El sionismo, como cualquier concepción política, puede ser discutido sin temor a que se considere antisemita a quien lo hace, más aún cuando lo que se busca en los países modernos es la separación entre el estado y la religión.
Además, la existencia del Estado de Israel es un hecho indiscutible y aceptado por la comunidad internacional.
Algunos políticos sionistas suelen valerse del viejo truco de sentirse atacados como judíos cuando se pone en tela de juicio alguna de sus políticas o acciones de gobierno.
No diferenciar claramente entre judaísmo y sionismo, o entre el Estado de Israel y el gobierno israelí parece ser un error conceptual que también comenten nuestros dirigentes comunitarios y algunos políticos del sionismo argentino.
Y el error no solo se evidenció recientemente en el enojo causado por las declaraciones de Abraham Kaul, Presidente de la AMIA, condenando el ataque que costara la vida al líder del Hamas -el jeque Ahmed Yassin-, palabras que fueron criticadas duramente por dirigentes de la DAIA, sino también en la incapacidad de establecer las necesarias y sanas diferencias entre la DAIA y la Embajada del Estado de Israel.
Las diferencias son, básicamente, la función de representación diplomática de un estado y la DAIA como una entidad argentina que debe representar los intereses de la comunidad judía de este país, aunque esos intereses -a veces- no sean coincidentes con los del gobierno israelí.
Confusiones
El silencio de Israel durante la dictadura militar y la velada complicidad de la DAIA durante ese período, son consecuencia de estas confusiones.
El apoyo explícito de la Embajada al gobierno de Menem y a la gestión del juez Galeano en la causa AMIA fue seguida a rajatabla por la DAIA y la AMIA. Hoy es indiscutible el fracaso de esa política y son una demostración clara de que esas diferencias de intereses deben ser mantenidas con independencia sin que nadie se rasgue las vestiduras por ello.
La desastrosa manera en que se manejó la causa ya es de dominio público y los dirigentes tendrán que afrontar su fracaso frente a la comunidad.
Nunca, por la errónea decisión de nuestra dirigencia, supimos separarnos del gobierno de entonces y del juez, responsables del estado actual de la causa, y ahora seremos co-responsables del resultado.
Otra confusión de roles fue no haber dejado claro que el único responsable por investigar y resolver el atentado a la AMIA es el Estado argentino.
Ni hablar del reconocimiento de algunos funcionarios de la Embajada en el sentido que el Estado de Israel no consideró como prioritario que se resuelva el asunto de la conexión local en ambos atentados para no enemistarse con el gobierno de Menem, aunque exigió permanentemente que nuestra dirigencia condene a la república de Irán sin proveer las pruebas necesarias que impliquen a dicho estado en el atentado a la AMIA. Esto, a merced de la obsecuencia de los dirigentes argentinos, significó no seguir otras pistas como la llamada “pista siria” o algunas ramas de la llamada “conexión local” que, probablemente, nos hubiesen acercado un poco más a la verdad y nos hubiesen permitido tener en el banquillo de los acusados a los verdaderos encubridores y, tal vez, a algún culpable local.
Israel consiguió lo que quería para su política exterior (demonizar más a Irán y aceitar sus relaciones con Menem) y nosotros nos quedamos sin nada.
Direfencias
Si no somos capaces de establecer y comprender esta diferencia, difícilmente vamos a poder distinguir con claridad a un antisemita de un opositor político, o a un nazi de un genuino intelectual que no está de acuerdo con la política de Sharón en los territorios ocupados.
Tampoco vamos a poder defendernos cuando algún dirigente agazapado, ante el supuesto probable del antisemitismo o “anti israelismo”, nos haga equivocar nuevamente en nuestras decisiones.
La principal causa de la intolerancia es la igualación, es decir: poner a todo el mundo en la misma bolsa. Los negros son todos violentos, los judíos son todos usureros, los árabes son todos fundamentalistas, podríamos -inclusive- agregar esta nueva raza y decir que los dirigentes judíos de la Argentina son todos corruptos.
Y algunos se ponen como locos cuando otro dirigente, o intelectual, o simple miembro de la comunidad quiere salirse de la bolsa con una idea distinta.
Preguntas
¿Se puede ser sionista y no estar de acuerdo con la política de Sharón? Por supuesto.
¿Se puede ser judío y no sionista? Por supuesto.
¿Se puede ser anti sionista y judío? Por supuesto.
¿Se puede querer a Israel y amar la paz? Por supuesto.
Se puede pensar que Sharón no es la paz? Por supuesto.
¿Se puede defender al Estado de Israel y no aceptar que se dispare sobre la población palestina? Por supuesto.
¿Se pueden soportar atentados terroristas en territorio israelí y luchar contra ellos sin que eso nos convierta en monstruos iguales y contrarios? Por supuesto. Italia es un ejemplo, pudo derrotar al terrorismo sin salirse de la ley.
¿Hay otras maneras de defendernos que no impliquen matanzas innecesarias de palestinos con el aval del Estado u ordenadas por él? Por supuesto.
¿Es anti sionista decir todo esto? De ningún modo.
¿Es anti judío? Al contrario, preguntarse todos estos temas y discutirlos, es parte del espíritu judío humanista. Y tan humano, aunque me pese, como lo es Sharón.
Modelos
Sería importante para nuestros dirigentes ver la forma en que la comunidad judeo-estadounidense no sólo disiente sino que muchas veces forzó políticas distintas en Jerusalem a cambio de su apoyo.
Ellos tienen claro que si bien apoyan a Israel, no siempre los gobiernos israelíes (según su modo de ver) actúan correctamente a favor de Israel, y saben hacer sentir esas diferencias.
Saben que Israel es permanente y los gobiernos, temporarios.
Es hora que nuestros dirigentes, que por temor -a veces- a que se hagan públicas nuestras diferencias, a que se revelen ante los medios errores y conductas aberrantes de algún dirigente (como en el caso del Hospital Israelita o el manejo de Beraja en la causa AMIA) terminan metiendo en la misma sucia bolsa a todos los judíos de la Argentina. Y eso no ayuda a combatir el antisemitismo, sino a igualarnos y eso es lo que quieren los antisemitas: que los judíos seamos todos iguales a Beraja.