Autor de libros tales como “La invención del pueblo judío” o “La invención de la Tierra de Israel”, Sand, que se define como “laico, ateo e israelí”, abandona el tono académico para lanzarse a un intento de unir lo que vive como ciudadano de Israel con lo que ha investigado a lo largo de su trayectoria universitaria.
Buena parte de su obra se ha dedicado a “poner en entredicho los grandes mitos fundacionales del Estado sionista”, ya que desde su perspectiva, el relato oficial israelí es la “reconstrucción de la historia al servicio de un proyecto político”. En realidad, todos los relatos nacionalistas, como lo ha mostrado Benedict Anderson, son exactamente eso.
El pequeño volumen –que se apoya en otros estudios más extensos y con formato “académico”- tiene, sin embargo, una notable densidad, y ataca temas con un potencial polémico extraordinario.
Sus preocupaciones son mútliples y variadas, disparadas a partir de su profunda rebelión contra las injusticias y despropósitos que observa en el país en el cual desea vivir, pero que le genera enorme preocupación por el futuro, Israel.
¿Qué es un judío laico?
Sand argumenta que lo judío es indudablemente una religión, pero que no existe algo así como el judío laico. Quien es laico, según Sand, se aleja inexorablemente de lo judío, ya que ello (“lo judío”) como religión no muestra capacidad para proveer los valores humanos y universales que un laico –no capturado por el etnocentrismo- requiere. Sand descree, por supuesto, de toda connotación racial de lo judío, y por lo tanto sostiene que “no hay una esencia judía, independiente de lo que la persona haga, piense o diga”.
La cultura idish, en la cual podía convivir lo laico con un hacer y una identidad claramente definida –dadas las peculiares condiciones de vida en el este de Europa en los siglos previos al siglo XX-, cultura que Sand valora, se ha extinguido. Según él, el idish es una lengua muerta –en parte herida por el Holocausto, y en parte por la política educativa del Estado de Israel-, y lo que hoy vive es el hebreo, que es una lengua “fabricada” por la empresa sionista.
Para el autor, no existe la cultura judía laica. La prueba es que“no hay un modo de vidacotidiano y específicoque pueda relacionar entre sí a los laicos de origen judío de todo el mundo, no existe una cultura judía viva, no religiosa”.
Sand ve como peligrosa la combinación de elementos nacionalistas y religiosos, y entiende la ocupación prolongada y la colonización de territorios como una extensión inevitable de los confusos conceptos mezcla étnica-religiosa, que inspirarían la política israelí. A su vez, repudia la discriminación de los ciudadanos árabes israelíes, y lo vincula con la pretensión de Israel de ser un Estado “judío”. Sand propone que el Estado sea “de todos sus habitantes”, y aceptar lo israelí “con su potencial de identidad abierta e integradora”. Postula la necesidad de leyes civiles en Israel, en relación a ese cambio institucional decisivo para salir del “etnocentrismo”.
“Ser (o no ser) judío hoy”señala la tendencia, a partir de la ocupación de los territorios palestinos en el ´67, al uso abusivo del Holocausto, como justificación de toda acción israelí, y la pretensión de ser las víctimas exclusivas de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, denuncia el uso oficial de la Shoá como dispositivo de bloqueo a cualquier crítica a las políticas anexionistas de la derecha israelí. E insta a “liberarse de esa maldita e interminable ocupación”.
Dentro de una serie de descripciones interesantes y críticas sobre la constitución y evolución cultural de Israel, el libro señala con agudeza las contradicciones de la elite laica israelí: haberse apoyado en la religión para fundamentar una serie de políticas nacionalistas, y aborrecer al mismo tiempo la creciente presencia religiosa y su tendencia a imponer sus ideas sobre los ciudadanos comunes.
Sand reconoce la peculiaridad de la creación nacional israelí: “El sionismo fue capaz de forjar un pueblo nuevo dotado de una lengua propia y nueva, que se distanció de las prácticas ancestrales del hebraísmo y de sus nociones incompatibles con el nacionalismo. Un pueblo que ya poseía una patria, aunque aún no sabía muy bien cuáles eran sus fronteras; también tenía una cultura pública uniforme, aunque no siempre se diera cuenta de hasta qué punto no era judía”.
El libro constituye un excelente disparador para una serie de debates relevantes, aunque sus conclusiones no necesariamente constituyan el punto de arribo de los mismos.
* Profesor en UBA y Universidad Nacional de General Sarmiento.