Crisis por el proceso independentista

Ciao, Catalunya

Pese a que el auge del movimiento independentista en Cataluña es relativamente reciente, hoy son millones los catalanes que tienen el anhelo de decidir en las urnas si quieren ser un país independiente, dado que muchos de ellos no se sienten españoles.
Ofer Laszewicki Rubin *

Hoy, como tantos cientos de miles de catalanes, españoles o como cada cual se considere, me siento triste, enfurecido y muy preocupado. Al despertar, los titulares en Jerusalén y tantas otras capitales internacionales era: “800 heridos mientras los catalanes intentan votar para separarse de España”. Las estremecedoras imágenes han dado la vuelta al mundo y hablan por sí solas: agentes de las fuerzas de seguridad del Estado enviados a Catalunya para “solventar” a porrazos una grave y larga crisis política donde, precisamente, lo que más se echa en falta es altura política, serenidad y un poco de inteligencia.
Nunca me consideré independentista. Ni hoy, después de la lamentable y autoritaria respuesta del gobierno de Rajoy –al que cada vez que escucho desde la distancia me parece que vive en un mundo paralelo-, me he vuelto “indepe”. Desde el máximo respeto a amigos y familiares, durante estos siete años de movilización soberanista he sido escéptico y crítico con parte de sus argumentos. Para empezar, que para algunos de sus poderosos precursores –como Artur Mas y su personal viaje a Ítaca- la causa estelada afloró en el momento idóneo para tapar sus vergüenzas y robos masivos de dinero público de sobra conocidos. A su vez, el marco mental de la nueva república catalana se promueve repleto de simbolismo feliz y eslóganes convincentes, pero sigo echando en falta estudios irrefutables que me demuestren que este nuevo país que pretenden construir será viable, próspero, justo y libre de corrupción, cosa que dudo mucho que ocurra mientras la misma burguesía catalana, que hace no tanto se repartía alegremente el pastel en el Hotel Majestic con Aznar, siga manteniendo las riendas del asunto.
Hasta la fecha, el “procés” ha simbolizado el anhelo de millones de catalanes por decidir en las urnas si quieren ser un país independiente, pero sigo sin visualizar los cimientos y los apoyos necesarios que Catalunya necesita para caminar sola. Como periodista, me repugna el evidente sesgo mediático de TV3, la tele pagada por todos los catalanes que, durante este periodo, ha ejercido de portavoz acrítico de la Generalitat, olvidándose casi por completo de otras sensibilidades políticas que conviven en la misma tierra.
Pero el relato de las élites gobernantes de Madrid –PP, PSOE, medios afines y demás- me supera. “Sedición”, “Desafío secesionista”, “Reto independentista”… sólo les ha faltado catalogar al soberanismo de “Invocadores de Satán”. A diferencia de otros Estados democráticos que han afrontado procesos similares recientemente facilitando un referéndum pactado –léase Canadá o Reino Unido-, el ejecutivo de Rajoy se ha pasado los años vendándose los ojos y haciendo oídos sordos. Repitiéndonos como a niños pequeños la santidad de la sagrada Constitución española, unas reglas del juego fijadas a contrarreloj hace casi 40 años y que apenas nadie de mi generación conoce ni considera suyas. Ley, orden, legalidad. La única oferta que repiten como tucanes es que sólo es posible dialogar dentro del marco de la adorada constitución, que parece que únicamente pueda reformarse si PP y PSOE se ponen de acuerdo para hacer reformas exprés, como ya hicieran en 2011 para la ley de “estabilidad presupuestaria”. De referéndums, ya sea de independencia, sobre la monarquía o sobre si queremos inyectar miles de millones del erario público para rescatar a la banca fraudulenta, ni hablar. Menuda sorpresa me llevé cuando una colega suiza me contó que en su país toda decisión de peso se toma tras una votación popular.
Apelan a las leyes, las mismas que ellos mismos se pasan por el mismísimo forro. De hecho, considero que este gobierno debería estar inhabilitado y muchos de sus miembros entre rejas, pero parece que ante los escandalosos casos de corrupción, las repentinas y misteriosas muertes de algunos de sus implicados, la quema de sedes con pruebas, el dispendio astronómico en proyectos caciquiles inservibles o el uso probado de “las cloacas del Estado” para derribar adversarios políticos, el “Santo Grial” constitucional es sorteable.
Se equivocaron y, muy a mi pesar, seguirán haciéndolo. Tratar a millones de catalanes que quieren expresar legítimamente su opinión votando como malvados sediciosos cuyos cerebros han sido lavados es no enterarse de nada. Mi familia vino a Catalunya desde el extranjero. Pese a que el “boom” independentista y las movilizaciones masivas son relativamente recientes, sería positivo que el establishment español entienda de una por todas vez que muchos catalanes no se sienten españoles, y que es un sentimiento legítimo. Y que conste: hace años, en las Diadas del 11 de Setiembre salían cuatro gatos a manifestarse. Ahora son, por lo menos, más de 2 millones. De pequeño, al empezar a conocer familias con ADN 100% catalán, como los Rigau o los Sunyol, comprendí que el pueblo catalán tenía una lengua, una cultura y una identidad diferencial al resto de los españoles, algo que también sentí visitando las aldeas vascas de Guipúzcoa. Que sus tradiciones fueron reprimidas y censuradas durante largas décadas de fascismo, cuyos tentáculos jamás fueron cortados de raíz y, en días como ayer, vuelven a azotar con fuerza. En esta España, los malvados quebrantadores de la ley son los que se movilizan para introducir papeletas en urnas, no los jóvenes que brazo en alto añoran al caudillo cantando el “Cara al Sol” en pleno corazón de Madrid. Me dan escalofríos solo al imaginarme a mi abuela, que sobrevivió al Holocausto, viendo por televisión a jóvenes alemanes alabando a Hitler en el corazón de Berlín.
Sigo sin comprender a los estrategas de La Moncloa. O, en parte, sí. Simplemente pretenden seguir tensando la cuerda y negando el sentimiento de, por lo menos, media Catalunya. Supongo que les dará buen rédito electoral en próximas elecciones. Pero la mayoría sabemos que si al inicio de esta crisis el gobierno hubiera hecho una oferta generosa a los catalanes –llámese Pacto Fiscal-, el suflé se hubiera deshinchado de inmediato. Porque, a pesar de todo, el pueblo catalán ha sido tradicionalmente moderado, pactista y en buena parte conservador. Pero, lamentablemente, Rajoy sigue apostando por erigirse en la principal fábrica de independentistas.
Es triste, pero ahora ya es demasiado tarde. Demasiados catalanes ya han desconectado sentimentalmente de España. Tras las imágenes de policías apaleando a abuelas, cuerpos de seguridad enfrentándose, relaciones rotas y una crispación al alza, dudo mucho que alguien logre suturar esta profunda herida abierta. Como dije antes, no soy “indepe”, pero ayer, como tantos otros conocidos no adscritos a la causa, me hubiera acercado al centro de votación tras ver las vergonzosas imágenes retransmitidas por las redes sociales. A pesar de la extrema dificultad y el nerviosismo, invoco a la calma y la serenidad, sobretodo de la gente “de abajo”, para que este estado de excepción no se lleve por delante relaciones personales.

* Periodista especializado en política internacional. El autor es un colaborador de Nueva Sión, catalán, que actualmente vive en Tel Aviv.
Fuente: Blog oferlaszewicki.com