Opinión:

Disidencias con Daniel Barenboim

Hace unos días, para ser exactos el 26 del pasado mes de diciembre, fue publicado por el diario ‘La Nación’, de Argentina, un artículo de Daniel Barenboim titulado “Finalidad del Estado es la libertad”. Es un texto escrito por alguien que posee un enorme talento artístico, que tiene el don, la capacidad de embellecer la existencia de quienes aman la música con sus ejecuciones. Posee también la generosa condición del Maestro y una conducta ética admirable, por tantos actos cumplidos aquí en la Argentina, y en el exterior, en ayuda a jóvenes ejecutantes argentinos, en tareas relacionadas con la promoción de relaciones pacíficas a través de la música entre jóvenes israelíes y palestinos. Es, justamente por todo el prestigio que acompaña todos sus actos -algunos de ellos bastante polémicos para quienes no comparten sus actitudes- que queremos permitirnos disentir con algunas de sus afirmaciones, por considerarlas mucho mas que erróneas, casi peligrosas, al ser expresadas por una personalidad tan prestigiosa y reconocida.

Por Alicia Benmergui

Es importante, en principio, señalar que tener extraordinarias condiciones artísticas o de cualquier índole, no implica poseer una condición omnisciente que le permite a alguien opinar, con la misma autoridad que utiliza para exponer su ideas sobre cuestiones relacionadas con su especialidad, sobre otras que evidentemente desconoce.
Gran parte de su escrito está dedicado al comentario de la Ética de Spinoza, que afirma haber leído por primera vez a los trece años, al mismo tiempo que en la escuela estudiaba la Biblia, de la que sostiene que “es un texto enteramente filosófico”.
Barenboim puede no estar de acuerdo con aquellos que lo consideran un libro religioso, cientos de millones de personas en el mundo entero, pero la afirmación de que es un texto enteramente filosófico no solo es provocativo, es superficial y reduccionista porque se permite ignorar el hecho de que es una notable fuente de conocimiento histórico, lingüístico, literario, hermenéutico, geográfico, etc. etc. Es el testimonio de pueblos desaparecidos y borrados de la memoria por milenios de olvido de los que la Biblia dio cuenta de su existencia.
Barenboim considera la Etica como un libro básico y fundamental en su formación como persona, y también como músico, porque afirma que una de sus concepciones básicas es la libertad radical del pensamiento así como el inseparable vínculo que relaciona la emoción y la razón.
El músico reflexiona sobre la ayuda que representó en su vida la filosofía de Spinoza y lo útil que sería para la antigua minoría judía devenida en Nación, en un Estado Judío, que adoptara ese texto como un código que permitiría establecer la unidad intelectual y moral de los judíos.
Al respecto, Barenboim escribió: “… Cuando, en 1948, el pueblo judío consolidó un Estado, la minoría se transformó en una Nación. Esta transición se resolvió orgánicamente en distintos niveles. Pero diecinueve años después, los judíos de Israel se encontraban ante un nuevo desafío: la minoría anterior ejercía súbitamente el control sobre otra minoría, los palestinos. Hasta hoy, esa segunda transición no pudo ser superada …” El director critica a muchos judíos israelíes por su nacionalismo que considera infantil porque no se preocupan “por todos los seres humanos que habitan en Israel”.
Cita a Spinoza “… La verdadera finalidad del Estado es la libertad” y se pregunta “… hasta dónde llegó Israel con respecto al Estado, por un lado, y hasta dónde con respecto a la libertad, por el otro… Spinoza habla de la igualdad de los seres humanos; una forma de vida con opresores y oprimidos le es totalmente ajena. La democracia israelí no ha resuelto aún la pregunta por ese Estado en el que las minorías son oprimidas y la libertad de todos rige como imperativo supremo. Vivimos en una democracia ambigua…”

Primera disidencia

Se puede acordar o no con Barenboim acerca de muchos de sus dichos, pero no puede desconocerse el valor ético y moral de su posición sobre la minoría palestina, y puede decirse lo mismo acerca de su preocupación por todos los seres humanos que habitan en Israel.
En lo que no podemos convenir es en la definición acerca del Estado, que toma de Spinoza, acerca de que la verdadera finalidad del Estado es la libertad. La praxis del funcionamiento de un Estado demostraría que, en realidad, las definiciones teóricas de Gramsci o Weber acerca de un Estado moderno probarían que su objetivo, su finalidad no es la libertad. Muy por el contrario, y esquemáticamente enunciado, el Estado ejerce coacción y coerción sobre los individuos para que cumplan con los imperativos e intereses determinados y establecidos por los grupos que ejercen el poder y que además tiene el monopolio de la fuerza para hacer cumplir sus designios.
También cumple con otros objetivos, pero en ellos no está determinada la búsqueda de la felicidad de los individuos. Su propósito, de acuerdo a la filosofía contraactualista, estaba determinado en la delegación de la libertad de cada individuo en el poder del Estado y la forma de gobierno que este se diera, en beneficio de una convivencia civilizada donde la mediación de aquel impondría el orden a toda la sociedad.
El mismo problema existe en cuanto a la democracia, que por ahora y aunque no haya podido establecerse un modelo político que la supere, no quiere decir que haya llegado a ser el más perfecto de los sistemas. Tal vez sea cierto que la democracia israelí sea ambigua, pero lo es tanto y por diferentes razones como pueden serlo las democracias existentes en todas las latitudes. Los problemas que Israel debe resolver con los palestinos van mucho más allá de la calidad de su democracia.
Son muy pocas aquellas democracias donde los derechos de las minorías son respetados, como sistema la democracia significa la existencia de desigualdades, exclusión e injusticias y opresión de los más débiles. Al hacer estas afirmaciones, y sin contextualizar debidamente las situaciones, Barenboim corre el riesgo de estar avalando ciertas simplificaciones que, internacionalmente, se utilizan para descalificar, nada más ni nada menos, que la existencia del Estado de Israel.

Segunda disidencia

Se genera otro problema en el análisis que Barenboim plantea sobre la cuestión del antisemitismo, comete un error mucho más grave al afirmar que “… El antisemitismo no puede derivarse de cuestiones históricas, políticas, ni siquiera filosóficas. El antisemitismo es una enfermedad …”
Con esta sentencia, que no admite ninguna duda, el autor del artículo publicado en ‘La Nación’ desconoce el origen religioso del antisemitismo, las circunstancias históricas de su difusión, el uso político y las justificaciones filosóficas que se crearon para justificarlo.
Si el antisemitismo es una enfermedad, los antisemitas son enfermos, Hitler y todos los nazis también lo fueron, por lo tanto si han sido enfermos no deben ser juzgados moralmente, en todo caso deberían de ser compadecidos y curados.
Este error rayano con el ridículo, es reiterado una vez más cuando el autor sostiene “… Una vez más: el antisemitismo no deriva de cuestiones filosóficas. Es una enfermedad a la que no combatimos todavía los suficiente”.
No comentaremos el hecho de que haya puesto a Wagner, el músico, al un nivel de un filósofo ni otras cuestiones que allí se han dicho, el problema reside en que este artículo ha sido publicado por ‘La Nación’ y en que el músico, defensor de causas nobles y justas, al desgranar argumentaciones con ligereza y sin fundamentación suficiente, compromete muchas de las afirmaciones y actitudes que acostumbra a manifestar con sus acciones a favor de la paz en el Medio Oriente y el judaísmo.