Parece fácil encontrar una veta casi risueña en el trayecto que un episodio menor, un insulto entre un vecino libanés cristiano, Toni Hanna, el agresivo dueño de un departamento que rechaza una reparación, y un capataz de origen palestino, Yasser Salameh, que dirige una cuadrilla que está arreglando un conjunto de edificios por disposición municipal.
Ese episodio, aparentemente menor, lleva a través de sucesivas instancias personales y judiciales a un conflicto a nivel nacional entre dos comunidades que componente el mosaico étnico y cultural libanés: los libaneses cristianos y los palestinos que se encuentran en carácter de refugiados. Estos últimos ocupan un status muy particular en la sociedad libanesa, luego de conflictos como los del ´48 (partición del mandato inglés en Palestina) y los de 1971, cuando el Rey Hussein de Jordania utilizó a su ejército para reprimir a la organización político militar –casi un doble poder- que estaban construyendo los palestinos en su territorio, obligando a un nuevo exilio palestino.
Toni, el cristiano, aparece dominado por una ira inextinguible, a cuyo origen accederemos a lo largo de la película, mientras Yasser sostiene un mutismo que parece incomprensible, pero que se revela como estrategia de una víctima social, consciente de su debilidad política en el contexto de una sociedad en la que su comunidad ha perdido poder.
La película consigue su propio idioma para transmitir su mensaje, con un ritmo interesante, en el que se van desplegando una enorme cantidad de elementos delante del espectador, quien es reiteradamente sorprendido por la aparición de nuevos personajes y situaciones. Muchas de las escenas tienen un sentido y contenido propios, lo que aporta profundidad y complejidad al conjunto.
“El insulto” puede ser pensada desde muy diversos ejes. Por un lado se trata de la actualidad de una sociedad herida por una guerra civil que de alguna forma no ha concluido, y cuyos protagonistas no han superado el conflicto original que los llevó a la confrontación extrema.
Por otra parte, es visible el choque entre formas arcaicas y modernas de pensar lo individual y lo colectivo: ¿son los sujetos individuales los responsables de los desastres que han protagonizado las comunidades a las que pertenecen? ¿Se puede volver a la justicia tribal, al ojo por ojo sin distinguir a los individuos concretos de sus grupos de pertenencia? ¿Dónde queda la común humanidad cuando se lanza la barbarie, y cómo se retorna a lo común?
La xenofobia y el racismo aparecen claramente personificados en ciertas formaciones “nacionalistas” libanesas.
Aparecen también, a pesar de no ser el tema central, las relaciones entre el hombre y la mujer en la sociedad árabe, los tradicionales vínculos patriarcales en la pareja, pero también los atisbos de cambio y los nuevos roles que empiezan a prefigurarse. Y también se problematiza el vínculo entre jóvenes y viejos profesionales, entre padres e hijos sosteniendo a partes enfrentadas en un conflicto de difícil resolución.
El gran tema del honor aparece encarnado en la figura de los dos protagonistas, ambos necesitando respeto, y reconocimiento, y reparación, y ambos obligados, por la fuerza de los acontecimientos, a comprender algo profundo sobre la situación existencial del “otro”.
Resulta muy sorprendente el funcionamiento del sistema judicial libanés, con jueces que muestran un alto grado de interacción e involucramiento con acusadores y acusados. No sabemos si lo que muestra la película es representativo, pero los jueces en las diversas instancias alcanzan un nivel notable de preocupación por la Justicia, a pesar de que las dos partes cuentan con un muy distinto peso político en el país.
Gran mérito de la película es, sin negar ni minimizar el drama de la dispersión palestina, poner también en la mira el sufrimiento de otros sectores comunitarios libaneses, también desplazados, masacrados y humillados en el contexto de la guerra civil impiadosa de “todos contra todos” que se extendió entre 1975 y 1990. Guerra civil en la cual también intervinieron sirios e israelíes para intentar configurar el escenario de acuerdo a sus propios intereses, sumando nuevas presiones y tensiones a una sociedad que parecía desintegrarse sin remedio.
Finalizada la guerra civil, quedaron planteados delicados equilibrios entre fracciones políticas y las sensibilidades sociales involucradas.
Ese en ese contexto donde se plantea, en “El insulto”, la importancia de la elaboración de la memoria, y sanar las heridas inflingidas. Es ahí donde la película muestra los problemas y dilemas que plantea a la subjetividad la reparación de heridas personales muy profundas, generadas en el drama histórico de Medio Oriente.
El Insulto nos dice también que el Líbano parece no haber podido dejar atrás las diferencias étnico-culturales-religiosas. El débil estado libanés sigue sometido a fuerzas internas y externas que exceden su capacidad y control.
Pero, mientras que en el contexto de una cultura política basada en la fuerza y el sometimiento del otro, parecen no tener espacio para edificarse, es en el espacio de la cultura, de la creación, de la “obligación de decir y de escuchar” donde se pueden construir puentes hacia lo humano, hacia la comprensión y el diálogo.
Director Ziad Doueiri
Duración: 1:54
Líbano, Francia, Bélgica, Chipre, USA