Testimonio de un exilio

Heredarán la tierra

Nos fuimos en junio de 1975. Sentíamos olor a campos de concentración, dijimos, a los amigos. Vos no sos lúcido, sos loco, nos dijo alguno, angustiado porque los asesinatos de la patota peronista y las fugas -ahora la nuestra- los estaba dejando muy solos. Y muy solos nos fuimos. Desde entonces todo lo que leemos, todo lo que escribimos, todo lo que intercambiamos verbalmente, en persona, por teléfono, por medio de correo electrónico recientemente, con la oreja pegada a los aullidos y susurros, llantos y diálogos de serena contención que nos mantienen vivos, moribundos, en relación con la patria que perdimos, nos habla de desastre, de situación límite, de borde abismal. Siempre peor. Matanzas, fiascos, fraudes, dolor, vergüenza, humillación, rabia impotente, cansancio. Y los amados de las primeras décadas que nos van dejando, y los chicos que nacen, que crecen, cumpleaños, graduaciones en una continuidad que no cesa. Y el goteo, a veces chaparrón de quienes se van añadiendo a este destierro, a este exilio que no logra ser transtierro -como fuera el de quienes un día desembarcaron allá- y no siempre por incapacidad nuestra, ni sólo por la contumacia en el amor y la preocupación por lo que de aquello será nuestro hasta el final, que queremos combinar con las preocupaciones nuevas y los amores urdidos de este lado. Siempre a peor: más pobreza, más miseria, más estafas, más huídas.

Por Jaime Naifleisch (Desde España)

El duro exilio

Los que son de allá y los que no son de allá pero se esfuerzan, como nosotros nos esforzamos junto a los exiliados que se rehacían entre nosotros, como nosotros nos esforzamos acá por adecuarnos sin desaparecer voluntariamente tras haber evitado la desaparición forzosa, procurando sumarnos y aportar, entender y explicarnos, amar sin límite lo primero y lo novísimo. Ninguna arena cosquillea en los pies como aquella en la que dimos los primeros pasos, y sabés que ya no regresarás cuando has tirado por rotos los zapatos con los que partiste, que en todo caso reemigrarás. Y sospechas que tampoco. Y aprendes a saborear otros sabores y a expresarte en otras hablas de tu lengua y otras lenguas.
Todo esto lo sabemos, sabemos también que hay maestros de la ceremonia de la confusión, como los progres reaccionarios o tanto tinterillo de multinacionales. Lo sabemos porque lo han escrito nuestros nobles poetas y escritores, el puñado de autores para la prensa, independientes y limpios, en tiempos de impasse y en tiempos de espasmo como cuando la entrega final de los últimos voluntaristas en Monte Chingolo, como cuando el Golpe del ´76, como cuando el sangriento circo de las Malvinas, como cuando Semana Santa, la Obediencia Debida y el Punto Final, la hiperinflación y el asalto carapintada a los mercados, el irresistible ascenso del grotesco Menem, el indulto…
Ataques espasmódicos, impíos, que vapulearon a nuestra gente allá y a nosotros donde quiera que fuésemos poniendo casa, infartos, insomnio, depresiones.
Sí, todo eso, y sus respectivas cifras, de deuda, de tasa de interés de la deuda, de falsas inversiones, de alzas y caídas, de expectantes ante las puertas consulares, de cuántos presidentes en diez días, lo sabemos. Todo es una catástrofe, siempre para peor.
Pero hay un par de datos de la realidad que solemos mezquinar, dar por hecho sin entrar en el detalle. El país no ha sufrido un desastre demográfico, tantos como nos vamos llegan, desde aquellos sudesteasiáticos que atrajo engañosamente la dictadura para compensar el descrédito implícito en el largo abandono de paisanos, hasta la miríada de iberoamericanos que bajaron desde sus abismos hacia el Sur dolarizado, equilibran las cifras. El país no ha dejado de ser rico, dador de ingentes beneficios a la mafia local y externa, y no es de extrañar que tras la huída de los que ya no aguantan la esfumación de los derechos, se opere la llegada de los dispuestos a recoger herencias mostrencas y recibir algo más -no sólo en dólares que enviar a casa-, que lo que hubiesen de haberse quedado con la escasez de origen. Y están, además, los conjurados que no se moverán, aferrados al suelo como el inhóspito piquillín pampeano, achicándose de día en día en expectativas pero haciendo por mantener un sentido a la permanencia, a la vida. No son pocos, buenos y trabajadores que simplemente aguantan, que aguantan, nada menos, y hasta se implican en denuncias y solidaridades. Y celebran cumpleaños y nos lo cuentan, y entierran a los que se nos van muriendo y nos representan en el camposanto, y hasta repintan la casa, compran libros, van al teatro. A veces alguno de ellos viene a vernos, a veces si llegamos a viajar, nos reciben como si no hubiesen pasado cinco o veintisiete años, con un modo que no parece de este mundo.

¿Los vencedores?

No obstante hay otros, los que verdaderamente se han quedado con el país. Los que hacen de la vida de ellos un aguantar y mantener, y de la nuestra una zozobra humillada e impotente. Son los que han ganado. No solemos hablar de ellos, rara vez se los describe, antes bien se los supone, son figuras tácitas. Y no son sólo los grandes capos del narcotráfico, de la gran mordida en el turbio affaire de la expropiación de la riqueza nacional. Son también y no son pocos, los que campan por sus fueros en las calles y las playas, tipejos armados y brutales, con currículuum de secuestros, violaciones y otras torturas, asesinatos, desapariciones, machos militaristas de creencias abominables, prontos a ser machos con los más débiles, palurdos de la mafia que se hizo con la vida gremial, doctrineros en las escuelas y las universidades que jamás habrían accedido a la función docente sin mediar el vacío dejado por los demás y el favor de los altos jefes del crimen organizado, delatores, cagatintas de la prensa amarilla, tipejos de obediencia debida proliferantes en todo tipo de puestos laborales de taxímetros, inmobiliarias y transportistas, de mercadeo y tratas mil, proxenetas… ¿cuántos son? El campo orégano para la violencia doméstica, para el prepoteo de vecinos, para la trapisonda judicial, para toda forma de abuso de poder en la multiplicación sin fin, desaforada, de la putrefacción que solemos reducir a la cabeza del pescado: el presidente, los ministros.

Memoria

Ellos han ganado, se han quedado con lo que perdimos, el país, la patria, porque en la sociedad nada se pierde, todo cambia de manos. No nos olvidemos de ellos cuando hablamos de macroeconomía, de la tragedia de los incesantes exilios y el vaciamiento suicida del país, de la indignación que con toda naturalidad genera esta gran degradación en los bien nacidos, los que permanecen, aferrados como musgo, y los que vivimos colgados de una tierra que parece derivar y alejarse sin remedio. Ellos la están heredando.