Análisis políticos sobre el Israel de Netanyahu

Visiones esquizofrénicas desde afuera y adentro

La popularidad de Bibi Netanyahu crece a medida que los procesos de corrupción avanzan y amenazan condenarlo judicialmente. Pero lo que más llama la atención es que la gran prensa liberal tanto israelí como la norteamericana también comparta la opinión de sus partidarios respecto de los “logros” de Netanyahu.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

De modo semejante, estos escándalos de corrupción no parecieron  hacer mella la semana pasada en Washington entre los judíos del lobby derechista AIPAC  que aclamaron a Netanyahu como una estrella de rock. Su  séquito de miles de israelíes de derecha, dirigentes  judíos  y cristianos  evangelistas  alabaron  ebrios de entusiasmo  los deseos imaginarios de Bibi y Trump de  rediseñar el Medio Oriente con un futuro Estado Palestino desmembrado antes de haber nacido en un archipiélago amorfo de batustanes bajo protectorado israelí (1).
Su habilidad reciente para  asegurar  la continuidad de  su coalición  de ultraderecha  sin necesidad de nuevas elecciones  luego de la crisis que provocó la ley de excepción militar a miles de jóvenes religiosos, aumentó aún más su  popularidad de indisputable líder político.
Y a pesar que los cargos de corrupción han afectado  a varios miembros de la guardia vieja del Likud  dudando de  la  integridad moral del primer ministro, ninguno duda de los  atribuidos éxitos de Bibi durante nueve años de gobierno. Mucho menos, creen incompatible que siga como primer ministro.
Pero lo que  llama la atención es que la gran prensa liberal  israelí y norteamericana también comparta la opinión de sus partidarios respecto de los “logros” de Netanyahu.
Dos periodistas totalmente diferentes, pero conocedores de la política israelí, Bret Stephens, columnista de opinión de The New York Times (TNY International Edition 27.2.2018) y Aluf Ben, editor jefe del Haaretz (Haaretz 26.2.2018), coinciden en destacar idénticos logros durante los nueve años de premier israelí. Ninguno de ellos son ideológicamente partidarios suyos, pero no tienen empacho de escribir que su popularidad ”descansa en sus logros  que no está permitido  subestimar”, tal como escribe Ben, mientras Stephens asegura sin más “que Bibi fue para Israel un buen primer ministro”.
Ahora bien: leyendo poco a poco los indicadores de Stephens para elogiar  logros de la gestión económica de  Bibi, se hace evidente que la estrategia expositiva de Stephens es bastante falaz.
Algunos ejemplos para el área económica muestran indicadores de limitada y dudosa validez como el PBI aunque deslumbren a su lector americano en una primera lectura. Así,  Stephens afirma: “Desde que Netanyahu volvió al poder en 2009, la economía ha crecido casi un 30% en dólares constantes, casi el doble de la tasa de crecimiento de Alemania o Estados Unidos”. Se sabe que el PBI es útil para medir la producción de una economía, pero por sí mismo y de forma aislada no es nada adecuado para medir el bienestar de la población o su desarrollo, menos aún  la calidad o el nivel de su sistema educativo o de salud.
Afirmar muy  campante que la economía israelí (a pesar de su  dependencia comercial y financiera, cuando su tasa de endeudamiento alcanza el 60% de su PBI) “ha crecido casi el doble de la tasa de crecimiento de Alemania”, sin integrar ningún otro indicador socio-económico como el índice de Desarrollo Humano, es  engañar al lector.  Desde el 2009, en la Comisión Europea hay consenso  sobre la necesidad de “GDP and Beyond” para medir el  crecimiento inteligente, sostenible e inclusivo. Sin embargo, la fuente de Stephens seguramente es The Economist, que acaba de publicar en su  informe global anual 2017 que el PBI per cápita israelí ha superado, por primera vez en la historia, los 40.000 dólares (2).
Asimismo, Stephens procura  impresionar al lector  con la información periodística billonaria del “anuncio de un acuerdo de 15.000 millones de dólares para exportar gas natural a Egipto”. Pero esta noticia retacea información sobre el mercado oligopólico de la energía en Israel. Nadie espera que Stephens recuerde las razones por las cuales renunció en 2015 el director de la Autoridad Antimonopolios de Israel, Prof. David Gilo, al no acordar con las multinacionales monopólicas, pero al menos debería dudar que el precio del gas a ser determinado por demandas contractuales de esas corporaciones poco tendrá que ver con el crecimiento sustentable de la economía nacional de Israel.
 Además, al solazarse de los lazos personales de Netanyahu “excepcionalmente cercanos” con el primer ministro indio Narendra Modi, olvida  Stephens informar que la India simultáneamente estrechaba aún más sus vínculos con la Autoridad Palestina luego de la visita reciente del premier indio a Ramallah. También olvida informar que en diciembre 2017 India se plegó a otros 127 países en la Asamblea General de la ONU en contra del reconocimiento de Jerusalén capital de Israel, a pesar que India se ha abstenido durante los últimos tres años consecutivos de las resoluciones contra Israel. Suponer que debido al “vínculo personal” de Bibi se podría explicar  el incremento impresionante de las cifras sobre la actividad comercial entre Israel e India (de 200 millones de dólares en 1992 a 4.167 millones de dólares en 2016), es desconocer la lógica de potencia económica emergente de la India y, especialmente, no comprender su necesidad de realinear sus  numerosos intereses geopolíticos  compartidos con Irán, a pesar de la venta israelí de equipos bélicos y cooperación militar por cifras millonarias (3).
Enfáticamente, Stephans afirma que las relaciones de Israel bajo Bibi  con los países africanos y el mundo árabe “han sido las mejores  en décadas”. El ejemplo que ofrece es la nula reacción en Riyadh y El Cairo ante la decisión de la administración Trump de trasladar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Pero se abstiene de aludir siquiera  a la condena masiva anti Israel en la ONU, y nada dice  de la decisión de la Organización para la Cooperación Islámica (OCI) de reconocer oficialmente Jerusalén Este como capital de Palestina en respuesta a Trump .
Stephens  considera que el discurso de Netanyahu en el Congreso en Washington en 2015 contra el acuerdo con Irán fue una afrenta para la administración Obama, pero  sin embargo afirma que “resultó ser una inspiración para los vecinos de Israel” .El lector atento se pregunta, momento: ¿inspiración para qué? Este periodista calla que la fuente de inspiración no tiene nada de pacífica, porque la cooperación de Israel en materia de seguridad y servicios de inteligencia con los países sunitas (Arabia Saudita, Jordania y Egipto) será un pacto bélico con el designio de una guerra regional de consecuencias  desastrosas que Bibi, empero, procura a toda costa librar contra Irán, en Siria y en Persia. ¿Será por este temible escenario que Stephens calla de que Israel no planteó ninguna objeción al anuncio del  acuerdo de armas de Donald Trump por la friolera de 110.000 millones de dólares con Riad?

Por su parte, Aluf Ben, atribuye, entre otros logros de Bibi, el status quo de Israel en los territorios no a la política deliberada de anexión descontrolada de la coalición Netanyahu, sino a la  retirada de los EE.UU. de Medio Oriente y a “su falta de voluntad de imponer una solución en Cisjordania y Gaza”.
Tal sorprendente conclusión es afirmada por el periodista en jefe de Haaretz  cuando  sabe que los funcionarios en Washington están preparando con el consenso de Bibi el «acuerdo definitivo» de  paz para israelíes y palestinos, mientras en Jerusalén la coalición de derechas  está ocupada  en socavarlo. La colaboración con los colonos del embajador norteamericano Friedman llegó al extremo de borrar el término «territorios ocupados» de los documentos e informes oficiales estadounidenses, entre ellos, el informe anual de derechos humanos. Desconcierta que un periodista como Aluf Ben ignore lo que su propio diario Haaretz viene publicando en  base a denuncias  de Paz Ahora, según las cuales la ministra de Justicia Shaked y el Procurador General Mandelblit permiten la expropiación de tierras palestinas si se hace de «buena fe», o si están diseñadas para pavimentar las vías de acceso a los asentamientos de colonos israelíes.
Ahora bien, indigna menos el “olvido” de Ben de denunciar como causa principal de la grave situación a la ocupación civil militar israelí en territorios palestinos cuando  se lo compara con la “amnesia” de nadie menos que el juez  Aarón Barak. En su reciente alarmante advertencia sobre los peligros que acechan a la democracia israelí debido a grupos de derecha nacionalista que atacan a la Corte Suprema en nombre del  “carácter judío” del Estado, el juez padre de la «revolución constitucional» de las leyes fundamentales civiles y de derechos humanos en Israel, se “olvida” de reconocer como una de las principales causas del peligroso detrimento democrático a la  prolongada ocupación militar y civil en Cisjordania y en  Jerusalén  Oriental, donde imperan dos sistemas legales separados. (Véase, Aarón Barack, “Libertad del hombre en el Estado judío y democrático”, Haaretz, 16.2.18).
¿Acaso esta esquizofrénica visión desde adentro de Israel sobre el funcionamiento de “la única democracia en Medio Oriente”  debiera sorprendernos cuando ella se revierte en notas escritas afuera, por el periodista Stephens en el New York Times, falsamente optimista sobre la estabilidad política y económica bajo Netanyahu?
Precisamente, es esta anomalía bifronte de dos Israel la que se oculta en los diagnósticos de estabilidad, crecimiento y desarrollo tecnológico de Israel vísperas de sus 70 años. Una posmoderna Israel etno-democrática («Herrenvolk democracy”, segun Meron Benvenisti) para adentro; y para afuera, un Estado espartano neocolonial, allende la Línea Verde, que Netanyahu procura borrarla. Tal vez este optimismo esquizofrénico ha sido expresado mejor que ningún periodista por el embajador norteamericano Friedman a los  delegados de la reciente Conferencia Presidencial de las principales organizaciones judías estadounidenses que visitaban Israel: «Durante 25 años la gente ha dicho que la situación del país no puede continuar más, pero: ¿qué pasó en esos años? Israel sólo ha crecido mucho y se ha desarrollado sin parangón» (Akiva Eldar, “US ambassador to Israel lobbies in favor of settlers”, Al Monitor, 27.2.2018).

1.  Gershon Baskin  cree  que la mayoría de los miles de participantes en AIPAC eran de hecho partidarios de Trump y que no representan a la mayoría de los judíos estadounidenses, porque tres cuartos de ellos votaron por Hillary Clinton y 35% de los judíos demócratas  apoyaron a Bernie Sanders en las primarias demócratas The Jerusalem Post,15.3.2018.
2. Según  datos de The Economist, el PBI per cápita de Israel subió de 38.127  dólares en 2016 a 44.019 dólarres en 2017 y su economía  creció un 4,4% durante 2017, “la tasa de crecimiento más alta entre las economías avanzadas. Por el contrario, el PIB per cápita de Francia fue de casi 41.000 dólares y el de Japón casi 40.000”, véase, Daniel Kryger, “Israel – A Successful Powerhouse in the Collapsing Middle East” MIDA 15.2.2018.
3. Irán y la India comparten fuertes intereses bilaterales y multilaterales. En la reciente visita a Nueva Delhi, el presidente Rohani anunció la  apertura del corredor internacional de Chabahar, en el sureste del país persa, que permitirá a Irán, Afganistán y la India realizar fácilmente actividades comerciales en Asia Central y más allá, tanto por vía marítima como terrestre. La cuestión palestina es parte de la estrategia de la India hacia el mundo árabe, y no casualmente su Primer Ministro visitó Omán y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) durante más de tres días. Modi también pronunció el discurso principal en la Cumbre Mundial del Gobierno en Dubai. Y durante la visita de  Netanyahu, le expreso el inequívoco apoyo indio a la solución de Dos Estados.