Crónicas de un observador privilegiado

La inmigración argentina a Israel

En momentos de crisis, la solución nacional y la solución personal son más coincidentes. Cuanto menos crítica sea la situación, más conflicto habrá entre ellas y más ideológica será la decisión del individuo de sumarse a la solución nacional. Borojov decía que los judíos se deciden a emigrar cuando ya es tarde para hacerlo. Por lo menos, en el caso argentino, podría decirse que así lo es, para hacerlo bien.

Por Shlomo Slutzky (Desde, Israel, Tel Aviv)

Una mezcla del destino y una búsqueda personal me ubicaron, en los últimos años, en un lugar privilegiado para observar los procesos ligados a la emigración argentina a Israel: como quien decidiera ejercerla voluntariamente en 1976, como quien siguió de cerca los procesos en la comunidad judía de la Argentina y de los argentinos en Israel, a modo personal y como corresponsal de medios de prensa argentinos como Nueva Sión, Página/12, desde 1996 en Clarín o en una larga serie de notas y películas documentales realizadas para la TV israelí.
Un privilegiado lugar de observación que, como palco de honor, está a veces más al descubierto que en una platea de espectadores y, por lo tanto, más proclive a ser observado, criticado y hasta víctima de tomates podridos arrojados desde el Pullman.

Preguntas

Como israelí de origen argentino me vi obligado, durante los años que vivo aquí, una y otra vez a enfrentar a los nacidos en el lugar -los “tzabarim”- que me preguntan -algunos con preocupación, otros como provocación o con completa incomprensión-: “¿Por qué ‘tus’ judíos argentinos no emigran a Israel? ¿Cómo puede ser que los judíos se queden en la Argentina, a pesar de todo…?”.
Detrás de estas difíciles preguntas para responder, se encuentra el conocimiento desde los medios de comunicación de una Argentina en la que -en la última década- se produjeron dos de los tres más graves atentados antisemitas desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial: los trágicos ataques contra la embajada israelí -en marzo de 1992- y a la sede de la AMIA en Buenos Aires -en julio de 1994-; dos ataques cuyos responsables finales no han sido, aún, procesados ni identificados. Un país en el que, ya en 1919, se produjo un pogrom de grandes magnitudes y cantidad de muertos. Un país en el que encontraron refugio demasiados nazis y sus colaboradores -por no afirmar que alguien les abrió puertas-. Un país en el que la violencia antisemita de bajo nivel fue -durante mucho tiempo- cosa cotidiana. Un país en el que casi 2.000 judíos fueron “desaparecidos” y asesinados durante la última dictadura militar (en una proporción 20 veces mayor que la del resto de las víctimas en la sociedad argentina en general). Un país en el que la pauperización de la clase media -a la cual pertenecieron los judíos en su enorme mayoría- fue en aumento en los últimos 20 años, y resulta especialmente crítica desde fines de los noventa.

Las preguntas

Viéndolo de esta manera, a través de los escandalosos titulares de los diarios, resulta lógico para el “tzabar” preguntar y preguntarse en Israel: “¿Por qué los judíos argentinos no emigran a Israel? ¿Cómo puede ser que se queden a pesar de todo…?”.
Y nosotros podríamos agregar otras tantas preguntas que no tienen una única y definitiva respuesta: ¿Por qué, a pesar de haberse integrado positivamente a Israel, los 70 mil judíos argentinos que llegaron en los 55 años de existencia del Estado; por qué no, habiendo casi judío que no tiene algún pariente, amigo o pasado personal en Israel; por qué, siendo la educación judía -y hebrea- en la Argentina la de mayor calidad y participación relativa que cualquier otra diáspora judía; por qué -a pesar de todo, digo- la mayoría de los judíos que viven aún hoy en la Argentina, eligen quedarse allí? Por qué, a pesar de todo, los judíos siguen repitiendo el versículo “El año que viene en la Jerusalem reconstruida”, aún cuando saben que ellos estarán el próximo año en la Argentina?

Un observador participante

Armados de toda esta larga serie de preguntas -de israelíes y argentinos- decidimos convertir a éstas en instrumentos de trabajo, tratando que cada artículo escrito -o cada nota de TV relacionada con el tema- intente responder a las preguntas que nos hacen y nos hacemos.
Como observador participante, mi intención en las notas televisivas destinadas al espectador israelí fue siempre la de intentar -a través de la historia de personajes judeo-argentinos- delinear algunas de las respuestas posibles a la pregunta “¿por qué Argentina a pesar de todo?”, cuando en nuestra opinión la pregunta puede, por momentos, generalizarse a otra más amplia: “¿por qué la mayoría de los judíos del mundo ‘libre’, eligen la Diáspora como hogar?”.

La pregunta que vuelve

Otro objetivo es llevar al espectador israelí a una mayor empatía hacia los judíos argentinos, producto de una mayor comprensión de la complejidad de su situación. Esto debería llevar al espectador israelí -así esperamos- también a una mirada introspectiva hacia su propio ombligo: una sociedad que muchas veces observa al mundo en una dicotomía de blanco y negro, sin dar cuenta de los esfuerzos que Israel -el país, el Gobierno, los ciudadanos- deben realizar para posibilitar la integración de aquellos judíos que, finalmente, deciden llegar a Israel.
Intentamos, así mismo, poner el foco sobre las dificultades implícitas en aquella “aliá” (inmigración a Israel) de las que el público israelí no es suficientemente consciente, y esto a través de las historias de quienes intentaron enfrentar -por sí mismos- el tema de la inmigración en general y la “aliá” en particular; y entre ellos, algunos que inmigraron a Israel y salieron de ella tras fracasar en sus intentos de integración social en la “Tierra Prometida”.

¿Qué mostramos cuando ven?

A través de personajes reales, tratamos de dar expresión a las ansiedades, los temores y la realidad de las dificultades de integración a una nueva cultura, un nuevo idioma, los problemas para encontrar un trabajo satisfactorio en momentos de desempleo en Israel, dificultades que para muchos es más fácil de atravesar en el lugar y la red familiar y social conocidos que tienen en la Argentina, a pesar de todo.
Tratamos de enfocar también los problemas éticos de quienes no pueden abandonar la Argentina -aunque quisieran- ya que pesa sobre ellos la responsabilidad por padres o parientes limitados. La partida del individuo que ayuda o mantiene a la familia, puede constituir -para él- un adelanto en la vida, pero puede dejar sin respaldo económico, o personal, a sus seres cercanos que la edad o la situación personal los obliga a permanecer en la Argentina.
Y más allá de todo, lo que tratamos de mostrar al israelí, que pregunta por qué no ve una ola continua de decenas de miles de inmigrantes argentinos, es aquella plenitud y riqueza de la vida comunitaria en la Argentina: educación judía, actividades juveniles, acción voluntaria en favor de los necesitados o de Israel, la sensación de pertenencia a un gran grupo de apoyo confiable, etc, etc. Esta es una vida de una calidad -que más allá de lo económico- no necesariamente está asegurada en Israel, especialmente en los primeros años de adaptación al país y, sobre todo, tratándose de inmigrantes judíos laicos y de concepción de vida occidental, como lo son la mayoría de los judíos argentinos.

Bajando al terreno de los hechos

Tratando de ser consecuente, los mismos principios éticos que intentamos utilizar para el tratamiento del tema judeo argentino, al presentarlo a la sociedad israelí -un marco de referencia ético en el que se funden teoría, intención de honestidad y experiencia personal- son los que intento usar en el tratamiento del tema de la inmigración argentina a Israel cuando los presento al lector de Clarín.
De esta manera, en la cobertura cotidiana del diario, los lectores pudieron tener noticias de la situación en el Medio Oriente y, dentro de ella, pueden ver argentinos que eligieron Israel, como otros lo hicieron con España o Italia, buscando mejor suerte en el país de sus antepasados.
Pero mientras que en el resto de los países preferidos por los emigrantes argentinos, este proceso se produce a pesar del deseo de los gobiernos locales -que preferirían no tener que hacerse cargo de argentinos con derecho a la ciudadanía de países europeos-, en Israel es el Gobierno y sus instituciones las que llaman a los judíos a retornar a la Tierra Ancestral, otorgándole una larga serie de derechos y beneficios destinados a facilitar su integración al país, junto con una ciudadanía automática aún antes de salir de las oficinas del aeropuerto.
Una diferencia que -paradójicamente- lleva a los inmigrantes no sólo a sentirse “integrado” más rápido que en otros países, sino que más rápido se sienten con derecho a exigir el cumplimiento de los dictados prácticos de la ideología favorable a la inmigración, lo que muchas veces se expresa en la queja y la protesta abierta: – “me prometieron” o “me convencieron de venir”, expresiones que nunca se escucharían de sus propias bocas como inmigrantes a cualquier país europeo.

Nuevos axiomas

Pero más allá de toda anécdota personal de cada uno de los miles de inmigrantes argentinos y otros que llegaron a Israel en los años que llevo como corresponsal de medios hispano parlantes, hay conclusiones respecto a este tema que pueden ser formuladas casi como axiomas: en momentos de crisis, la solución nacional y la solución individual tienden a acercarse.
Las necesidades más elevadas -más “individuales”, como ser la realización profesional, la satisfacción en el plano cultural, el goce de los paisajes naturales y humanos conocidos- dejan de ser relevantes en momentos en que catástrofes naturales o producidas por el ser humano -pobreza, persecución y peligro de muerte, etc- son las que predominan.
Esta situación es la que lleva a grupos humanos a aceptar la inmigración como una solución para sus necesidades más primarias, tratando de salvarse de lo que perciben como una amenaza para la integridad de sus vidas o las de sus seres queridos.
De aquí que no, necesariamente, toda inmigración a Israel sea una “aliá” (“ascenso” en hebreo), porque que en más de una ocasión, al reducirse el nivel de amenaza generalizada, hay quienes llegan a la conclusión que su emigración a Israel -como a otros países- fue a costa de una “ieridá” (descenso) en su realización personal, a veces imposible de realizarse en un idioma desconocido, a una edad avanzada y sin las redes sociales tejidas durante toda una vida en un lugar determinado, por más que la sensación es que ese lugar, aunque natal, nos ha expulsado.

Espejos y espejitos

Como corresponsal de Clarín, describí las esperanzas con las que llegaban los inmigrantes argentinos a Israel, esperando poder construir, aquí, un futuro que sentían que se les iba de las manos en su país natal, aún en plena ola de violencia israelí-palestina aquí.
Describí -para asombro y envidia de la mayoría de los lectores de Clarín, que no son acreedores del “derecho al retorno” como judíos o familiares directos de los mismos- la larga serie de beneficios que se prometieron a los inmigrantes de Argentina durante el año 2002, beneficios que colaboraron a aumentar el número de inmigrantes de 1.200 en 2001 a 6.300 durante 2003.
Pero como corresponsal de Clarín fui, también, el encargado de hacer conocer a los lectores argentinos, la decisión del ministro de Economía israelí, Benjamin Netanyahu, de anular una larga serie de “beneficios para inmigrantes” (para los nuevos inmigrantes y parcialmente también a quienes ya residían en Israel, pero aún no efectivizaron su beneficios hipotecarios e impositivos), lo que le recordó a más de un inmigrante las historias argentinas que pensó que dejaba atrás al tomarse el avión a Israel.
Por estas informaciones, en su momento, fui atacado por algunos dirigentes institucionales, los mismos que -unos meses después- admitieron que el efecto rebote de aquella noticia, ayudó a que la autoridades de Gobierno dieran marcha atrás antes que el deterioro de su imagen fuese irreversible.
Este ejemplo tiene su moraleja: romper un espejo no mejora la imagen, y sólo un buen espejo permite corregir lo incorregible.
Aquellos que pretenden que un corresponsal en Israel, que firma sin ocultar su apellido judío -como lo hicieron y hacen colegas por una u otra razón- sea automáticamente un “corresponsal judío” o inmediatamente declarado “traidor”, son otros los que rompen los espejos, matan a los mensajeros, y desde la distancia, son más papistas que el Papa (y además, mucho menos democráticos que la sociedad israelí).
Para mirarnos en el espejo, más delgados de lo que somos, hay que adelgazar y no cambiar de espejo.
Para que un país sea atractivo, para potenciales inmigrantes no virtualmente expulsados de su tierra natal, el país -Israel, Canadá, Australia o cualquier otro- debe ser, antes que nada, atractivo para sus propios habitantes.
Este es el verdadero secreto de los países receptores de inmigrantes en los que la paz y la prosperidad son la mejor campaña de relaciones públicas que ninguna campaña de propaganda podrá equiparar.