Eso explica la aceptación del ingreso de Venezuela como asociado y las inmediatas negociaciones con México para que se integre. Excepto los gobiernos de Paraguay y Perú, más proyanquis y pro ALCA, los otros 7 países tratan de convertir al G-20 como un refugio gremial ante los imperios.
Si el MERCOSUR ha sobrevivido a tres crisis mortales en 14 años, y aún le quedan fuerzas para seducir, no se debe a algo misterioso. La explicación hay que buscarla en la nueva realidad internacional, abierta con la semi derrota del ALCA, la urgencia del gobierno venezolano de recostarse en el sur para alejarse del norte, la necesidad mexicana de respirar aires distintos al NAFTA, el copamiento yanqui de Centroamérica mediante el CAFTA (el ‘pequeño ALCA’) y la mansedumbre genuflexa de la Comunidad Andina.
Este renovado interés por el MERCOSUR está determinado por el descomunal peso de la economía y el Brasil, verdadero eje de los negocios y la geopolítica hemisférica.
Entre crisis y crisis, el bloque ha firmado pactos, acuerdos y convenios con más de 20 países, celebrado negociaciones con economías tan importantes como India, la Unión Europea, la Comunidad Andina, Estados Unidos, Rusia y China. Todo eso entre 2002 y el primer trimestre del año 2004.
Como si quisiera mostrar la vitalidad de sus poderes seductivos, 5 estados le han guiñado el ojo y se han integrado en calidad de socios no plenos, u observadores: Bolivia y Chile, que acordaron sumarse en la fórmula ‘4+1’ (Acuerdo de Complementación Económica), en 1995 y 1996 respectivamente; Perú, se integró por la misma vía en noviembre del año 2003; Venezuela, se sumó el 7 de julio de 2004 como nuevo asociado 4+1 y México, que ocupará un asiento rotulado como de ‘Miembro Observador’.