Ettore Scola, Yo soy Beti y el imperio kázaro

Esa cultura…, la fea

Esta columna propone un paralelismo para explicar la compleja trama de nuestra cultura judía a la luz del permanente revisionismo e imposición de contenidos por parte de los grupos ortodoxos y ultraortodoxos frente a la posición del resto de las corrientes que integran al judaísmo. No se trata de una mera disputa de poder, que puede ser su consecuencia, sino de un golpe cultural.
Por Gustavo Lázaro Lipkin *

Ettore Scola fue un importante director y guionista de cine italiano, que hizo comedia, drama, improvisación, escuela, sin un marcado tinte político, que fue su gran diferenciación con el resto de sus contemporáneos.
A pesar de la época en que se desempeñó como director cinematográfico, no fue precisamente un neorrealista, sino de aquello que me gusta llamar el “post-neorrealismo”.
Digo así, ya que es un tardío neorrealista, aunque su época coincidió con el mayor apogeo de ese movimiento cultural. Es neorrealista por la pintura de su tiempo, por su vínculo con Fellini (Conf. Scola 2013 “Qué extraño llamarse Federico”) que se puede vislumbrar con la tardía nostalgia y, si bien sinónimos, melancolía de sus últimos films.
Pero Scola era escritor, abogado, político y, un teórico del cine. Su conocimiento es tan refinado y experto como el del conde milanés Luchino Visconti, sin la descripción crítica marxista que éste hacía de la historia, casi un ensayo dialéctico de choque y síntesis de culturas (Senso-1954, El Gatopardo-1963, Retrato de familia en interior (Grupo de familia-1974)).
Uno de las películas más desconocidos de Scola, fue la revisión de la obra de Iginio Ugo Tarchetti: «Fosca» (1869), Pasión de Amor (Entre el amor y la muerte 1981), con guion cinematográfico de aquel junto con Ruggero Maccari, donde se combinan una serie de paradigmas que explican o dan un marco a otros muchos correspondientes a la cultura en general.
El paradigma cultural no está presente en todos los conglomerados de individuos, con o sin territorio, estatus político, en cambio se pone en crisis el mismo cuando hay acuerdos de manejo y tolerancia del disenso.
La compleja trama del “etude” de Scola, consiste en la convivencia de personajes que la impulsan y de otros que son puestos en un juego de roles intercambiados en un marco de tragedia.
Básicamente es un triángulo. Su entorno es la unificación italiana, cuando un don juan que oficiaba de capitán -Giorgio, interpretada por Bernard Giraudeau, se enamora de una mujer casada con un superior jerárquico, interpretada por una muy encumbrada Laura Antonelli (1941-2015); ello motivó su traslado a las extremidades de la batalla, la frontera, destacamento de segundo orden, manejado por un coronel que tiene un familiar cercano que se halla confinada a una habitación oscura, de quien se hablaba como una mujer enferma, con debilidad mental y una fealdad propia de un demonio. En ese marco, un doctor a cargo de los oficiales de la guarnición, un personaje central en la trama a cargo del experimentado Jean-Louis Trintignant (El último subte, Z, Un hombre y una mujer, La noche de Varennes, Amour), pone en marcha una apuesta para llevar adelante un experimento social donde Giorgio debía reunirse con la fea Fosca.
La trama es llevada adelante en un entorno propicio: un lugar inhóspito, con batallas reales y muy lejos de los fastuosos lugares que Giorgio estaba acostumbrado y una necesidad: sobrevivir con los favores del coronel para mantener su estatus y comodidad.
Así conoce a Fosca, enfermiza, tan fea, enigmática como dotada de una inteligencia, cultura y amante de la poesía y literatura más excelsa.
Fosca se posaba en las sombras, para el espectador el metamensaje y los subtextos son un placebo frente a la maquinación positivista del médico y su experimento. Las sombras de la habitación que se van disipando con el desarrollo de la filmación van mostrando un efecto extraordinario, cuanto más en común había entre ellos se daba una conjunción, el bello se iba maravillando y ocultando de la luz y, la fea, por su parte, hacía lo opuesto.
La mancomunión de intereses, el lenguaje literario en común, la agorafobia social en superación permanente fue perforando el juego del médico, para pasar a otro esquema místico de Giorgio y Fosca, ellos en su gueto estaban por fuera de la sociedad que los ungió, había una transformación, casi una fe común. Giorgio, leyendo la misma poesía que le profesaba a su examada, se fue integrando con Fosca y ella dejó de ser para pasar a constituirse en Clara (Antonelli).
La facie de Tosca, además, entre luces y sombras, se aparenta con el Nosferatu de Munau (1922), una antigua estirpe de guerreros que sobrevive con una mística vampírica que quiere salir de su claustrofóbica geografía y desea buscar en la civilización otra oportunidad.
El parecido al Nosferatu no es ocioso, un personaje olvidado, un resabio de cultura europea perdida en las estepas bálticas, posiblemente en la zona del Rio Volga, el Mar Negro. Kazaria (jázaros), pueblo reconvertido al judaísmo en la Baja Edad Media (siglo VII) ocupó una gran zona, hoy desde Bulgaria hasta Rumania, son considerados los primeros parlantes del idish y el origen de los judíos ashkenazim (sustancialmente convertidos en las comunidades judías alemanas).
La cita de personajes positivistas y místicos, se funda sustancialmente en la polémica filosófica entre el positivismo filosófico y el concesionismo o misticismo. A su vez, la misma trama fue utilizada en la tira “Beti la Fea” (Yo soy Beti, la fea 1999/2001 Colombia), con alguna diferencia en su final.

La historia es simbiótica, Fosca fallece en su clímax (tragedia mística), mientras que Giorgio olvida su pasado y se convierte en Fosca, uno y otro dejan de ser una individualidad y recrean una síntesis de una dialéctica recreada por el médico, que como una especie de genio en su lámpara le concede los deseos a todos, pero, al igual que el pacto con el diablo, lo hace con efectos no queridos por los contratantes y, así satisfacer su interés personal. En el caso del Nosferatu, el “feo” fallece en el clímax y su amada debe mantenerlo con vida hasta el amanecer.
La cultura tiene rasgos muy similares, los sujetos que se someten a ella se transforman, sus deseos dejan de tener peso específico en lo general y sólo pasan a tener importancia en los actos independientes, que tienden a desaparecer con el tiempo.
Acogerse a una cultura implicará hacerlo a otra identidad que tiñe la persona para transformarse en otra unidad.
La cultura así establecida permanece inalterada en tanto y en cuanto no exista interacción, por tanto, cultura, en este sentido, requiere de cierto marco de estabilidad.
El gueto fue la pieza fundamental para sostener a las juderías dispersas por el mundo. La diáspora fue el evento histórico recreado para establecer las condiciones especiales para continuar con la esperanza del pueblo: El premio, la Tierra Prometida; Pero en la realidad, las tribus judías desde el principio fueron nómadas, por tanto, esa dispersión histórica no tenía una razón más que la justificación que la levítica encontró para subrogar al paraíso de los cielos por un objetivo más terrenal.
Ya en la “Tanaj”: viejo testamento que se compone sustancialmente de cinco partes: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, libros que debemos tomar como validados y, por tanto, como sucesos históricos, el pueblo viaja desde Canaán a Egipto, pasando por Moab, Jericó, con la gran sequía (José) Jacob y sus hijos se dirigen a aquel para tomar su cultura y ser esclavizados, es la tesis que justifica metodológicamente al Éxodo, la organización política: Reinos de Israel y Judá; su destrucción, la ocupación babilónica, la destrucción del templo en el año 70 de la nueva era y de allí a toda Europa y el mundo; pero, el dato histórico de otra numismática nos arroja que las tribus fenicias estaban presentes en el Mediterráneo desde aproximadamente el año 1300 a. C.

Como fuere, esta dispersión lleva a una férrea readaptación del pueblo y su centralización en ciudades sin gentiles, ese modo de sobrevivir se pudo mantener hasta la aparición de los Estados Nacionales.
Llegado el siglo XVI se comienza a pergeñar el paradigma del Estado Nacional, tal y como lo conocemos ahora, su evolución perduró hasta 1776 en que se lleva adelante las Revoluciones Francesa y de las Colonias de Occidente del Norte de América (13 colonias americanas) que después terminó en ser los EE.UU. de América.
El concepto de gueto se comenzaba a poner en crisis y la cultura exacerbada del judío clásico se quebró, los movimientos ortodoxos se comenzaron a flexibilizar, para pasar a ser nuevos formatos que pretendían el mismo objetivo: la descendencia judía de vientres; había que redefinir a la conversión ya contenida en el caso olvidado “Libro de Rut” de la Tanaj y comenzar el debate sobre su posibilidad concreta como una reacción anticíclica frente a la inminente convivencia en ciudades o, con vecinos de otras religiones: la cultura debía ser una cuestión de peso para salir airosa en el proceso histórico inexorable; ya había que regirse por horarios oficiales, calendarios internacionales y poseer un apellido del lugar. La realidad se imponía y la cultura era un peso tan inapropiado como la vieja concepción de la filosofía como única noción del saber, frente al pensamiento deductivo, la ciencia y los saberes no metafísicos.

El siglo XVIII convalida el Estado con límites liberales y, hasta el modo de antisemitismo mutó de lo desconocido (la peste negra, beber sangre de bebes gentiles, etc.) a la judeofobia. El judío es problemático, ya no está en su oscuro cubículo, son militares, jueces, historiadores, científicos, médicos y están en todos lados, bancos, economías, comercio.
De los movimientos ortodoxos, se pasa a la nacionalidad judía, el sionismo pretende ya en el sigo XIX un Estado Nacional Judío, pero no confesional, sino con los mismos requisitos y forma de tomar decisiones que el resto de los países.
La cultura debía mutar. El movimiento conservador fue la solución para mantenerla y poder sobrevivir en un mundo ya no comunitario, sino universal.
Ello conllevó a grandes posiciones, los unos, los ortodoxos que acusan a los reformistas y conservadores de asimilacionistas y, en su afán de ser los únicos reales descendientes de las trece tribus de Israel, hasta llegaron a sostener que la matanza sistemáticas de minorías étnicas en la Segunda Guerra fue el producto de “malos” judíos (Conf. Dichos de Ovadia Yosef)  o los polémicos dichos del Sr. que se dice rabino: Samuel Levín.
Esta situación de permanente ruptura, hasta ahora garantiza la continuidad, la proliferación de tesis y antítesis lleva ahora a paradojas ya ocurridas: hasta cuánto se puede tolerar que David traicione las tradiciones para amar a Betsabé, ¿es necesario el modo en los cementerios judíos maltratan a los familiares para tener el test de origen?
Pero, algo hay que este inicio o fin de la historia haga eclosión, la cultura, ese resultante. En la tira cómica de origen colombiano, los autores prefirieron darle un nuevo final a la trágica historia, la fea se vuelve linda y el lindo acepta a las feas, de modo tal que ya ni uno ni el otro ya lo son, son algo nuevo.
La decisión de seguir con una educación judaica, aun de matrimonios mixtos, y la de las instituciones de tomar esos alumnos (las conservadoras que quedan y reformistas), es un proceso que transforma, los programas de viajes para adolescentes y jóvenes adultos de ir a Israel, programa iniciado ya desde los años 1960 en adelante, junto con la imposición del hebreo actual en las escuelas dejando los viejos idiomas (idish y ladino).
De ser una minoría temerosa, el orgullo nacional se impuso por sobre los miedos.
Pero, lo cierto es que este universalismo trajo aparejado una vuelta a la idea del gueto. Convertir a Israel en un estado confesional judío es lo más parecido a eso y a las crisis de los antiguos estados como los citados reinos y, hasta los proyectos aun no validados como el imperio Kázaro (Jázaro).
El choque de la cultura con los gentiles es distractor, pertenecer se convierte en la virtud, la idea de una identidad entre tendencias y deberes muy férreos sólo funciona en la comunidad, en la habitación cerrada y sórdida de nuestro ejemplo, al abrirse, aparece la mutación.
La cultura es anticíclica, transformadora, déspota y, como dicen algunos ortodoxos, es muy fácil la asimilación y la posición conservadora, por antonomasia a su modo de vida.
Esa cultura, la fea, ¿podrá resistir?, ¿habrá un judaísmo o varios?, ¿podrán los movimiento ortodoxos expulsar al resto?, ¿se volverá un estado teocrático y segregacionista el judío?
La cultura mantuvo una identidad, posiblemente lo seguirá haciendo, pero sin lugar a dudas transforma y da vida una diferente, mejor para los que la aceptan, el placebo que brinda la ilusión.

* Profesor Titular de Introducción al Derecho (Teoría General de los Sistemas) en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires, profesor Adjunto Regular en la Universidad de Buenos Aires de Filosofía del Derecho, Especialista en Epistemología y Doctorando en la UBA y la UNTREF.