Se fue el gran Philip Roth (1933/2018)

Un judío políticamente incorrecto

Eterno candidato al Nobel, ganador del Pulitzer, creador de historias vigorosas que se materializaron en clásicos como El lamento de Portnoy, Operación Shylock y El teatro de Sabbath, entre otros, Philip Milton Roth, el enorme escritor norteamericano de origen judío (y de una bien ganada reputación de “mal judío” para la ortodoxia), falleció a los 85 años de una insuficiencia cardíaca.
Por Laura Haimovichi

Conocí al gran Philip Roth por Angela Pradelli. Hacía muy poco que había comenzado el nuevo milenio y asistía a uno de los talleres literarios de la ganadora de los premios Emecé y Clarín de Novela, cerca de Plaza de Mayo. La autora de los libros El lugar del Padre, Turdera y La respiración violenta del mundo nos enseñaba a leer. No es que Angela alfabetizara de modo estricto, sino que abría un modo diferente de encontrarnos con los textos literarios, mostrándonos lo que, a simple vista o en una lectura espontánea, no nos es dado ver.

Allí, junto a un grupo numeroso de escritores, aspirantes como yo, periodistas, gente querida que ama la literatura y el oficio de la escritura, entre cafés, comentarios sobre Chéjov, Tolstoi y Carver, escuché una recomendación enfática sobre la novela «Pastoral americana», lúcida y despiadada crónica del derrumbamiento de la fe de toda una generación, que narra la historia de un trabajador acomodado y afectuoso padre de familia, a quien se le desmoronan ideas y creencias, que caen lentas, una tras otra, por pequeñas decisiones y sucesos que modificarán su vida y la de su familia.

Fue sumergirse en esa historia de proporciones clásicas, trágica, de 546 páginas, y no poder soltar más a su autor, Philip Roth, uno de los escritores con mayores dones de los Estados Unidos, eterno candidato al Premio Nobel, ganador del Pulitzer, autor de libros portentosos, espléndidos, vigorosos, inolvidables, como «El lamento de Portnoy» (1969), «Operación Shylock» (1993), «El teatro de Sabbath» (1995), «La conjura contra América» (2004) y «Elegía» (2008), entre tantos otros. La elección es arbitraria según llegan a mi memoria.

Philip Milton Roth, el enorme escritor norteamericano de origen judío, falleció el pasado martes 22 de mayo a los 85 años de una insuficiencia cardíaca. Fue uno de los grandes creadores de historias de la segunda mitad del siglo veinte y comienzos del presente milenio. No parece haber sido una persona de trato fácil, incluso fue acusado de misoginia. «Si la misoginia de Bellow era como un drenaje de bilis, en Roth es lava brotando del volcán», escribió la feminista Vivian Gornick en la prestigiosa revista Harpers.

Esta y otras acusaciones parecen referirse a la personalidad que le imprimía a sus personajes el narrador que navegaba entre la ficción  y lo autobiográfico. Su biógrafo Blake Bailey, dice el diario El Espectador, cuenta que a Roth le preocupaba que el movimiento de defensa de género #MeeToo «se despeñara y afectara a personas inocentes».

Pero «ciertamente no era por el acoso sexual o cualquier comportamiento abusivo. Fue uno de los hombres más honestos que he conocido», sostuvo Bailey. Y como ejemplo, contó que en el momento de su muerte había «al menos cinco de sus ex» a su lado.

En lo personal, he pasado varios cumpleaños con su exclusiva compañía, en realidad la de sus libros. Fue en momentos de soledad en los que la música y la literatura son los más fieles, leales, desinteresados compañeros, que no piden más que la disposición a «escucharlos». Brindé leyéndolo y hoy vuelvo a hacerlo por el deseo de que sean cada vez más los lectores que puedan disfrutarlo.

Y eso, incluso, pese a que el autor de «Me casé con un comunista» (1986) y «La mancha humana» (2000) tenía bien ganada la reputación de un mal judío para la ortodoxia. O justamente por eso. Su visión de «la cuestión judía» fue en su producción literaria una especie de tarea catártica y crítica que lo acompañó de principio a fin. Algunos patriarcas literarios de la colectividad, como Gerschom Scholem, consideraba que “El lamento de Portnoy” era la obra que los antisemitas habían estado esperando. Se trata del monólogo franco que un personaje llamado Alexander Portnoy despliega frente a su psicoanalista, contándole sus frustraciones y lujurias sexuales, perversidad que lo catapultó a la fama y lo estigmatizó.

Oriundo de Newark, una localidad de Nueva Jersey, paisaje de  muchas de sus historias (¡más de treinta ficciones!, al margen de sus ensayos y memorias), era hijo de un matrimonio de descendientes de emigrantes judíos del este europeo. Estudió en la Universidad de Bucknell y en la de Chicago, donde fue profesor de Literatura Inglesa. Su primer libro, «Goodbye Columbus» (1959) le valió el premio National Book Award. Se trata de una novela corta y cinco cuentos y narra cómo judíos estadounidenses abandonan los guetos étnicos de sus padres y abuelos para asimilarse en los suburbios, la universidad y los trabajos.

Galardonado con el National Book CriticsCircleAward, sus libros transforman a quien los lee de manera radical. Acaso porque Roth, a través de su yo ficcional Nathan Zuckerman, se involucró rabiosamente en las historias que construyó. Ese personaje es «más real que lo que da de sí la realidad y permitió a Roth llevar a cabo una serie de complejas exploraciones acerca del sentido del arte y la vida», señaló el crítico y escritor Eduardo Lago.

En «Patrimonio, una historia verdadera» (2003), creó y acompañó a su padre, Herman, en su lucha contra un tumor cerebral. Y lo hizo con ansiedad y terror pero también con un amor que revela la tenacidad de superviviente del largo, testarudo compromiso de su progenitor con la vida. En «La humillación» (2009) relata la inexplicable y terrible desaparición de los referentes personales y el estallido de un deseo erótico fuera de lo común que sobreviene en el viaje de un largo día hacia la noche de la vejez. Pero esa expresión de la sexualidad no apunta hacia el alivio y la gratificación sino a un final más sombrío y espantoso.

Su prosa fue llevada varias veces al cine, para decepción de los críticos y del propio Roth, pese a contar en sus elencos con actores de la talla de Al Pacino, Ben Kingsley y Anthony Hopkins. Pero también hubo guiños como tributos. En un episodio de  MadMen, Don Draper (interpretado por Jon Hamm) se recuesta en su sofá para leer «El lamento…». Era el símbolo de la búsqueda de consuelo de la situación profesional y sentimental del personaje.
Fueron varias las oportunidades en que Roth anunció públicamente su despedida de la literatura. Su última novela, «Némesis» data de 2010. Repara en una escena específica el ganador del Nobel, J.M. Coetzee. Aquella en la que se explica cómo cavar una tumba. Es una lección de vida como de muerte, dice el sudafricano. Escribir es afrontar la muerte y aprender a vivir. Eso fue lo que Roth hizo.