Alta Gracia, Córdoba

La unión hace la fuerza

A 30 kilómetros de Córdoba capital se encuentra la ciudad de Alta Gracia. Las pocas familias judías que la pueblan están comprometidas con su identidad. Su búsqueda constante de lo judío es un buen paradigma para quienes creen que en las pequeñas ciudades del interior del país las comunidades no son activas o, tal vez, se están muriendo.

Por Erica Olijavetzky Mayer (Desde Alta Gracia, especial para Nueva Sión y Hagshamá)

“Dale Ethel, tenemos que estar a las siete” grita Carlos entusiasmado, es que en la casa de los Shaffer se prepararon para ir a la ceremonia de Jánuca. Corren los fines del mes de noviembre y Carlos y Ethel, uno de los pocos matrimonios judíos de Alta Gracia, marchan con una sonrisa tan grande como su corazón a la ceremonia en la que oficiará Eduardo Kaplán, médico de profesión y presidente de la comunidad local. Las diecisiete personas que forman parte de la colectividad judía se darán cita en lo que funciona como “templo” .
Pero lo cierto es que no hay templo, no hay salón israelita, no hay un edificio con los barrotes en la vereda. No los hay porque los judíos, protestantes, evangelistas y católicos conviven en paz. No es necesario protegerse del enemigo, sencillamente, porque no hay enemigos. Sí hay, en cambio, mucha unión y mucho respeto. Sí hay una “escuelita”, así la llaman.
“A nuestros padres les costó mucho comprar esta casita, al principio era solo la parte de adelante, es decir la piecita y la mitad del salón” cuenta Kaplán.
Habla de tres metros de ancho por cuatro de largo. “Esta es nuestra escuelita, acá veníamos de chicos a aprender hebreo, idish y también costumbres y tradiciones”.
Carlos escucha atento y sin pensarlo interrumpe: “¿Te acordás Edu? Todos los años nos enseñaban casi lo mismo”. Eduardo asiente y explica: “claro, si todos los años empezaban chicos nuevos y como el aula era única y la maestra también, estábamos condenados a ver siempre lo mismo”. Se ríen los dos en una complicidad que los traslada a la infancia.
Vuelven los recuerdos de “la Sarita, de Cintia, de Isaías y la Raquel”. Sus fieles compañeros de aquellos tiempos de la “escuelita”, de pantalones cortos y con ganas de hacer picardías. Esas picardías que están grabadas en la memoria y que reviven cada vez que entran a la “escuelita”.
Las esposas de Eduardo y Carlos, Edith y Ethel acompañan a sus maridos en los recuerdos, ninguna de las dos son nacidas en Alta Gracia pero saben de memoria las anécdotas que ellos vivieron dentro de esas cuatro paredes. Edith, psicóloga ella, se emociona y explica para los presentes el significado de Jánuca. Ethel vivaz, compinche e inquieta prepara la gaseosa que se va a servir al final de la ceremonia.
Más allá, casi al final de la larga mesa, una parte del pasado, del presente y del futuro se disponen a compartir ese momento. Es que están Clarita, la mamá de Carlos que es el papá de Federico y Tamara Polacov. Las tres generaciones fueron a la escuelita con un mismo fin. Estar juntos en una fecha tan importante como la de esta celebración, para comprender, en definitiva sus raíces.

Un pacto de amor

Todos ponen el hombro, la comunidad vive porque los judíos que la componen así lo quieren, porque en cada rincón de la “escuelita” se nota la dedicación y la preocupación porque ésta se mantenga en pie.
Las pocas familias están unidas más allá de lo religioso por un lazo amistoso que los hace fuertes. Se trasladan a Córdoba para las fechas más importantes como Rosh Hashaná y el Iom Kippur porque no tienen rabino local. Los chicos, muchas veces, viajan para ciertas actividades incentivados por sus padres que les enseñan y los educan en la tradición judía.
Nada les regalan ni les donan. Si bien tienen necesidades edilicias, los judíos de Alta Gracia logran lo que muchas veces en grandes comunidades, y edificios superdotados de confort, cuesta conseguir: armonía, identificación y la felicidad de ser judío.•

Una familia simple…
Los Shaffer

Carlos Shaffer, nacido y criado en Alta Gracia, es una de las columnas del judaísmo local. Cuenta que nunca se le ocurrió irse de allí porque es allí donde tiene todo. “La traje a ella (se refiere a su esposa Ethel) y acá me quedo”, afirma.

¿De dónde vino Ethel?
Nací en Concordia, Entre Ríos, pero a Carlos lo conocí en Buenos Aires cuando acompañé a una prima a una fiesta. Me pidió que le hiciera “la pierna” con un muchacho y ese muchacho traía un primo… y acá me tenés…

No lo dudó y se radicó.
Me enamoré y me casé, y cuando conocí Alta Gracia no dudé en armar acá mi familia. Me gustó mucho esta ciudad. Aquí tuve mis hijos Jorge (George) y Rubén. Tengo una nuera (Patu) y de acá no me saca nadie. A pesar de que viajamos mucho y casi conocemos todo el país y parte del mundo, nuestros viajes siempre son con retorno.

¿Cree que la comunidad de Alta Gracia va a desaparecer?
Como en todos los lugares chicos, cada vez hay menos gente en la comunidad. Nosotros estamos muy contentos de cómo estamos. Siempre que podemos nos reunimos. Cada uno tiene sus horarios y sus tiempos, pero siempre hay un ratito para estar juntos. Nos faltaría un rabino o una morá (maestra de hebreo) porque, sino, tenemos que viajar a Córdoba. Tal vez, para los chicos, sea necesario tener alguna actividad organizada. En otros tiempos venía una morá desde Córdoba capital pero ya no se hace más.

Alta Gracia

A 30 kilómetros de la ciudad de Córdoba se encuentra Alta Gracia. Ciudad tranquila, con las sierras de telón de fondo y la tranquilidad que muchas poblaciones del interior suelen tener. En la plaza del centro, un enorme monumento a los inmigrantes se luce demostrando la convivencia de las distintas colectividades.
En él hay una leyenda: “El alma de la ciudad corre por el agua de las fuentes que ella ha construído”.
Por otra parte, la comunidad judía siempre está presente y lo selló con un monolito en homenaje a los caídos en el atentado a la AMIA. En 1997 construyeron un árbol simbólico que demuestra su compromiso y su dolor por lo ocurrido en aquel julio del ´94.
Alta Gracia, si bien tiene una comunidad pequeña, tiene la amabilidad enorme de recibir a cuanta persona demuestre interés por recorrerla y conocerla. La ciudad, como la comunidad, son pequeñas pero demuestran su interés y férrea voluntad por seguir existiendo.