Fanatismos viejos, acciones nuevas

Si el dolor resulta una fuerza transformadora cierta, tarde o temprano, las sociedades deberían de tener que poder resolver sus problemas de desarrollo que promueven la vida y la muerte. Hay inseguridades que son consecuencia de las injusticias y las mismas no son facilitadas sino por las políticas trazadas por la dirigencia política que conduce, oculta o manifiestamente, la violencia institucionalizada.

Por Guillermo Lipis.

En ciertas ocasiones, las respuestas de algunos sectores de la ciudadanía -o las de un pueblo entero-, son acciones que aparecen como agresivas ante esa institucionalización de la violencia.
Ejemplos sobran. A nuestro alrededor: militares que mataban y producían desapariciones con saco y corbata, ministros de economía que promueven genocidios y parieron piqueteros desde suntuosas oficinas, políticos que facilitan la violencia social marcando territorios de riqueza y desigualdades o policías que habilitan zonas liberadas para promover mayor justificación de la represión y la existencia de esas propias fuerzas de seguridad.
Y en el plano internacional, las cosas no resultan muy diferentes:
Gobiernos como el de Bush que oculta o malinterpreta la información disponible sobre acciones terroristas que, luego, se convertirían en el 11-S; la pobreza a la que somete Arafat a su pueblo mientras su esposa despilfarra millones de dólares de sus cuentas parisinas con dineros mal direccionados; la incrédula prepotencia de Sharón, quien sigue creyendo que la mejor defensa sigue siendo un buen ataque; o las guerras promovidas por los Estados Unidos desde dudosos argumentos que avalan una improbable reinstauración democrática en los países árabes del Medio Oriente.
Nunca la violencia llevó a otra paz que la de los cementerios. Más allá de los parámetros culturales de cada sociedad y Nación, las intolerancias tan temidas, en definitiva, siempre se vuelven contra la población más vulnerable y nunca, o casi, contra esos militares, ministros de economía, políticos o grandes cráneos de la guerra. Ellos construyen el sistema y, en muchas oportunidades, el sistema que reemplaza al sistema hasta que otra situación -en muchas ocasiones también violenta como la inoperancia de los dirigentes, su necedad o, sencillamente, su hijaputez- pone el freno y grita basta.
Cada sociedad tiene su tiempo y su proceso de cambio. Lo que se nota es que muchas de ellas están en marcha, caminan. Acá, en los Estados Unidos, en Israel (con sus movimientos pacifistas u objetores de conciencia, aún a pesar de su polarizada derechización con la que llega a sus primeros 56 años de vida), en Palestina con intelectuales que empiezan a asomar como alternativa más notable (y potable) desde la firma del “Acuerdo de Ginebra”, o en España donde el Partido Popular acaba de perder las elecciones a manos de una criatura que engendró en su propio territorio y alimentó con una nueva relación carnal con los Estados Unidos.
Así como se propone una acción conjunta contra el terrorismo, una forma de combatirlo no es sólo intentado encontrar nuevos códigos que nos permitan entender otras formas sociales de decir, sino combatiendo los mesianismos.
Jonathan Fine, en la entrevista publicada en esta edición, marca las diferencias entre el terrorismo occidental de la década del ‘70 y el islamista de la actualidad: “Más allá de los tipos de guerrilla, en todos los casos existía diálogo y disponían de una agenda secular. En el 11-S no hubo un solo intercambio de palabras con los secuestradores”. No hubo diálogo, al igual que en los operativos militares de la década setentista, o los hombres bomba palestinos, o en los atentados de Atocha… o los atentados selectivos del gobierno de Sharón.
“No hay diálogo porque parten de determinismos religiosos”, agregó Fine. Fanatismos de diversa índole que afectan, de un modo u otro, a poblaciones de diversas partes del mundo. Y que siempre parten de las religiones mesiánicas, de libretos inamovibles porque los dioses, o sus representantes en la tierra, o los gurúes de diversa calaña así lo indican.
Ahí estamos hoy, sentados sobre fanatismos conocidos, antiguos, que toman nuevas caras según las civilizaciones en las que intentan regir las vidas de la gente con nuevas acciones.
¿Cuál será la siguiente mientras las alternativas de lograr una paz justa y duradera en los múltiples conflictos internacionales brillan por su ausencia? Porque respuestas existen, el tema es ver a quién le interesa implementarlas.