Israel y los atentados

¿Alguien puede explicarlo?

Manuel Vincent, un gran escritor, ha reflexionado acerca de por qué, a los diez años de cometidos, los “crímenes perfectos” comienzan a revelarse nítidamente y los cadáveres ocultos en sótanos, armarios y bohardillas empiezan a salir a la luz. Esa oscura ley se está cumpliendo, indefectible, en lo que concierne a una causa AMIA que apesta a encubrimiento.

Por Juan Salinas

Tienen razón quienes dicen que si el ataque a la Embajada de Israel se hubiera investigado como era debido, la mutual judía jamás hubiera sido atacada. Pero la tienen de una manera un tanto oscura, puesto que a poco que se abocaran al estudio de los hechos se darían cuenta -como se dio cuenta Jacob Levi, de la policía de Tel Aviv, el primer experto enviado por Israel- que no había trazas de que hubiera existido una camioneta-bomba y, por el contrario, centenares de testimonios coincidentes hacían prácticamente imposible su existencia (N. de la R.: Nueva Sión intentó ubicarlo infructuosamente desde Buenos Aires. La respuesta con que nos encontramos fue que “Israel está lleno de Levis”. Pero la percepción es como si se hubiera desintegrado como por arte de magia).
Por lo demás, en los momentos iniciales, tal como destacaron entonces los cronistas del diario ‘La Nación’, no había cráter alguno: el mismo fue cavado a pala por la noche de aquel martes 17 de marzo y, sobre todo, del miércoles, como también sugirió en su informe el perspicaz Levi, atónito ante las negativas que le daban a entregarle los videos tomados por las cámaras de seguridad colocadas frente a la Embajada, sobre el asilo católico para ancianos.
Aquella camioneta que nadie vio era una Ford F-100 verde clara y blanca de propiedad de un fotógrafo de la Policía Federal que, supuestamente, había sido vendida por un amigo de Alejandro Monjo (el mayor duplicador de coches de la Capital Federal, asociado a la cúpula de la Policía Federal) de nombre Roberto Barlassina, en su negocio de la Avenida Juan B. Justo.
Barlassina (el Telleldín de la Embajada) alegó que le había vendido esa camioneta a un supuesto brasileño que entró a su negocio con una gorra encasquetada y anteojos oscuros, exhibiendo un DNI con una numeración ridículamente alta. Y que el supuesto brasileño (al que muchos medios definieron sin más como el conductor suicida de la F-100 fantasma) le había pagado 20.500 pesos y pedido que, en la factura, figuraran 21.000 pesos, de modo de quedarse con 500 para si.
Una pericia de la Corte llegó a la conclusión de que el vehículo no valía más de 14.000 pesos y que la transacción se habría hecho mucho antes que lo denunciado por Barlassina quien, para endulzar a los investigadores, terminó entregando billetes verdes que llevaban el sello de una casa de cambio de Beirut.
Lo cierto es que, a diferencia de Telleldín, a Barlassina jamás nadie lo acusó de nada y su foto jamás apareció en los medios.
Que la Embajada (que estaba en refacciones, por lo cual las medidas de seguridad estaban minimizadas) había sido volada por una explosión interna era obvio, pues su fachada había caído hacia afuera, sobre la calle Arroyo.
Cuando la Corte Suprema le encargó tardíamente una pericia a la Academia Nacional de Ingeniería, un panel de tres expertos estableció que, efectivamente, la explosión había sido interna, lo que motivó una insólita campaña de Israel y la DAIA en la que se acusó a los ingenieros de… ¡antisemitas!
En este contexto, la Corte Suprema convocó a una audiencia a los distintos peritos que habían intervenido a fin de intentar determinar en qué lugar había detonado el artefacto explosivo.
Si la Policía Federal y el gendarme Osvaldo Laborda sostenían que había habido un coche-bomba y una explosión externa, los ingenieros de la Academia Nacional de Ingeniería insistían en que la explosión se había producido adentro de la Embajada. La audiencia debió haber sido pública pero, por presiones recibidas terminó siendo tan secreta que ningún medio informó de su realización, el 15 de mayo de 1997, a partir de las 9,15.
Las actas oficiales de dicha reunión reservada abarcan 77 folios. Los ingenieros Rodolfo Danesi, Arturo Bignoli y Alberto Puppo explicaron detalladamente por qué no cabe la menor duda de que la explosión fue interna.
En la reunión participaron los ministros de la Corte, comenzando por su Presidente, Julio Nazareno, y con la excepción de Carlos Fayt. También Laborda y otros peritos de la Gendarmería, y el comisario Carlos López y otros peritos de la Policía Federal. Nazareno destacó de movida que, a pesar de haber sido invitado, Jacob Levi no estaba presente.
Bignoli insistió en aquella reunión en que la explosión se había producido adentro del edificio. Explicó que habían analizado el asunto por dos vías distintas y que, afortunadamente, los resultados habían sido coincidentes, lo que les había permitido “llegar la conclusión de que la probabilidad, que es lo que nos preguntó la Corte, de que el centro de la explosión estuviese dentro del edificio es tan alta que los peritos tienen la certeza de que así ocurrió”, mientras el ingeniero Danesi destacó que “de haber estado la carga explosiva ubicada en el exterior, hubiera hecho desaparecer el edificio de enfrente”. Resultado que los tres ingenieros insistieron en que la explosión tuvo su epicentro “en el ambiente llamado vacum”, es decir, a poco de haberse transpuesto la puerta principal.
Luisa Miednik

Esto es exactamente lo que parece haber pasado en la AMIA, de acuerdo al testimonio de la veterana ascensorista de esta institución Luisa Miednik, que salvó milagrosamente su vida.
Miednik vio, seis o siete minutos antes, cómo desde una camioneta blanca, un hombre de unos treinta años, pelirrojo y pecoso, descargaba varias bolsas blancas y limpias como las utilizadas habitualmente para contener cemento, cal y otros materiales de construcción. Esas bolsas fueron ingresadas a la AMIA por los albañiles bolivianos de la empresa GPI del arquitecto Malamud (muerto en el atentado) encargado de las refacciones. Los infortunados albañiles (todos murieron en el ataque) dejaron apiladas las bolsas (tal como corroboraron varios testigos más) apenas transpuesta la puerta de entrada y contra la medianera que daba a la calle Tucumán, antes de pasar la puerta de bronce y atravesar la inspección del personal de seguridad.
Esta pista jamás fue investigada, y en cambio la “historia oficial” (hipótesis de la Trafic-bomba) fue sostenida a capa y espada cuando se derrumbó como un castillo de naipes al comprobarse que el acta de hallazgo de un trozo de motor correspondiente a una Trafic -pedazo de motor supuestamente hallado entre los escombros pasada una semana de perpetrado el ataque- era falsa.
Israel envió, entonces, al general Zeev Livné, quien había sido el jefe del equipo de rescate israelí, a decir -con una década de atraso- que habían sido soldados suyos quienes habían encontrado ese pedazo de motor.
Al mediodía del lunes 25 de julio de 1994, horas antes de que (supuestamente) se encontrara ese trozo de block de un motor Renault -a través de cuya numeración, también supuestamente, se lograría identificar a Telleldín, a quien el juez Galeano había ordenado intervenir los teléfonos esa misma mañana- el general Livné había anunciado haber encontrado entre los escombros de la AMIA restos del (supuesto) coche-bomba “con un cadáver adentro” que, dijo, “posiblemente sea el suicida que lo conducía”.
Tal como publicó el diario ‘La Prensa’, Livné arriesgó una teoría: “Acá había problemas para estacionar, pero no para pasar. Pienso que el auto se puso de frente y subió hasta el edificio. Allí explotó.”
El hallazgo de parte de la supuesta camioneta-bomba era un soberano bolazo; para no hablar del “cadáver totalmente destrozado” que tendría adentro.
A fin de justificar que la explosión (o la explosión principal) no fue adentro del edificio, un general israelí aparece como uno de los principales arquitectos de la versión de la Trafic. ¿Alguien puede explicarlo?