Asesinaron a una sobreviviente de la Shoá

La abuela de Francia

Este año, la conmemoración de Yom Hashoah se tiñe con la sangre de las víctimas que integran la cada día más abultada lista de crímenes antisemitas cometidos por yihadistas en Europa. La víctima más reciente es Mireille Knoll -una octogenaria que había escapado por muy poco de una redada masiva de judíos en la Francia ocupada por los nazis-, quien fue martirizada por un vecino al grito de Allah Akbar. Desde Francia, reflexiona para Nueva Sión la periodista y escritora Alicia Dujovne Ortiz.
Por Alicia Dujovne Ortiz, desde París, especial para Nueva Sión

Tantas veces lo habíamos visto y oído, que en un primer momento el acontecimiento mostrado por el noticiero nos pareció una retransmisión. ¿Un yihadista que mata a varias personas en un supermercado, gritando Allah Akbar? ¿Pero eso no había pasado meses atrás? Solo minutos después advertimos que se trataba de otra noticia: ahora el supermercado no se llamaba Hyper Cacher, como el del atentado de 2015 donde murieron tantos, sino sencillamente U. Un supermercadito cualquiera, que ni siquiera estaba en París sino en un pueblo ignoto del Sur de Francia llamado Trèbes. No era la única diferencia. Como en Trèbes no hay judíos, o no los suficientes para contabilizar sus muertes, el yihadista de turno, Redouane Ladkim, se había conformado con lo que estaba a mano: la cajera, el carnicero, víctimas de poca monta que solo le garantizaban un paraíso de menor cuantía.  Es claro que además de estrangular a un judío, su máxima aspiración era liquidar a un policía o a un militar. Por eso, cuando el joven coronel de gendarmería Arnaud Beltrame le propuso un canje- su vida contra la de una empleada mantenida como rehén- Redouane no lo dudó un instante. Tras liberar a esa cautiva sin galones, ni estrella de David, ni nada de lo que a un yihadista le asegura celebridad en la tierra y montones de vírgenes allá arriba, aceptó con gusto el sacrificio del militar, lo acribilló a tiros y al fin lo degolló.
Esto tuvo lugar el 23 de marzo pasado. Al día siguiente, la sensación de figurita repetida volvió a invadirnos: una viejita judía de ochenta y cinco años, que vivía en París en un HLM (habitación de alquiler moderado), había sido degollada y quemada por su vecino. ¿Pero de quién están hablando?, preguntamos, de nuevo con la esperanza de una retransmisión. ¿Acaso la justicia no ha terminado por admitir que el asesinato de Gisèle Halimi, viejita judía defenestrada por su vecino al grito de Allah Akbar, fue un crimen antisemita? Pero la noticia era otra. Esta nueva viejita se llamaba Mireille Knoll. Desde la muerte de su marido estaba sola. Tenía un hijo que le aconsejaba prudencia con ese Yacine al que ella conocía desde chico, y que solía visitarla, pero la anciana señora “no creía en el mal”.
Y no por falta de experiencia en la materia. Quizás mientras le servía un vasito de oporto, Madame Knoll le habrá contado a Yacine por enésima vez su salvación milagrosa, durante la redada del Velódromo de Invierno, en 1942, cuando la policía de Vichy se llevó a cuatro mil niños judíos que no volvieron más. ¿Y de su marido, sobreviviente de Auschwitz, le habrá contado? No lo sabremos nunca, así como tampoco sabremos en qué momento el oporto habrá impulsado al vecinito a llamar a un amigo para tentarlo con las palabras mágicas: “Vení que estoy con una vieja judía de mucha plata”. Lo demás es una abuelita desangrada y semicarbonizada en su cama, protagonista de un segundo milagro: el de una reacción multitudinaria en contra del antisemitismo, que por aquí va en aumento. Una estadística pesa poco frente a la foto de esta  anciana sonriente, vestida para salir con sus labios pintados y su carterita visiblemente barata, pero lo mismo corresponde darla a conocer: aunque los judíos representen el 1 por ciento de la población francesa, un 40 por ciento de los atentados racistas son antisemitas.
La definición de “atentado antisemita” admite algunos matices. Cuando el islamista radicalizado mata en la calle gritando Allah Akbar, no cabe duda. Hay casos más ambiguos en los que nadie grita nada, pero donde la motivación pecuniaria se junta con lo religioso. La “vieja judía con plata” es el mejor ejemplo. Hay otros. Hace unos años, un grupo que se autodenominaba “la banda de los Bárbaros” torturó durante varios días al joven Ilan Halimi, antes de quemarlo vivo. Ilan no era pariente de Gisèle, pero en el imaginario de sus asesinos compartía con ella la condición satánica, y la económica. Los propios Bárbaros se lo explicaron a la policía, abriendo los brazos como ante una evidencia: si era judío, era rico. Solo cuando comprendieron que se trataba de un modesto empleado, se cansaron de torturarlo y  acabaron con él. Son crímenes mezclados, surgidos de un antisemitismo tradicional que le atribuye al judío todo el oro del mundo, y de otro, actual, que le atribuye todo el conflicto del Medio Oriente. Lo cual no es nada nuevo: en forma simultánea, al judío se lo ha caricaturizado como millonario con la galera, y como bolchevique con la hoz y el martillo. El sueño de la razón engendra monstruos.
La “marcha blanca” en homenaje a Mireille Knoll coincidió con el homenaje nacional al coronel Beltrame, presentado por el presidente Macron como el prototipo del héroe que entrega su vida  sobre la base de valores republicanos y cristianos. No faltó quien discutiera este segundo punto, revelando que el gendarme era católico practicante pero también masón, así como tampoco faltó la vegana que se felicitó por la muerte del carnicero, asesino de vacas. Por otro lado, en alguna mezquita salafista hubo quienes honraron a su propio héroe, Redouane, que también dio su vida, un gesto para ellos justificado por el racismo y la exclusión social, y rescatado por la fe. Paralelismo entre el héroe blanco y el héroe negro  que se perpetúa desde el tiempo de las Cruzadas, como si la mirada que intercambiaron los ojos azules y los ojos negros, en el momento de concluir su pacto, hubiera quedado grabada en un lugar que en días de duelo nos parece eterno.
Ni el homenaje a Madame Knoll estuvo exento de polémicas. La silbatina que recibió a Marine Le Pen y a Jean-Luc Mélanchon los obligó a salir corriendo bajo protección policial: para muchos manifestantes, tanto la extrema derecha como la extrema izquierda tienen, en relación con el judaísmo, cuentas que pagar. Fue el hijo de la víctima, un señor muy tranquilo y buen mozo, quien pronunció las frases más sensatas de la jornada: “He tenido a un padre que sobrevivió a Auschwitz y ahora tengo a una madre asesinada por judía. Pero no estoy de acuerdo con los silbidos, ni con el CRIF (Consejo Representativo de Instituciones Judías de Francia) que prohibió su asistencia a Le Pen y a Melanchon. Hay imbéciles por todos lados y ya va siendo hora de sentarse a pensar”.
Tranquilicémonos, en el terreno de la inteligencia Monsieur Knoll no estuvo solo. El exministro de Justicia Edouard Badinter consiguió hacer callar a un periodista que le formulaba preguntas políticas en el momento de los hechos. “¡Ahora estamos hablando de una abuela asesinada!- estalló Badinter- ¡No hay nada más que agregar!”. Una exigencia de respeto apoyada por estas palabras de la brillante rabina Delphine Horvilleur, de la sinagoga reformista: “Sueño con una Francia que sepa que han matado a su abuela, no solo a la mía”.