Su decisión final ha sido crear un muro en dos tiempos: estudiar una nueva traza para los lugares donde los jueces puedan fallar en contra y acelerar «al máximo» la construcción del resto.
«Allí donde no podamos comprometer la seguridad, no haremos concesiones. Pero en los lugares donde podamos, debemos intentar infligir el menor daño posible a los palestinos», instruyó Sharón.
La sentencia de la Corte israelí no dejó satisfecho a nadie. Los palestinos de las zonas afectadas –en general pequeñas aldeas- tal vez recuperen parte de las tierras que les fueron expropiadas, pero nadie devolverá los olivos que las excavadoras destruyeron ni las tierras de cultivo que fueron arrasadas antes del fallo judicial.
A nivel político, las organizaciones palestinas no se fían de un tribunal porque temen que la sentencia aporte la sensación de que con este, u otro, cambio de trazado el muro puede ser legal, cuando el simple hecho de que se construya en tierras de Cisjordania vulnera la legalidad internacional.
Del lado israelí, se teme que el fallo -que sienta precedente legal- suponga la presentación de una maraña de recursos similares que se unan a la veintena ya existentes.