Coyuntura político-militar

El fuego que debe cesar

2/06/01 - Puede parecer extraño comenzar un artículo señalando la fecha en que fue escrito, pero ocurre que la situación en esta zona es tan inestable que puede cambiar de un momento a otro y transformar cuanto pueda escribirse en obsoleto. Para empezar, quiero señalar que en el seno de amplios sectores del público israelí la sensación es la de una guerra inminente. En una reunión corriente de amigos aparece en forma casi inevitable el tema de la guerra, cuáles serán los países árabes que participarán en ella, cuántas bajas militares y civiles son previsibles (muchas) y cuál será el resultado.

Por José Alberto Itzigsohn (Desde Israel)

El mecanismo por el cual esta guerra puede desencadenarse sería éste: es imposible obtener un cese de fuego y los ataques palestinos contra la población civil israelí se intensificarán; Israel aumentará la represión económico-militar contra los palestinos más allá de lo ocurrido hasta ahora; esto llevará a una intervención del “Hizbalá” -el partido islámico militante pro-iraní del sur de El Líbano- apoyado por Siria que atacará con “katyushkas” el norte de Israel; Israel contraatacará bombardeando objetivos sirios… y ya estamos en una guerra que, como todas las guerras, se puede saber cómo y cuándo comienzan, pero no cuándo y cómo terminan.
El ánimo de la mayoría de la población, por ahora, no es belicista. La guerra aparece para muchos como una perspectiva no deseada, como una suerte de fatalidad impuesta por las circunstancias.

Todas las guerras se pierden

Aquí, en Israel, se da por sentado que esa guerra, de producirse, será ganada por Israel, a un costo de vidas israelíes y árabes muy alto y, sobre todo, que una vez ganada no se habrán resuelto los problemas. Israel ha ganado varias guerras en el pasado, pero no ha podido imponer una paz satisfactoria para sus objetivos. La frase corriente, casi un “cliché” es: “Israel ha ganado todas las guerras militarmente pero las ha perdido desde el punto de vista político”.
La guerra aparece, pues, como el desenlace de una situación insostenible, de una tensión que ha desbordado la capacidad de un análisis objetivo, sobre todo después de los últimos atentados contra civiles israelíes con pérdidas humanas masivas. La posible guerra aparece como el desenlace de esta situación y no como una solución. Esta no es sólo una reacción a nivel popular; en la prensa aparecen artículos firmados por comentaristas serios que reflejan una sensación semejante.
Ante estas circunstancias, la primera y acuciante pregunta que se plantea es si esa “fatalidad” es realmente inevitable o, de ser posible, qué puede hacerse para tratar que lo sea.
La primera exigencia ante estas perspectivas es un cese del fuego. Hay dos propuestas internacionales para hacerlo.

Los planes

Una es un plan egipcio-jordano, y la otra, las conclusiones de una comisión internacional -la Comisión Mitchell-. Ambas coinciden en plantear un paquete de medidas, entre las cuales se destacan el cese de los actos hostiles, por ambas partes, y el congelamiento de la construcción de viviendas en los asentamientos israelíes en Cisjordania y Gaza, que los árabes consideran un acto de agresión.
El actual gobierno de “Unidad Nacional” de Israel, presidido por Ariel Sharón -un gobierno que reúne en sí a la centro-derecha con la extrema derecha-, ha asumido la primera de estas medidas proclamando en forma unilateral el cese del fuego, medida que le ha permitido ganar apoyo internacional. En cambio, no ha aceptado el congelamiento total de la construcción de los asentamientos, porque eso contradice las aspiraciones hegemónicas de la derecha y provocaría la caída del gobierno de coalición. En cambio propuso una fórmula de compromiso, ideada por Shimon Peres, que acepta restringir en los asentamientos toda construcción futura al área que éstos ocupan en la actualidad. Expandirse hacia arriba y no en superficie.
Los palestinos rechazaron el cese del fuego unilateral de Israel por considerarlo insuficiente, por el problema de los asentamientos y, por el contrario, las organizaciones islámicas extremistas acrecentaron sus ataques contra civiles israelíes. Cabe señalar que la opinión israelí, tanto la oficial como la popular, no diferencia entre ataques de los integristas islámicos contra su población civil y la Autoridad Palestina, pues esos ataques se organizan en áreas controladas por dicha Autoridad y serían imposibles sin su tolerancia.
Si bien la insistencia de los palestinos respecto del congelamiento de la construcción en los asentamientos es legítima y es apoyada por la oposición israelí de centro-izquierda, cabe preguntarse si no hubiera sido más adecuado que aceptaran el cese del fuego, porque cuando hay llamas, lo más urgente es apagar el incendio antes de que escape de control y llegue no se sabe adónde.
El resto puede ser objeto de discusión política más adelante.

Arafat

Lo que ocurre es que aceptar el cese del fuego sin ganancias políticas tangibles puede significar el fin político de Yasser Arafat, pues sus seguidores podrían preguntarle “si no logramos cambios esenciales, ¿para qué todo el sufrimiento que nuestro pueblo ha experimentado?”. Y sería muy difícil responderles.
Otro motivo que podría tener Arafat para no aceptar el cese del fuego es que el líder palestino contaba con lograr una intervención internacional que lo favoreciese desde el punto de vista político, pero, hasta ahora, sus logros se han limitado al apoyo del mundo árabe, lo cual, si bien es importante, no le resulta suficiente.
Otra consideración de algunos de los grupos que lo apoyan es el temor de que un cese del fuego podría significar la pérdida del “momento” de la insurrección, a la que esperan transformar en una guerra popular con el uso de armas pesadas, logradas como se pueda. En cambio, otras voces muy importantes en el campo palestino -como, por ejemplo, la de Janan Ashrawi, ex-ministra de Esclarecimiento- señalan la necesidad de que la Intifada recupere su carácter de protesta popular y renuncie al uso de armas de fuego, en lo cual los palestinos están en desventaja evidente.

Dos pueblos, dos países

Los partidarios de una solución de “todo o nada” en ambos campos pueden provocar una escalada simétrica sin salida previsible. Es imposible obligar a cinco millones de judíos residentes en Israel a volver a sus países de origen, como lo proponen los integristas musulmanes, y es imposible provocar un “transfer” de la población palestina a otros países árabes, como lo proponen algunos representantes de la extrema derecha israelí.
La solución está en aceptar el hecho histórico de que el país pertenece a dos pueblos y debe ser repartido entre ellos, no en la forma de un país binacional -que es un fórmula que tendería a borrar la individualidad nacional de cada uno de ellos y es muy difícil de llevar a cabo-, sino por medio de una división en dos países, sobre una base de igualdad y de respeto a los proyectos nacionales de cada uno.
Todavía no es demasiado tarde, junto a la atmósfera de guerra inminente que he tratado de describir, las encuestas de opinión en Israel siguen mostrando una mayoría absoluta a favor de la paz. Se puede volver al espíritu de las negociaciones y buscar nuevas fórmulas allí donde las anteriores se han revelado insuficientes.