Bajo el lema: «con Israel y por la paz» unas 5.000 personas se dieron cita alrededor de los festejos en un acto que se catalogó como de concurrencia masiva.
Las medidas de seguridad estuvieron a la altura de las circunstancias internacionales. La avenida Corrientes, entre las calles Carlos Pellegrini y Madero (una extensión de diez cuadras) pintaban una ciudad sitiada por cuerpos de elite de la Policía Federal mezclados con peatones sorprendidos por la movilización y la ausencia de subtes que impusieron un tránsito pesado en el microcentro porteño.
Es probable que ese día, el judaísmo -entre los transeúntes- haya ganado más enemigos que amigos, sin embargo, la fiesta no se detuvo.
El estadio Luna Park rebalsaba de público, en una organización que, más allá de los discursos y el espectáculo, había decidido dar una férrea muestra de solidaridad de la comunidad judía de la Argentina al Estado de Israel.
Aquella noche del lunes 26 de abril, las formas y las disputas ideológicas habían logrado hacerse a un costado y dejar lugar a un homenaje festivo, sentido y pleno de emociones.
La fiesta y la ocasión bien valió la pena.