Postales en la ruta

El 35

Escribo en el 35, así que el lector tiene que disculparme: cada frenada es un manchón de tinta... El ómnibus línea 35 parte cada día, a la una menos cuarto del mediodía, desde Beer-Sheva rumbo al Néguev Occidental. Hasta hace no muchos años podía registrarse, los días jueves, jornadas de mercado, el ascenso de alguna que otra señora con un bolso del cual sobresalían -entre zapallos y batatas- la cresta de un clamoroso gallo protestando vivamente contra su destino. Pero ahora, en tiempos globalizados, los gallos que suben al 35 ya vienen en cubitos para la sopa. Desde su partida, el 35 combina disímiles paisajes: desde las ventanillas de la izquierda se observan enormes industrias, redes de ferrocarril, antenas interminables. Desde el flanco derecho: beduinos cruzan en caravana de camellos, un antiguo acueducto se mantiene intacto, tormentas de arena ocultan un sol que se empeña en derretir el alquitrán de las calles. Hay rostros nuevos en el 35: inmigrantes del Cáucaso que discuten con el conductor el precio del pasaje y, al no dominar el hebreo, un idioma de gestos hace de puente entre culturas. No obstante, hay cosas que no cambian: el 35 tiene parada en Ofakim. Los índices de miseria y desocupación, la falta de fuentes de trabajo, la sensación de periferia y marginación, es la misma desde su fundación, en los años cincuenta.

Por Moshé Rozen (Desde Israel, kibutz Nir Itzjak)

La “segunda Israel”

Ofakim es, de algún modo, el espejo de la “segunda Israel”, producto de planes de emergencia de un joven país, que tuvo que resolver -al mismo tiempo- cómo levantar el dique de contención social para la inmigración masiva de los países afroasiáticos y cómo evitar los orificios que la polarización clasista fue ampliando amparada en políticas que, en los papeles, privilegiaban al Neguev, a la revolución pionera y el desarrollo agrario, pero en la inversión real, solventaron el crecimiento urbano y tecnológico de la zona central, en detrimento de las regiones de frontera (aquellas que recibieron afluentes inmigratorios que todavía se perciben como extraños al contexto occidental, laico y modernista, de la realización sionista.

La venganza no es remedio

Estamos saliendo ya de Ofakim. A mi lado se sienta un soldado. Nació en Etiopía. Me comenta que está muy agotado, y lo demuestra durmiéndose enseguida, sobre la hoja que tengo que enviar a Nueva Sión…
El conductor aumenta el volumen de la radio: un flash informativo habla de violencia, no queda claro si es un atentado terrorista palestino o una represalia aérea israelí. No logro escuchar por qué los del Cáucaso, sin idioma pero con teatral transparencia, comparten con otros pasajeros su opinión sobre la espiral de terror y sus culpables.
Por un inédito momento de absoluta solidaridad, parece que todo el 35 coincide que el gobierno es la causa de nuestros pesares. Los viajeros de los asientos próximos al chofer sostienen que la venganza no es remedio, hay que insistir en el diálogo. La política de fuerza del premier Sharón, aseveran: fra-ca-só. Los caucásicos, muy por el contrario, están súper-convencidos de la necesidad de reprimir y expulsar a los saboteadores.
Todos están de acuerdo en la culpa de las cúpulas, aquí, en Etiopía o en los montes Urales.
A la hora y quince minutos, llego a casa, a mi kibutz.
Por cuatro dólares, el precio del boleto, obtuve un panorama sociológico de mi país.
Y un borrador de lo que me hubiese gustado escribir para Nueva Sión.