Tres de Rosh Hashaná

En Jánuka nos matamos con los griegos, en Purim con los persas, en Pesaj con los egipcios y en Lag Baomer con los romanos. En Rosh Hashaná y Kipur, muy por el contrario, no nos matamos con nadie. Decididamente a estas fiestas les falta un enemigo. (Sí, es verdad que está la guerra de Yom Kipur, pero la referencia es a las fiestas tradicionales, con intervención divina, berajot, más de un nombre en ibrit, y comer a morir). Y a falta de un enemigo externo…. ¿Qué mejor enemigo que uno mismo, la familia…. o el propio judaísmo? Los escritores judíos y argentinos se dieron una vuelta por el tema. Acá van tres.
Por Laura Kitzis *

Judíos sin judaísmo
Década del ´30, Hipólito Yrigoyen ya ha sido depuesto. Son los tiempos ultra católicos y fascistas del uriburismo. En esa Buenos Aires transcurren los días de Pablo Levinson, protagonista de Es difícil empezar a vivir, de Bernardo Verbitsky (sí, el papá de Horacio). Pablo viene del campo a estudiar Medicina a Buenos Aires (un hijo dilecto de aquellos gauchos judíos que en una generación sembraron girasol y cosecharon doctores). Es un joven retraído, tímido, hosco. Tal vez porque se siente muy solo en una ciudad que vive como ajena y amenazante, tal vez porque no le está yendo muy bien en el amor, o quizá por las inscripciones y los agravios antisemitas con los que tiene que convivir en la universidad, Pablo decide pasar el Año Nuevo judío en una sinagoga y ayunar en Yom Kipur. Ser parte, fundirse en el abrazo comunitario, en el sentimiento oceánico de pertenecer a un linaje, a una tradición, a un pueblo.
Pablo Levinson no ha recibido una educación religiosa. Es, además, un joven de ciencia, un ilustrado, un escéptico. ¿Cómo rezar?, ¿Y a quién?¿Y por qué?:
”Si un judío entra en una sinagoga y no sabe rezar como los demás, lo ha de lamentar, le ha de doler su ignorancia. Ahora podía comprobarlo en sí mismo”.
“Ese leer era orar, hablarle a Dios”.
“Con la cabeza alta y el sombrero puesto permanecían los judíos en la sinagoga. Conversaban con Dios de igual a igual”.
Expulsado del cielo judío, Pablo se hunde en un sentimiento de ignorancia y poca valía. Y más aumenta este, en tanto más idealiza a aquellos que pueden gozar la felicidad de la fe:
“Todos los judíos allí reunidos eran reyes. Todos no en realidad. Tan sólo los creyentes”.
Y como Pablo no sabe que los días judíos empiezan por la tarde, pierde la posibilidad de ayunar. Perdida la salvación por la fe, no lo salvará tampoco el cumplimiento del ritual. Se consuela pensando en “… esa milenaria devoción judía hacia el que sabe, aspirando a que ese saber llegará también a los hijos. Encontraba que eso era algo profundamente judaico en su esencia”. Este es un valor que nuestro protagonista (un intelectual) puede hacer propio. Si el saber, si la cultura, si la devoción por la ilustración son valores judíos, Pablo decididamente es judío. Sin embargo, ¿alcanza? ¿Se puede ser judío sin la experiencia comunitaria? ¿Sin que los demás judíos nos consideren “uno de los nuestros”?
“Es difícil empezar a vivir” es una novela que explora la soledad, el crecimiento, la toma de conciencia, el tránsito de la juventud a la edad adulta. Ópera prima de Bernardo Verbitsky, ganó en 1940 el premio literario Ricardo Güiraldes, uno de los más prestigiosos del país. El jurado estaba encabezado por un escritor vanguardista, Jorge Luis Borges.

Judíos gastronómicos
Década del ‘80, otra dictadura, la peor, la más sangrienta, también la última. La cena de Rosh Hashaná se hace como todos los años en la casa de la bobe. Entre charlas sobre electrodomésticos comprados en Miami (es la época del “deme dos”), relatos de visitas a sexhops europeos, y pronósticos sobre cifras de inflación y préstamos en dólares, transcurre la víspera de Rosh Hashaná. De pronto, un plato de latkes denuncia la fragilidad de estos judíos que integran comisiones directivas, viajan a Israel y mandan a sus hijos al shule:
-Latkes en RoshHashaná? ¿Qué es eso? –inquirió Bernardo.
-El plato preferido de tu papá.
-¿Qué tiene que ver? Hoy se come pollo y guefilte fish, los latkes sólo se sirven en Pesaj.
-¿Así que sólo en Pesaj? Su formación gastronómica, mi querido dirigente comunitario, es muy escasa. Los latkes se comen en Sucot.
-¿Sucot es Sukes en idish?
-¿No serán para Jánuca? –Esa fiesta con candelabros, dónde se encienden las siete velas por los macabeos. Yo recuerdo, que jugábamos a la perinola y había cosas dulces, quizá eran latkes con azúcar. ¿De la bobe se acuerdan?”.
“El plato de latkes”, Ricardo Feierstein.
Ni siquiera los rituales gastronómicos (lo que perdura, cuando todo lo demás se ha perdido) marca identitaria por excelencia, dará solidez a este judaísmo, que es (al decir del propio Feierstein) de “saldos y retazos”. El cuento culmina con la muerte del zeide. La tradición –tanto en su función materna y nutricia, como en su función paterna y garante de la ley- se ha perdido. Cierto judaísmo comienza, en este inquietante relato, a perfilarse sólo como una cuestión de clase.
“Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera, me dio del árbol, y yo comí” (Bereshit 3:12)
Publicado en Clarín en 2015, “La primera noche del mundo” es un cuento de Marcelo Birmajer en el que Rodri, el protagonista, recuerda una noche de Rosh Hashaná que le cambió la vida para siempre:
“Durante años, yo le había arrastrado el ala a Marisa. Nunca sentí que realmente la impactara, pero tampoco que me rechazara. Ella era linda, muy linda. Pero paradójicamente, no había tenido suerte con los hombres. Se había enamorado de rockeros sin fama ni destino y de intelectuales resentidos”
“Cuando aparecí yo, los padres, respiraron tranquilos… Ese RoshHashaná era definitorio. Nadie lo decía en voz alta, pero yo iba con la idea de pedir su mano”.
Los padres de Marisa son gente adinerada. ¿Qué se lleva a un hogar en el que hay de todo? “Finalmente se me ocurrió llevar manzanas, las mejores manzanas que pudiera conseguir. En Rosh Hashaná comemos manzanas con miel”.
“Frente a mi edificio atendía una verdulera espectacular. Yo ya estaba bien con Marisa, pero cada vez que veía a la verdulera, me inquietaba… Realmente, me producía un efecto físico inmediato… esa noche de Rosh Hashaná nuestras empatías estaban más magnetizadas que nunca”.
La noche en la que Marisa y Rodri hubieran debido consumar sus nupcias, crecer, multiplicarse y poblar la Tierra, Adán -Rodri cede a la lujuria, acepta la manzana que la verdulera-serpiente le ofrece…
“La manzana era exquisita, crocante, jugosa pero, quizás, un poco dura. Definitivamente un poco dura. Porque mi diente delantero, el que definía mi rostro y mi expresión, quedó clavado allí, en la manzana”.
Rodri llega ensangrentado, desdentado y avergonzado a la casa de su novia. No se atreverá a proponerle matrimonio, y la relación se irá apagando lentamente. Se casará con otra. Algunos años después se pondrá un implante dental.
Una tragedia tan antigua como el hombre. La tensión entre el amor tierno y el deseo sexual. La tentación, el fruto prohibido, la caída. El castigo. Ya nada queda de judío en este relato. Sucedió la noche de Rosh Hashaná con una manzana, hubiera podido suceder el 24 de diciembre con un turrón. Pinta tu aldea (judía) y pintarás el mundo.

Alta fiesta, amigo. ¿Todo tanquilo?
Desde las ansiedades existenciales y judías de Pablo Levinson, hasta la verdulera que hizo que Rodri se desviara del recto camino, pasando por esos latkes los cuales no sabemos si corresponde comer o no, pasaron casi 80 años. El judaísmo atravesó traumas que ni en sueños hubiera podido concebir. Algunos dogmas se flexibilizaron. Paralelamente a esto, el avance de la ortodoxia introduce una novedad: en el judaísmo no va a cambiar ya nada. ¿Iría hoy Pablo al Rosh Hashaná Urbano? ¿Iría a un Beit Jabad? Misterios de la historia (judía) contrafáctica.
Con o sin ayuno, con o sin latkes, hincándole o no el diente a la manzana del pecado, y a fin de cuentas, con o sin Dios, los días que van de Rosh Hashaná hasta Kipur, tienen esa sensación única, esa sospecha soleada de que podemos ser un poco mejores, querer mejor, sentir mejor, perdonar, ser perdonados, soltar algunos lastres, flotar un poco más livianos, acercarnos un poco a esa imagen esquiva de lo que hubiéramos podido y tal vez ahora sí. Una vida con afectos, un Lejaim, un mundo más justo y solidario. No hay mucho más.
Tizcú Leshanim Rabot, Gmar Jatimá Tová.

* Psicoanalista (UBA).