horizonte.
El camino no es lineal y está lleno de sorpresas y defraudaciones. Pero hay colores. Más allá del pesimismo de la realidad. Más cerca del optimismo de la voluntad. Ahí donde se mezclan las resonancias de que “la historia es nuestra y la escriben los pueblos”, “el año 2.000 nos encontrará unidos o dominados”, “el pueblo avanzando por las anchas alamedas”, “seamos libres y lo demás no importa nada” de San Martín, “la patria tiene que ser la dignidad arriba y el regocijo abajo» de Aparicio Saravia, o Simón Bolívar cabalgando de nuevo en su sueño de la unidad latinoamericana.