-¿Cómo se produjo su vínculo con Hashomer Hatzair?
-Nací en un kibutz de Hashomer Hatzair, Guivat Oz. Desde los dos años viví en una vivienda comunitaria con otros niños del kibutz y me uní al movimiento en primer grado. Fui madrij (educador no formal) e hice shnat sheirut (año de servicio), para luego hacer el servicio militar durante siete años. Fui oficial de la Marina y también ahí fui guiado por el espíritu pionero de la tnuá. Llegué al cargo de mayor y participé de la retirada israelí Líbano (2000). Luego del servicio militar, fui coordinador social y educador en un internado del movimiento, sheliaj (enviado) de la tnuá en Bulgaria y madrij de Shnat Hajshará (el plan anual de la tnua para jóvenes del exterior). De ahí pasé a ser coordinador del Departamento Europeo y Angloparlante durante siete años, luego me dediqué a lo privado y viví un tiempo en Bulgaria con mi esposa. Volví a Israel para trabajar en el área de la tnuá que se ocupa de las sedes que tenemos en kibutzim y luego de tres años me presenté para este cargo. Tenemos el desafío de convertir a Hashomer Hatzair en una tnua moderna y profesional.
-La tnuá viene atravesando un proceso de actualización de sus objetivos a los tiempos contemporáneos. ¿Implicó esto una pérdida de claridad sobre la visión de la tnuá para sus miembros?
-Hashomer se acostumbró a ser un movimiento realizador, siendo el kibutz en Israel una forma de realización muy clara: vivir ahí era señal clara de realización incluso si no hacías nada más. Dejamos de señalar exclusivamente al kibutz, y se hizo difícil para los miembros imaginar cuál era la alternativa porque ya no apuntamos a un sólo lado, pero desde una perspectiva ideológica creo que el movimiento es hoy mucho más. Tenemos una definición clara de nuestra visión del socialismo, judaísmo y sionismo, repensadas periódicamente. Creo que la solución está en la formación de comunidades a partir de las cuales se pueda llegar a la autorrealización.
-¿Hay ejemplos de este tipo de comunidades que sirven como inspiración para el futuro?
-En Israel contamos con un movimiento de egresados que evidencia que la idea de kibutz sigue siendo relevante, incluso cuando no hablamos de un kibutz físico clásico. Hay personas que viven en lugares diferentes de una ciudad o diferentes ciudades pero realizan encuentros y activan juntos en pos de un objetivo social común. Importa menos si hay una caja común o no: la base es la solidaridad y el trabajo conjunto, que son la base del kibutz shómrico actual. Eso permite una plataforma de participación social mucho más fluida y abierta que se vincule con los proyectos de vida individual de los miembros. Un ejemplo es Najshonim, un proyecto de hogares juveniles shómricos en barrios periféricos que buscan sacar a los jóvenes del ciclo de la pobreza. La idea que los sustenta es que el objetivo de la tnua está en los márgenes de la sociedad. Tenemos también una escuela en Lesbos (Grecia) con refugiados sirios, afganos y de otros países. Hay muchos otros ejemplos. En el pasado expulsamos a docenas de miles de activistas a los que se les exigió que fueran a un kibutz en Israel o se fueran. Hoy entendemos que se puede ser activista dentro del movimiento a través de un centro cultural, un proyecto social o actividad comunitaria en la Diáspora. La aliá a Israel todavía le es significativa y, pensando el sionismo como movimiento de liberación del pueblo judío, hay mucho todavía por hacer en Israel. Nuestra crítica a la realidad israelí viene de un lugar de pertenencia y de activismo, entendiendo que Israel es nuestro proyecto colectivo. Lo que entendemos ahora es que quien vive en la Diáspora también tiene un rol que jugar en este proyecto.
-¿Educar al sionismo y al socialismo en el contexto de un Israel que parece cada día alejarse más del viejo Israel socialista no parece nostálgico?
-Diría más bien romántico. Hay quienes dicen que un pesimista es un optimista con experiencia, pero debemos educar hacia el optimismo. Siendo un movimiento de vida, seguimos centrándonos en el movimiento juvenil porque la juventud es la etapa por excelencia para el optimismo y la esperanza de que se puede cambiar el mundo. En su canción Aní ve Atá, Arik Einstein, graduado del movimiento, dice “Vos y yo cambiaremos al mundo… han dicho esto antes, no importa”. Que hayamos fracasado no significa que fracasemos en el futuro. Esa es nuestra discusión con el posmodernismo, que representa la desesperación ante la imposibilidad de cambiar la realidad y el consecuente foco en la vida privada. Con respecto a quienes dicen que no es posible ser sionista y de izquierda, somos la evidencia de que sí lo es: partimos de la concepción de los judíos como pueblo sin caer en el nacionalismo, pero sí hablando de derecho nacional a una tierra. Así como nosotros tenemos derecho a la autodeterminación, estamos convencidos de que los palestinos tienen el mismo derecho, a definirse de forma específica a través de negociaciones.
-¿El alejamiento de las comunidades judías de la izquierda afectó negativamente a la tnuá?
-Creo que hay personas que creen menos en la comunidad porque la entienden como algo de derecha y religioso. Es un círculo vicioso, porque con el alejamiento de personas por fuera de lo que parece la cultura dominante la comunidad refuerza esa percepción y se vuelve más homogéneamente de derecha. Eso no debe significar renunciar a nuestros símbolos: debemos participar en la comunidad y reivindicar con orgullo la bandera israelí y nuestra vida judía porque son nuestras, por lo menos tanto como de todos los demás. Esta situación aleja a jóvenes de las comunidades judías porque se sienten más bienvenidos y representados afuera. No es sólo político: este fenómeno también afecta a familias interconfesionales, laicas, sin recursos y más. Debemos encontrar una forma de crear una comunidad abierta para esas personas. En Sudamérica está claro que hay muchos judíos que se encuentran por fuera y por lo tanto un gran potencial para una comunidad alternativa.
-¿Hay debate al interior de la tnuá israelí sobre el movimiento de objetores de conciencia que se rehúsan a ser parte del ejército?
-La tnuá israelí se opone a la objeción al servicio militar. Hay casos, pero no son bien vistos. Al alejarse, se renuncia a la posibilidad de influir en la realidad del conflicto. Se deja entonces el rol de controlar el checkpoint, el aire o el mar a la derecha. La revolución verdadera no es algo limpio y hay que mancharse las manos. Estamos comprometidos a la no violencia, pero debemos entender que el mundo es complejo.
-¿El actual clima de incitación y persecución contra la izquierda afecta el funcionamiento de Hashomer y de otras organizaciones de la izquierda en Israel?
-Afecta antes que nada a Israel. Para nosotros, es una motivación. La izquierda pasó a ser mala palabra, en las comunidades de la Diáspora y en Israel. Si conseguimos mostrar la verdadera cara de la izquierda, el hecho de que vemos el mundo tal como es y nos exigimos cambiarlo a través del amor, la integración e interés por el prójimo, podemos cambiar esa percepción.