70 años de Israel

El jardín (judío) de senderos que se bifurcan

El Israel del Kotel que guarda entre sus piedras nuestros deseos, el Israel de la utopía kibutziana, el de las canciones del Palmaj, el de la movida nocturna de Tel Aviv, el de las yeshivot, el de los territorios. El de la oscura culpa y el loco amor. Y también… el Israel de la literatura.
Por Laura Kitzis *

“Todavía no se perdió nuestra esperanza, una esperanza de dos mil años, ser un pueblo libre en nuestra tierra, la tierra de Sion y Jerusalem”. (Naftali Herz Imber, “Hatikva”)
“Hace dos mil años que me esperas, Sion. Y ahora me llamas en toda ocasión. Pero ¿puede un árbol marchar hacia ti? Ya no soy un hombre; he arraigado aquí”. (Carlos Grünberg,“Espera”)

El trauma
La creación del Estado de Israel en 1948 no tuvo un impacto inmediato en la literatura judía. Fue casi dos décadas más tarde, en el ‘67, que intelectuales judíos de todo el mundo quedarían irreversiblemente confrontados con su identidad judía y su vínculo con Israel. De hecho, Albert Memmi, en el prefacio de 1972 a La liberación del judío se ve obligado a aclarar que “Este libro fue escrito antes de la guerra árabe- israelí conocida como Guerra de los Seis Días. Lo cual significa que nada debe la obra a las preocupaciones políticas inmediatas ni a las PASIONES QUE SE SUSCITARON EN ESE MOMENTO EN CADA UNO DE NOSOTROS.” Las pasiones…. ¡Ah! las pasiones…. ¿Desaparecerá este pequeño y joven estado? ¿Cómo se sintetizan el judío abstracto y el israelí concreto? ¿Jerusalem celeste o Jerusalem terrestre? ¿Valores universales o nacionales? ¿Irse o quedarse?

Entre dos amores
Israel no resolvió ninguna de las contradicciones y ansiedades de la condición judía, muy por el contrario, las agudizó. Esto era expresado con amargo humor por un poeta judeoargentino.
Yo era otrora un argentino
De segunda
y un judío de la entonces
clase única.
Vino la dicotomía
de esta última,
Y heme ahora hasta judío
de segunda.
(Carlos Grünberg, “Desclasado”)

El sionismo de los ´50 era todavía un sionismo de ensueño… Muchos dirigían sus ojos a Sion, pocos dirigían sus cuerpos. El escritor Samuel Pecar fue uno de los primeros en manifestar la inquietante perplejidad que producía la aliá entre los acomodados judíos de Once y Villa Crespo que ya mandaban a sus hijos al shule, formaban parte de comisiones directivas y  organizaban colectas para el Keren Kayemet. Su narrativa testimonia  la indiferencia de muchos y  el compromiso de pocos. En su relato Una pregunta, la decisión del Dr. Shapira genera consternación entre sus allegados: “¿Por qué se va? ¿Por qué dispara, así de golpe, como si lo persiguieran? ¿Le va mal?”. Ante esta pregunta, la respuesta del Dr.Shapira es contundente: “tenemos pendiente una deuda. Durante la matanza judía en Europa, nosotros nos quedamos aquí muy cómodos rodeados de bienestar. Después, cuando se fundó el Estado de Israel, y salimos a la calle con nuestras colectas, cada peso que recibíamos nos llenaba de vergüenza, porque nos daba la impresión de que con ese dinero tratábamos de pagar nuestra pasividad frente a aquella masacre, nuestro viejo silencio inexplicable, en lugar de correr a Israel en seguida, en ayuda de los sobrevivientes…”
Una deuda pendiente… pasará de padres a hijos, la  va a pagar la siguiente generación, en los 60, en los 70. La generación de los grandes ideales, de las utopías revolucionarias. La generación que quería pensar como se vive y vivir como se piensa. Debajo de los adoquines está la playa (decían las chicas y muchachos de mayo del ’68) y en el kibutz (decían las chicas y muchachos de la Tnuá) la promesa de un hombre nuevo y además… judío.

Por los caminos que conducen hacia Eretz
“Y así fue que llegaron al kibutz.
Y en el principio era todo desorden y también alegría… y la neblina bajando suavemente desde el Golan para conocer a los hombres nuevos que se abrazaban allí abajo y hubo lágrimas y sonrisas… y el reencuentro de los que habían compartido noches temblorosas, seminarios de estudio, choques con los nazis, sueños de adolescentes, utopías al alcance de una mano  generosa y la decisión de cambiar el mundo y al hombre y fue la tarde y la noche y la mañana del primer día. (Ricardo Feierstein, “El caramelo descompuesto”).
Y fueron al kibutz, y ordeñaron vacas y se subieron a un tractor y aprendieron a manejar una Uzi, y un día sus hijos les preguntaron ¿Qué es la guerra? Algunos se quedaron, o volvieron, o murieron.
Muchos se rebelaron contra la ocupación, no habían hecho aliá para eso ¡Ay de los vencedores!:“Y grito paz y reclamo mi lugar en este país en esta Israel con la que me amamantaron. Grito Shalom a quienes pasan y miran… a los periodistas que sacan fotos…a los jeeps de la policía…y grito paz para que todos sepan que estoy acá, que aún no me vencieron, que no consiguieron que me esconda en el establo tras alguna vaca… y grito paz para que sepan que Mario va a vender caras sus promesas, que se ha jurado demasiadas cosas para que acepte sin más una vida que no se parece ni al carbónico de sus sueños.” (Mauricio Goldberg, “Donde sopla la nostalgia”).
Otros como Jorge, (Marcos Aguinis, “Profeta en Nínive”) no se fueron nunca. Con canas y colesterol se cruzan en el country con los que supieron ser –allá lejos y hace tiempo- sus compañeros de Tnuá: “Tras navegar en las aguas calientes de la redención colectiva, emprendieron la marcha vulgar del progreso burgués. Trastocaron el ‘Sionismo de oro’ en ‘oro para sí mismo’. Y así como durante el enardecimiento juvenil incubaba el cálculo adulto….en este último subyace –vergonzante y amonestado- el viejo y abrasador ideal.”
La literatura argentina también da cuenta de aliot  no tan ideologizadas y de carácter más bien…  ¿Cómo decirlo? Pragmático:“Los muchachos (judíos) del lugar se metían con una chinita tras otra y hasta se casaban con ellas ¡habiendo tantas chicas lindas de la colectividad! Algunas de estas románticas desdeñadas tomaban una decisión extrema: se ponían la caña de pescar al hombro, y se iban a Israel. Por allá parece que andaba mejor la cosa, porque cuando se le pedían noticias a la madre de la emigrada, generalmente contestaba: ‘Está muy bien. SE CASÓ…’ Y mostraba las fotos de la boda en el kibutz, o del nieto  recién nacido. La pobre madre lloraba mientras mostraba las fotos. Con suerte se enfermaba de suficiente gravedad como para que su hija tuviera que volver con su familia. Pero la operación era riesgosa.” (Alicia Steimberg, “Músicos y relojeros”).
Un Israel… y otro… y otro… El que se quedó con nuestros amigos y parientes que huyeron del estallido económico del 2001, el de Meah Shearim y los rabinos milagreros. El Israel que es para otros la “punta de lanza del imperialismo en Medio Oriente”… (¿Con cuántos compañeros del centro de estudiantes de la facu se pelearon por esto? Yo perdí la cuenta).
Como el náufrago del chiste judío, que al llegar a una isla desierta construye dos sinagogas: aquella a la que irá, y aquella que nunca pisará. Muchos tenemos un Israel que llevamos en el alma y otro, que llevamos al analista.
Los caminos que nos conducen hacia Eretz, son –como diría Borges- senderos que se bifurcan en cada uno de nosotros.

* Psicoanalista (UBA)