Pero lo más grave de todo, mucho más grave que los atentados mismos, ha sido el comportamiento patológico del país en su conjunto frente a los estragos en los 12 años transcurridos, y tal vez ahí esté la clave para entender la razón por la cual hayamos sido «elegidos» dos veces como blanco de hechos tan horrendos e inéditos en todo sentido en el mundo hasta ese momento.
Las debilidades y miserias de la sociedad argentina han permitido a los perpetradores reales contar, a priori, con impunidad asegurada, es decir: la garantía que sólo se encararían las investigaciones virtuales que ellos indicaran.
Hubo una sola excepción a esta regla, fue un conato de investigación real (en serio) protagonizado por la Corte Suprema, durante el período 1995 a 1997, cuando Fayt estaba a cargo de la instrucción de la causa.
Esto ha sido rigurosamente así, y lo prueban los nulos resultados obtenidos luego de 12 años en ambas «investigaciones» y se confirma en lo que se ha visto hasta ahora de los alegatos de los acusadores en el juicio oral.
Al respecto, las plañideras del fiscal Mullen con relación al gobierno de Menem superan todo lo imaginable, especialmente por lo extemporáneas y remanidas.
Dijo Mullen entre otras cosas: “…Los que tuvimos el doloroso privilegio de conocer el expediente nos encontramos con un nivel de corrupción pública y privada difícil de imaginar…”.
El, particularmente, no podía tener ningún «privilegio», ni «doloroso», ni placentero, su obligación primaria era denunciar esa corrupción e identificar a los corruptos cuando todavía se estaba a tiempo de neutralizar su accionar. No lo hizo, sino que por el contrario todo indica que fue cómplice de esa corruptela. Pero ahora pretende esgrimirlo como excusa para justificar las barbaridades de la instrucción, que es lo único que ha quedado claro de más de 2 años y medio de juicio.