A pesar de ello, sus planes de jubilado no contemplan dejar de ir al Dokumentazionszentrum (Centro de documentación, nombre con el que bautizó a su comando), pero el sobreviviente a trece campos de concentración e igual número de sentencias a muerte, dejará para siempre de corretear antiguos oficiales de la Luftwaffe, la SS, la Gestapo y otros organismos de la Alemania de Hitler que tuvieron que ver con el Holocausto.
La tristeza de este nonagenario que llegó a pesar 48 kilos en 1945, año en que los norteamericanos liberaron a los prisioneros de Mauthausen, tiene una sola explicación: justo ahora que, a sus 93 años, tiene el dinero suficiente para montar una persecución de ensueño, con facilidades para repatriar y entregar a las autoridades a sus blancos, Wiesenthal no tiene a quién arrestar: “Sobreviví a la mayoría de la gente que he buscado por cincuenta años. Todos están muertos. Ya no hay nadie a quien cazar”.
No al olvido
A pesar de la tragedia de ya no tener presas, Wiesenthal explica su extraña profesión del siguiente modo: “Cuando nos encontremos en el otro mundo y nos veamos con los miles de judíos que murieron en los campos, seguramente nos preguntarán qué hicimos en vida. Unos responderán me volví joyero, otros dirán que se volvieron constructores, otros vendedores de cigarrillos. Cuando me pregunten a mí les diré que me dediqué a no olvidarlos”.
Ahora que Wiesenthal ha decidido no cazar personalmente más nazis, juró y perjuró dedicar su tiempo libre a ampliar su colección de sellos postales. En estos tiempos un oficio tan raro como aquel por el que optó hace medio siglo.