“Una mayoría significativa de la población israelí adulta apoya la creación de un estado palestino, concesiones territoriales significativas y el desmantelamiento de gran parte de los asentamientos en Judea, Samaria y la Franja de Gaza, especialmente los asentamientos más aislados y que se consideran ‘una carga innecesaria’ para la seguridad nacional” (sondeo de opinión de Mina Tzemaj, Yediot Ajaronot).
“El bloque parlamentario de extrema derecha -derecha y partidos religiosos- según el sondeo eleccionario del 15/11/2002, llegaría a 66 bancas del parlamento israelí (sobre un total de 120), el bloque de oposición con alrededor de 54 bancas, y 10 escaños a los partidos árabes” (Televisión Israelí, Canal 2).
“La idea del ‘Transfer’ (expulsión de árabes) cobra cada vez más adeptos en Israel, especialmente en la situación de inseguridad personal, y atentados frecuentes… y ante un contexto ‘favorable’ (ataque norteamericano en Irak, o mega-atentado en Israel) sería incluso posible de implementar.»
“Uno de los principales problemas de Israel, tanto a nivel de seguridad como demográficamente hablando es la falta de límites reconocidos, y la falta de decisiones claras al respecto” General (Reserva) Uzi Dayán, Director del Consejo de Seguridad Nacional.
“Los estudios demográficos demuestran que en el año 2020 se llegaría a una paridad entre el número de judíos y árabes en el Estado de Israel y los Territorios Ocupados” (Oficina Gubernamental de Estadísticas).
Las frases anteriormente citadas y otras tantas que sería posible mencionar, ejemplifican la complejidad de la situación por israelíes y palestinos (en Israel y en los territorios ocupados), pero por sobre todo dan una noción acerca de las decisiones cruciales ante las que se encuentra la democracia israelí al llegar la hora de nuevas elecciones generales y luego del desmembramiento del gobierno de Unidad Nacional encabezado por Ariel Sharón.
La vida política israelí, dicotómicamente dividida entre una supuesta derecha nacionalista, pero con raíces populares a nivel económico social, una pseudo-izquierda pro paz en su concepción política pero notablemente neo-liberal en su visión social, bloques ortodoxos y ultraortodoxos judíos (sefaradíes, ashkenazíes) y un bloque árabe israelí minoritario significativo, se maneja “entre polos y disonancias” y, por ende, es manipulada por los líderes políticos desde posturas pragmáticas y populistas que generalmente no se basan en hechos y datos, sino que están orientadas por sondeos de opinión generadores de acciones y reacciones puntuales que responden a voluntades de obtener la popularidad de tal o cual líder.
Ambigüedades
La “ambigüedad” podría ser el calificativo más exacto para describir las posturas esgrimidas en el debate político en Israel, y quizás es justamente el actual primer ministro Ariel Sharón, arquitecto de la Guerra de El Líbano y el Plan Oranim, quien basa toda su concepción política y popularidad actual en dicha “ambigüedad”. Sus recientes declaraciones acerca de que “el estado palestino existe de facto” (que despertaron una gran oposición en su propio partido Likud y en la extrema derecha israelí) podrían generar alguna clase de esperanza en aquella mayoría que está dispuesta a realizar “dolorosas concesiones” en pos de la paz. Pero justamente, dichas declaraciones fortalecen la concepción que se transformó en un lema electoral: “Sólo el Likud puede” (por ejemplo los acuerdos de paz con Egipto y la retirada de Israel del Sinaí en el primer gobierno de Menajem Beguin z”l), indicando que solamente un gobierno de derecha tendría legitimidad para desmantelar asentamientos, hacer concesiones territoriales y manejar las negociaciones frente a los palestinos.
Los hechos demuestran no sólo que dicho lema es falaz, sino que en épocas de gobiernos de derecha (y en el gobierno de Unidad Nacional encabezado por Sharón) las inversiones en los territorios ocupados se incrementaron (construcción masiva, nuevos caminos, infraestructuras, etc.) con la clara intención de transformar la colonización israelí en los territorios ocupados en un obstáculo ante posibles negociaciones. Hay quien sostiene que la situación ya sería irreversible, y ya no se podría desalojar a parte de los colonos de Judea y Samaria. Quizás el Likud puede pero, evidentemente, no quiere.
Pero la ambigüedad no es patrimonio exclusivo de Sharón y el Likud. También se transformó en un mensaje “políticamente correcto”, muy especialmente desde el comienzo de la Segunda Intifada, cruenta escalada de violencia en la zona con sistemas de terrorismo y lucha antiterrorista que arrojaron miles de víctimas inocentes. Los líderes del Laborismo, como ser el ex-ministro de Defensa Biniamín (Fuad) Ben Eliezer -que hace dos meses dejó el Gobierno de Unidad Nacional, y perdió en las elecciones internas frente a Amram Mitzná, tornándose éste último en jefe del Laborismo y candidato a Primer Ministro frente a Ariel Sharón- y otros líderes, adoptaron el lema de que “Arafat es irrelevante y no hay interlocutor palestino válido y legítimo con quién dialogar…» De esta manera conciliaron con la línea populista renunciando a ser alternativa a las tendencias nacionalistas en boga y, por ende, a ser contrincantes reales al “Camino de Sharón”. La tendencia ambigua del Laborismo se vio reforzada en las últimas elecciones internas para candidatos a diputados de ese partido. Junto a Mitzná, un líder pro-paz, se sentarán en la bancada laborista en la Kneset (parlamento israelí) diputados del ala dura, quedando el grueso del ala pro-paz relegada a un segundo plano.
Es más. En el campo político-partidario israelí actual se entremezclan y se achatan las posturas políticas y se renuncia a posturas basadas en valores ético-morales por ser éstas evidentemente impopulares; el discurso ideológico desaparece transformándose en “tácticas eleccionarias”; se vive un clima de dolor y revancha y se tiene la sensación de pérdida de la seguridad personal (¿quizás pérdida de la soberanía?). Ante este cuadro sombrío, son pocos quiénes están dispuestos a declamar claramente que hay dos caminos al sionismo, dos caminos irreconciliables (y no necesariamente representados en el espectro político partidario actual en Israel), y que las “ambigüedades” carecen de respuestas reales y duraderas ante la situación aguda del conflicto. Este es el tiempo de las decisiones cruciales.
El primer camino
Uno de esos caminos habla en nombre del pasado glorioso del pueblo judío y del Reino de Israel, de los “derechos históricos del pueblo judío sobre la Tierra de Israel”, esgrime la “promesa divina” como si ésta fuera un contrato incondicional y ad-eternum, y está empapado de mística mesiánica “del comienzo de la Redención”. Esta corriente, retro-alimentada por el fundamentalismo palestino e islámico y por los sistemas de lucha infrahumanos e ilegítimos que los más extremistas adoptaron (atentados suicidas, asesinatos masivos de civiles inocentes), podría llevar a la continuación y eternización del conflicto (como un escenario “minimalista”) entre los pueblos, con tres resultados probables (o la combinación de los mismos):
1-La anexión de Judea, Samaria y la Franja de Gaza al Estado de Israel, el otorgamiento de derechos políticos civiles a los palestinos y, como resultado de ello, la renuncia a la mayoría judía y el carácter judío del Estado.
2-El establecimiento de un sistema no democrático (modelo apartheid) en todo el territorio israelí y los territorios ocupados, en el cual los palestinos no gozan de derechos políticos y civiles.
3-El pronóstico más temible e improbable, el “Transfer” masivo de palestinos de los territorios e, inclusive, de árabes israelíes.
Las implicancias y consecuencias de estos modelos son imaginables…
El segundo camino
El otro camino es el del sionismo social que ve a la empresa sionista como la combinación de aspiraciones nacionales y culturales del pueblo judío, respetando la aspiración de autodeterminación de todos los pueblos, y que tiende a normalizar la condición existencial del pueblo judío, otorgando a Israel límites internacionalmente reconocidos y legítimamente defendibles, manteniendo el carácter judío del Estado de Israel (respetando sus minorías étnico-religiosas) y siendo parte de las Naciones del Mundo.
Esta corriente, tan golpeada por la actitud palestina y el fracaso de su actual dirigencia, apoya el establecimiento de un estado palestino en la casi la totalidad de los territorios ocupados por Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967 (excepto arreglos limítrofes necesarios para que los límites sean reconocidos y defendibles), y la declaración de la finalización del conflicto árabe-israelí (no sólo en las relaciones entre israelíes y palestinos sino también con los estados árabes – musulmanes) como máxima realización de la empresa sionista en el campo de las relaciones internacionales.
Las implicancias y las consecuencias de este modelo podrían ser imaginables… Esta es la temporada de decisiones cruciales.•