No sólo no se fueron todos, sino que en el país del “no me acuerdo”, Carlos Menem, finalista en este ballottage, es uno de los máximos responsables de las desgracias políticas y económicas del país: incrementó la deuda externa, promovió el Punto Final, en su mandato volaron las sedes de la Embajada de Israel y la AMIA, acentuó la desigualdad social y fue un fiel sostenedor del modelo rentístico de las minorías poderosas impuesto en el país por la dictadura militar.
El otro peronista en carrera, Néstor Kirchner, a pesar de ser un aparente continuador de la política duhaldista, inspiró una propuesta de cambio en los sectores mediosv y populares inabordables para candidatos como Carrió, López Murphy y los partidos de izquierda.
Lo cierto es que esta primea vuelta sonó más a una resolución de la interna peronista que a elecciones propiamente dichas.
Ahora, el próximo 18 de mayo, se juega el verdadero destino próximo del país y lo conocido acecha a la esperanza.
El productivismo frente al neoliberalismo, el olor de algo desconocido en el ámbito nacional -o al menos diferente- frente a las viejas usanzas de la política.
En Argentina comienza a diseñarse el país del nuevo siglo y uno de los datos más importantes que se visualizan en estas elecciones es que el peronismo dejó de depender exclusivamente de sus votantes tradicionales (al igual que el radicalismo, pero por otros motivos que ya lo quebraron cuando la Alianza y, definitivamente, en diciembre de 2001).
El monopolio el bipartidismo parece haber llegado a su fin; y eso es bueno para el sistema democrático que puede recurrir, en las próximas elecciones legislativas, a una horizontalidad electoral más sana.
Pero hoy, al momento de las urnas presidenciables en poco días más, Argentina sigue pareciendo mágica y nadie, o pocos saben qué saldrá de la galera por que, a pesar de lo que diga la gente y los encuestadores, quién sabe qué conejo puede sacar aún Menem de su oscura galera.