En la última semana se difundió la caricatura que el hijo de Benjamin Netanyahu, Yair Netanyahu, compartió en su página de Facebook. Es una evocación de la cadena alimenticia en la que el millonario judío George Soros, mueve con sus hilos a una serpiente y un iluminati, quienes a su vez manejan como a títeres a Ehud Barak, al abogado Eldad Yaniv y al ex-amo de llaves de la residencia de Netanyahu, Meni Naftali, involucrado ahora directamente en la querella judicial contra Sara Netanyahu. Los medios de comunicación y las redes sociales se cimbraron. El hijo del primer ministro israelí promueve un ícono con los motivos antisemitas más elementales, recibe el respaldo del líder del Ku Klux Klan, David Duke, y del Daily Stormer, el diario neonazi más importante de Estados Unidos. Tras esto, su padre, el primer ministro de Israel, calla.
El suceso reciente es grotesco y rebasa con mucho lo que era previsible en estas circunstancias. Sin embargo, no está desprovisto de sentido, a la luz de la línea nacionalista judía que va prevaleciendo en el gobierno israelí durante los últimos años. La aparición de motivos similares en el antisemitismo tradicional del siglo XX y en el discurso nacionalista israelí debe dejar de sorprendernos. Seguimos sumando. El silencio del primer ministro israelí frente a los trágicos sucesos de Charlotesville no tiene como origen y razón de ser, únicamente, la voluntad de ser condescendiente con el presidente Trump. El clima ideológico que se ha gestado en Israel durante los últimos años va más allá.
Netanyahu ha ido reivindicando de manera permanente las características del Estado antiliberal. Su gobierno impulsa y acrecienta las restricciones en el campo de la libertad de expresión y exige lealtad nacional en el área de la creación cultural. Tal como los antisemitas vinculaban a los judíos con el control de los medios de comunicación, el gobierno de Israel identifica hoy a la prensa libre con la izquierda traidora. De acuerdo con esas tesis conspirativas, los izquierdistas controlan y subvencionan con dinero extranjero a organizaciones no gubernamentales. Así como para las teorías conspirativas el judío perverso manejaba al mundo a larga distancia, los nuevos nacionalistas israelíes creen en la existencia de la manipulación y conspiración en contra de su proyecto nacionalista en los mismos términos.
Estamos ante una escalada que acontece en un contexto global. Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, reivindica la pureza de la nación húngara, instiga a la sociedad contra las ONG y contra los medios de comunicación, reconstruye el discurso nacionalista extremo –fuente también del antisemitismo europeo-, propone reinstalar la pena de muerte e incluso lucha por cerrar la Universidad Centroeuropea. Y no es casualidad que el gobierno de Orbán en Hungría y el gobierno israelí tengan el mismo enemigo: George Soros. Se trata nuevamente de desenmascarar al demoníaco judío cosmopolita. Son esos judíos cosmopolitas y millonarios los que mueven macabramente sus hilos desde la distancia, y controlan la economía socavando el interés nacional genuino y arraigado del auténtico nacionalista, que deberá resistir y permanecer puro por siempre, parafraseando a la hinchada de Betar Jerusalén.
Bajo esta sombra y dentro de este marco ideológico se está gestando una nueva forma de judaísmo en Israel. Con sus propias cualidades, se nutre de una ideología Volkista, neoromántica, de relación integral y orgánica entre el pueblo y su madre patria. En estos nuevos términos, ser judío implica ser brutal, por lo que tener una conciencia moral equivale a ser decadente. La xenofobia es parte indiscutible de este fenómeno en el que privan el desprecio por el otro, por el extranjero y el diferente, lo mismo que la glorificación de un nacionalismo extremo que debe de elevarse, como lo ha dicho con claridad la ministra de justicia Ayelet Shaked, por encima de las garantías civiles y los derechos individuales.
Es hora de entender, en todas partes del mundo, que este no es un enfrentamiento entre el Israel soberano y orgulloso frente a sus detractores. Este enfrentamiento es entre lo que Karl Popper denomina como la sociedad abierta y por el otro lado sus enemigos. Contrario a lo que la retórica oficialista de Israel pregona, el debate actual al interior del pueblo judío no se centra en torno a la lealtad o deslealtad al Estado judío, sino respecto a qué mundo es al que pertenecemos. ¿Estamos en la línea de Trump, Putin, Erdogan y Orbán? ¿Es hacia esos modelos de Estado a los que aspiramos? ¿Es ese el judaísmo con el que nos identificamos como alternativa dominante del siglo XXI, recreando en nuestra propia sociedad todo lo que desató el odio en contra nuestra en la Europa de los años ‘30 del siglo pasado?
Esas son las preguntas que todo judío debe de plantearse hoy día, donde quiera que esté, para decidir así de qué lado de la ecuación se coloca. Esta es la cuestión que debe plantearse cada uno de los líderes del judaísmo latinoamericano que está dispuesto a encontrarse con el primer ministro israelí.
* Mexicano-israelí, miembro Fundador de J-Amlat. Profesor de la Universidad Ben Gurión.