Saber popular:

Los cuentos de mi bisabuela Rebeca (Z’l)

Por Silvia Borodowski

Mi bisabuela Rebeca, Rifque para los amigos, fue una mujer muy moderna para su época. Llegó a Moisés Ville desde la ciudad de Iash, en Rumania, en 1896. Ya por esos años se había divorciado de su primer marido y estaba casada con el segundo, mi bisabuelo Salomón.
Su único problema era la prole de 15 hijos que había obtenido de ambos matrimonios, entre los del primer marido, los del segundo y los que tuvo en común con éste, formó una deliciosa familia. La pastilla no se había inventado.
Mi mamá pertenece al grupo de los últimos. Cuando yo era chica, mamá siempre me decía:
– Si reúno a todos mis primos estoy segura que podemos fundar otro pueblo igualito a Moisés Ville.

Yo no le creía, por supuesto, pero con el tiempo me di cuenta de que era cierto, porque los 15 se multiplicaron tanto pero tanto, que llegaron a más de 200. Familia numerosa, que le dicen.
Cuando el matrimonio llegó a esas desoladas tierras, lo único que se veían eran indios por todas partes. Gracias a Dios la silueta de mi bobe, después de tener tantos hijos ya no era la misma de antes, así que no terminó su historia como cautiva, aunque conociendo su historia, tengo mis serias dudas de si no lo hubiera disfrutado un poco más que con Salomón, y debió conformarse con ser solamente una buena vecina.
El Señor le tenía deparado otro destino, fue así que poco tiempo después se convirtió en maestra, traductora, hechicera curalotodo, comadrona, dentista y quien sabe cuántas cosas más que nadie de la familia me quiso contar.
La cosa sucedió así: como la pobre Rebeca, Rifque para los amigos, extrañaba a sus amigas de Rumania, y no tenía con quién intercambiar ideas y conocimientos, se acercó un día, curiosa, a esos indios que andaban por ahí cercando sus tierras, quienes silenciosamente la miraban trabajar noche y día con sus 15 hijos.
Cansada de no poder charlar a sus anchas, un buen día en que se despertó con todas las luces prendidas, en un sentido literal por supuesto, y se le ocurrió acercarse a éstos y enseñarles a hablar tanto el rumano como el idisch. ¿Acaso conocemos otra forma de comunicación más importante?
Mi bisabuela Rebeca era muy inteligente. Los indios, aceptaron la propuesta y así empezó una historia de intercambios famosa en todo el territorio de Moisés Ville.
No pasó mucho tiempo y el tratado de amistad e intercambio dio sus frutos, ella les enseñó a preparar guefilte fish, kneidalej y otras delicias de la cocina judía, y ellos le enseñaron a matar víboras, yacarés, y cualquier otro bicho que caminara por ahí; eso sí, si comían carne de caballo tenía que ser kosher.
Poco tiempo después ya andaba a caballo sin montura, preparaba remedios con plantas y yuyos, fumaba unos cigarrillos que le hacían ‘‘bien al asma’’ y curaba a todos los vecinos.
Una anécdota simpática de aquella época fue cuando le preparó a mi tía Ana, un te de amapolas que la durmió por 24 horas, ante el desconcierto de mi bobe Paulina que ya creía a su hija menor muerta en trágico y definitivo final.
Mi bisabuela Rebeca Z’l, Rifque para los amigos, vivió hasta los 87 años, su marido Salomón no tuvo esa suerte, falleció mucho más joven, en los brazos de Rebeca, frustrada porque todos los remedios que ella, con tanto amor le había preparado, no le dieron buen resultado. Pero eso sí, él murió en su cama y en Moisés Ville.