Crisis en las instituciones judías

Del escándalo a la reflexión

Los últimos acontecimientos protagonizados por la cúpula de la dirigencia judía -que en su más grave expresión ha alcanzado niveles de obscenidad inusitado y la han puesto en la vidriera pública nacional- ha transparentado y llevado a su máxima expresión un proceso creciente de desviación y corrupción del sentido de la representación comunitaria.

Por Gustavo Efron

Nadie puede dudar de que estamos viviendo tiempos de notable gravedad institucional en la comunidad judía argentina. Las instituciones centrales reflejan hoy cabalmente aquello que bien describió Enzo Traverso en su ya clásico libro “El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador”. Desde la Ilustración, los judíos fueron partícipes de un mundo comunitario alimentado con una notable riqueza intelectual, científica, literaria y artística que fue acompañando el desarrollo y crecimiento de las instituciones. Este florecimiento generó una actitud de pensamiento crítico y cuestionador frente al orden social y los poderes dominantes. ¿Estamos hablando de ciencia ficción? No, este mundo comunitario judío existió. ¿Toda la comunidad era así? ¿Los dirigentes eran contestatarios? No necesariamente, pero había una aureola, un “espíritu de época” comunitario en cuyos bordes y bajo cuya influencia actuaba la dirigencia.
Traverso dice que en este “Fin de la Modernidad”, los judíos se han desplazado de estos espacios para posicionarse en el ámbito de los sectores dominantes. Se han vuelto conservadores. Incluso, una gran parte de los intelectuales son domesticados y circulan a la órbita del poder. ¿Pasamos de Sygmund Freud a Henry Kissinger? ¿De Karl Marx a Benjamín Disraeli, dirigente conservador y representante de la aristocracia inglesa? ¿Del filósofo Jean Paul Sartre a Leo Strauss, ideólogo la política exterior de George Bush (h)? Ni antes eran todos Karl Marx ni ahora son todos son Benyamin Netanyahu, pero hay un clivaje, una ruptura de paradigmas que marca una direccionalidad.
En este contexto: ¿qué pasó con los dirigentes? ¿Qué sucede con los erigidos representantes de la comunidad judeo-argentina? ¿Cómo podemos entender que en el juicio por encubrimiento por el atentado a la AMIA, la querella presentada por las “instituciones centrales”afirma que no existió encubrimiento por parte de los acusados y hayan pedido su absolución por haber actuado supuestamente “de buena fe”?
¿Cómo podemos entender la inclusión de ambas instituciones -que son organizaciones de la sociedad civil sin fines de lucro planteadas como representativas del colectivo judío- en un organismo corporativo como el Foro de Convergencia Empresarial, cuya última manifestación pública fue una declaración de apoyo explícito al aumento exponencial y desorbitante de las tarifas de servicios púbicos?
Y finalmente, el caso con ribetes más escatológicos… ¿Cómo podemos comprender el comportamiento vergonzoso del máximo dirigente de la DAIA? Primero, en su acción de chantaje al ofrecer una acción de “exculpación” a cambio de dinero ante un acto de negacionismo de la Shoá. ¿En nombre de quién? ¿En representación de quiénes? ¿De nosotros? ¿De los seis millones de judíos exterminados? Y segundo (y peor aún): ¿Cómo entender la inexplicable y bochornosa visita a la casa de la actriz que había minimizado la cifra del exterminio, con las connotaciones sexuales que fueron de público conocimiento?

¿Un nuevo modelo de dirigencia?
La única explicación a estos tres acontecimientos que se sucedieron con escaso tiempo de diferencia tiene que ver con comprender que hay un cambio de paradigma de la representatividad del colectivo judío, que va en consonancia con la evolución y el sentido que asume este “Fin de la Modernidad judía”. Un cambio que a veces se expresa de manera velada, y a veces de la manera más burda y escandalosa. Vemos un proceso por el cual aquellos viejos “azkanim”, voluntarios que -más allá de sus diferencias ideológicas-creían en una idea, en un ideal, y aportaban su tiempo y su voluntariado al servicio genuino de la vida comunitaria, han dejado lugar a un modelo de representante que somete las decisiones de la dirigencia judía a la lógica de los negocios, a los designios de los poderes de turno, al tráfico de influencias, a los beneficios personales y a la utilización de la comunidad como trampolín para la escena política a nivel nacional.
El proceso descripto por Enzo Traverso a nivel mundial, comenzó a profundizarse en la comunidad judeoargentina -en particular-, a partir del atentado a la sede de la AMIA, cuando las instituciones centrales adquirieron una visibilidad pública sin precedentes, lo cual brindó una plataforma a sus dirigentes para alcanzar espacios de poder antes impensados en la esfera pública nacional. Nuevamente: ¿Todos los responsables de las instituciones responden a esta lógica? No necesariamente, pero hay una direccionalidad clara en el modelo de dirigente que ha ido in-crescendo penosamente en los últimos años.
No se trata de una idealización nostálgica de un pasado que ha tenido sus complejidades y tampoco ha sido un jardín de rosas, sino de situar los acontecimientos en un contexto más amplio, para que puedan ser entendidos no como meras contingencias o aleatoriedades del destino, sino como parte de una profunda transformación del sentido de existencia de los referentes judíos, en sí mismos, así como también en relación al interior y al exterior de la comunidad.

Algunas preguntas sobre la representatividad
Mucho se ha escrito acerca de la crisis de representatividad en la política, lo cual puede trasladarse también a los escenarios comunitarios. ¿Qué es representar? ¿Estar en lugar de? ¿Decidir del mismo modo que decidiría el colectivo que supuestamente se representa? ¿Hablar en nombre de ellos? ¿Bajo qué mandatos? ¿Bajo qué parámetros? ¿Parámetros expuestos y transparentados públicamente? ¿Cuáles de las conductas descritas precedentemente, totalmente disruptivas de los valores judíos, fueron aprobados y aceptados por la comunidad de referencia?
Y aquí cabe la pregunta sobre los supuestamente representados. ¿Qué protagonismo han tenido en la elección de su representación? ¿Han decidido que sean éstos, y no otros dirigentes, los que dirijan las instituciones? ¿Por qué una porción que es minoritaria en la demografía judía ha ocupado los cargos principales de la dirigencia? ¿Qué responsabilidades les cabe a la comunidad judía en su conjunto, por acción o por omisión? ¿Qué entramados comunitarios han permitido que prevalezca este modelo de dirigente que corrompe el sentido de lo judío? ¿Por qué no se ha extendido la participación a la mayor parte de la sociedad judía, y la democracia ha quedado restringida al ámbito de la comunidad institucionalizada? ¿Esto se debe a un desinterés generalizado?
En todo caso, ¿por qué esta desidia? ¿Es que el individualismo de nuestras sociedades ha hecho que la participación ya no sea un valor en sí mismo? ¿Podemos pensar también que esta falta de involucramiento en parte se debe a las estrategias -deliberadas o no- de convocatoria? ¿O podemos encuadrarla en una apatía general de nuestras sociedades hacia los asuntos públicos?
Lo cierto es que esta escalada de desviación institucional, que ha alcanzado ya niveles de obscenidad, ha transparentado como nunca antes este proceso que se da a nivel global pero que tiene sus expresiones particulares en nuestro país, con un nivel de exposición que lo ha elevado a la primera plana de la opinión pública nacional.
¿Qué derivará de todo esto? ¿Será la oportunidad para que surja un nuevo tipo de representante? Traverso diría que no. ¿Será un barajar y dar de nuevo? ¿Será la “gota que derramó el vaso” para una reacción? ¿Será un puntapié para un mayor involucramiento social en los asuntos comunitarios? ¿O será un caso más, un cimbronazo, con algunos coletazos para que todo vuelva a su lugar? No lo sabemos. Por lo pronto, aún no salimos del asombro y de la indignación.

Gustavo Efron es Director de Nueva Sión