Janucá

Los milagros y las maravillas

Janucá, la festividad de las luminarias, Janucá y el aceite que era para un día y duró ocho, Janucá y las nueve pequeñas velitas de colores que encendí de niña y la perinola y "Ma’oz   tzur   ieshuatí". Nada de eso es esta fiesta para mí. Desde el territorio mágico de las lecturas de mi infancia, Janucá fue, es y será siempre la historia de cinco hermanos nacidos en la aldea de Modín. Los hermanos Macabeos. Mis gloriosos hermanos.
Por Laura Kitzis *

“Estas velas prendemos, por los milagros y las maravillas, por la redención y por las batallas, que hiciste para nuestros padres, en aquellos tiempos y en este” (“Hanerot halalu»”, canción popular de Janucá).

Estas velas prendemos…
Tuve la suerte –inmensa, infinita- de crecer en una casa con una biblioteca judía. Una biblioteca judía quiere decir Éxodo de León Uris, los cuentos de Efraím Kishón, La liberación del judío de Albert Memmi, las obras de Scholem Aleijem… La lista es larga, no quiero aburrirlos. Esta biblioteca significó para mí una luz mucho más intensa que la de cualquier candelabro de siete o nueve brazos. Una de estas luces me iluminó de manera particular. Me refiero, por supuesto, a “Mis Gloriosos Hermanos”, de Howard Fast.
Howard Fast fue un escritor colosal, inmenso, fáustico. Supo integrarse al mainstream hollywoodense y a la máquina de bestsellers como ninguno, también supo soportar la persecución y la cárcel (a la cárcel lo envió el Comité de Actividades Anti Americanas por haberse negado a denunciar a sus camaradas –era comunista-). Allí, en la cárcel, escribió “Espartaco”. Stanley Kubrick hizo la película con Kirk Douglas y Lawrence Olivier y la rompió (cuatro premios Oscar). Las vueltas de la vida.
Sus novelas bordeaban el panfleto. Pero eran panfletos brillantemente escritos, magistrales, conmovedores. Muchos pueblos y razas oprimidas encontraron un hogar en sus páginas. Los cheyennes, los negros del sur, los esclavos de la antigua Roma. Y también su pueblo, los judíos.
Publicado en 1948, al calor del reciente exterminio nazi y de las Guerras por la Independencia en Israel, “Mis Gloriosos Hermanos” cuenta la rebelión de los Macabeos, los cinco hijos de Matitiahu: el Sacerdote de la aldea de Modín. Rebelión encabezada por Yehuda Hamacabi, el combatiente que se alzó contra Antíoco Epífanes y la dominación greco-seléucida. Yehuda Hamacabi, el que reinauguró el Gran Templo. Un templo que había sido profanado con cabezas de chancho y estatuillas de Palas Atenea, y también con la complicidad de los judíos de clase alta helenizados. (Siempre hay oprimidos que no saben que lo son y juegan para el opresor, también entre nosotros). Y es esta reinauguración del Templo (del Beit Hamikdash) la que le brinda su nombre a la festividad. Janucá deriva del término hebreo “lajnoj” (inaugurar).

Por la redención y por las batallas…
En Modín, una pequeña aldea de labradores cercana al mar y bañada por el sol, transcurre la juventud de los hijos de Matitiahu. El despótico poder seléucida todavía no ha invadido sus vidas.
Una tarde, una de las tantas bellas tardes de Modín, Pericles, el recaudador de impuestos, intenta someter al menor de los hermanos, Ionatán. Rápidos, eficaces, letales, con el arrojo y la audacia que luego demostrarían en el combate, Shimón, Yehuda y Eleazar matan a Pericles y a sus dos guardaespaldas. Se quedan con sus armas y entierran los cuerpos en un terraplén. “Había tres hombres muertos y nosotros los habíamos matado; nuestra infancia había concluido y terminado”. Desde ese momento, una pregunta obsesiva invadirá los días y las noches de Yehuda: “¿Cómo se hace una guerra?”.
No hay en la novela milagros de aceites que multipliquen su rendimiento en el Gran Templo. Hay guerra, muerte, sangre. Cohaním que jamás hubieran osado acercarse a una impureza caen rendidos luego de la batalla para dormir junto a cadáveres putrefactos. Hombres que van a luchar. Que van a morir. Que tienen que fundir sus instrumentos de labranza para forjar espadas. Hombres que han tenido hijos o que tienen padres ancianos que cuidar y deben decidir si van a combatir a las montañas o van a quedarse en la aldea. Que tienen que elegir entre una vida sumisa pero vida al fin, o un destino incierto y una muerte más que probable. Eran hombres de paz, con vidas simples al ritmo de los tiempos de la cosecha y de la religión de sus padres. Pero acaso, “¿la resistencia a la tiranía no es obediencia a Dios?”.

Qué hiciste para nuestros padres…
Muchos años más tarde el pueblo ha recuperado su autonomía política y religiosa. Son tiempos de calma. Shimón, el último de los Macabeos, el único que ha sobrevivido de sus gloriosos hermanos, está en su sitial juzgando. Se presenta ante él un curtidor cuyo esclavo –un muchacho beduino- ha huido. Shimón se dirige al muchacho y le pregunta por qué:
-Para ir a mi casa -lloriqueó el muchacho.
-¿Dónde está su casa?-reclamó el curtidor. –(….) Le estoy enseñando un oficio, preparándolo para ser libre; ¡pero él prefiere una sucia tienda de piel de cabra!
-¿Para qué quieres irte a tu casa?- pregunté al muchacho.
-Para ser libre -gimió el chico-. Para ser libre…
Guardé silencio entonces, mirando a la muchedumbre…. Todos ellos aguardaban turno para ser juzgados, ¿y quién era yo para juzgar, y con qué, y por qué?
-Quedará libre dentro de dos años – dije-, como lo expresa la ley.
-¿Y el dinero que pagué a la caravana?
-Cárgalo en la cuenta de tu propia libertad, curtidor.
-Simón Ben Matatías… -comenzó a decir con el rostro rojo de ira-. Pero yo lo interrumpí.
-¡He dado mi fallo, curtidor!-bramé-. ¿Cuánto hace que dejaste tú mismo de dormir en una sucia tienda de piel de cabra? ¿O es que ya lo has olvidado? ¿La libertad es acaso algo que se pueda poner y quitar, como una chaqueta?
-Dice la ley que…
-¡Yo sé lo que dice la ley, curtidor! ¡La ley dice que si lo castigas puede reclamar su libertad! Puede reclamármela a mí, aquí. ¿Me entiendes, muchacho?
Por los milagros y las maravillas, si el judaísmo significó para mí el imperativo de combatir cualquier forma de opresión, fue por este libro. La libertad no se puede poner y quitar como una chaqueta.

En aquellos tiempos y en este
Tengo en mis manos el ejemplar, es la edición de Acervo Cultural. Hay otra, editada por La Pléyade, pero esta me gusta más, me gusta la tapa. Tiene un fondo marrón y sobre un manchón negro está el título escrito en imprenta minúscula, oblicuo, hacia arriba. Tiene un diseño como de grafiti, parece una pintada en un muro. Tiene un aspecto… ¿Diré la palabra tan demonizada en estos tiempos? militante…. También tiene el embriagante aroma de los libros de antes, el nombre de mi mamá escrito en una letra redonda y esmerada. Y una fecha: 1957. Lo leyó a los 15 años. Supongo que –al igual que yo en su momento- debe haberse enamorado de todos y cada uno de los hijos de Matitiahu. Este año -como todos los años- encenderá con mi hija las velas de Janucá: “Asher kideshanu ve mitzvotav vetzivanu, leadlik ner shel Januca”. Y tal vez…  yo le leeré a mi hija una parte del libro. La de la chaqueta, por supuesto.

*  Psicoanalista (UBA).