La senda de un sueño, de Orna Stoliar

Contando la historia de Hashomer Hatzair en Argentina

“Hashomer Hatzair era un movimiento en cuyo foco se instalaba un ethos educativo arrollador por el que pagó un precio muy elevado y que consistía en estar juntos en grupo, transmitir un mensaje cultural, actuar poniendo de manifiesto cualidades humanas. Pero sus protagonistas entienden que el mundo que los rodea experimenta una vida política que no se rige por ese ethos y quieren estar políticamente atentos; en más de una ocasión, eso conduce a la ceguera ante un entorno que se niega a concretar dicho ethos. El precio incluye también la posibilidad de que ese ethos aluda a la posibilidad de un ‘nosotros y ello’ y a aventuras sociales”, señaló Miki Tsur en sus reflexiones duirante la presentación del libro “La senda de un sueño, historia de la familia shómrica en Argentina”, realizada en junio en el Archivo de Hashomer Hatzair, Guivat Haviva, Israel.
Por Muki Tsur *

Los libros de memorias colectivas escritos por quien quiere narrar una historia y no elaborar un tratado histórico filosófico pueden ser la cuestión privada de quienes participan en ella, que leen el libro para comprobar si sus relatos han entrado en él, o no. En este libro, la autora optó por no desentenderse del encuadre histórico y no limitarse a inventar mitos o condecoraciones; quiso esbozar una imagen y gradualmente se percibe que no se trata del asunto privado de un grupo de personas que habían compartido partes de sus biografías. El relato arroja luz sobre un fenómeno mucho más amplio y no es casual. No sólo la intención de la autora lo hizo posible; es consecuencia directa del hecho de que en su juventud, esta gente quería ser partícipe de su entorno, influir sobre él y encontrar soluciones biográficas a los grandes dilemas sociales.
Hashomer Hatzair era un movimiento en cuyo foco se instalaba un ethos educativo arrollador por el que pagó un precio muy elevado y que consistía en estar juntos en grupo, transmitir un mensaje cultural, actuar poniendo de manifiesto cualidades humanas. Pero sus protagonistas entienden que el mundo que los rodea experimenta una vida política que no se rige por ese ethos y quieren estar políticamente atentos; en más de una ocasión, eso conduce a la ceguera ante un entorno que se niega a concretar dicho ethos. El precio incluye también la posibilidad de que ese ethos aluda a la posibilidad de un «nosotros y ellos» y a aventuras sociales. De todos modos, se puede decir que los movimientos cuyo punto de partida no radicaba en la educación sino en la política tampoco estaban exentos de tragedias y pecados, y que también ellos pagaron precios gravosos.
El movimiento jalutziano en América Latina se nutrió de la nostalgia por los parajes de donde habían llegado los pioneros que lo fundaron. Sus miembros añoraban Galitzia y el ken del movimiento, ese club despojado cuya decoración habitual consistía en fotos borrosas de jalutzim en Eretz Israel, ese mismo club que añoraba a Eretz Israel. La emigración judía a Argentina generalmente se mantuvo fiel a la familia europea, pero no volvió a Europa y canalizó su nostalgia a Eretz Israel. En Argentina reprodujeron las añoranzas por el movimiento lejano, que les había enseñado a añorar pero que también les abrió las puertas y el idioma al nuevo país de residencia. El sionismo los impulsó no sólo a desplazarse a Eretz Israel, sino que les brindó la sensación de que podían y debían pertenecer a la Argentina. El sionismo abrió una brecha en la concepción del gueto cerrado y, en ese país de inmigrantes, legitimizó la pertenencia. Se puede percibir hasta qué punto era intensa esa fuerza en el hecho de que los olim no se definían en Israel como galitzianos o turcos, sino como argentinos y no sólo eso, sino como porteños o cordobeses. El cambio tuvo lugar en una generación y media. A veces el movimiento jalutziano educaba para el activismo social en Argentina más que el club social que quería preservar a la familia judía; por eso, muchas veces se hablaba de lo que pasaba en Israel pero en realidad se hacía referencia a la realidad argentina. Los shlijim que llegaban de Israel tenían siempre un problema: cómo refrenar el instinto de participación de los miembros del movimiento en la sociedad argentina.
El primer embajador de Argentina en Israel que visitó un kibutz de argentinos informó de inmediato al gobierno de Perón que «son comunistas», y agregó algo sobre la peculiar situación emocional de esos jóvenes.
Es muy importante examinar la situación del judaísmo en América Latina desde cierta perspectiva; la razón de ello es el desafío sociopolítico de Israel en el presente. Hablamos mucho del fascismo y el totalitarismo soviético, y a veces hasta desenfundamos la Alemania nazi; en general se trata de argumentos políticos que resulta fácil refutar. Pero el destino de América Latina está más cerca de la realidad que vivimos en Israel, un país de inmigrantes-olim que se encuentran no sólo por medio de la integración, sino también a través de un roce entre culturas que se convierte en confrontación, un país sumergido en un torbellino de intervención extranjera de los imperios en el que actúan estamentos religiosos y un laicismo nacionalista; un país que tiende a ser escéptico con respecto a su capacidad de sostener una vida democrática.
A las democracias no se las asesina, se suicidan. América Latina nos ofrece una enciclopedia de puestas a prueba como éstas, con manifestaciones de una democracia atrofiada por la corrupción pública, un descenso a nivel de liderazgo, una indiferencia que cede lugar a la transformación de la democracia en oligarquía. Tenemos qué aprender. Hay países que se convierten en el tacho de desperdicios de la razón y que deben liberarse de ello con grandes dolores y sufrimiento. América Latina es la evidencia de que recibir los auspicios de la mayor democracia del mundo no asegura nada porque esa superpotencia es no sólo una expresión de democracia, sino que también sabe asfixiarla.
Cuando cayó el Muro de Berlín, muchos nos aseguraron que había llegado el fin de la historia tal como la conocíamos, que había empezado la era de la democracia que sabe tomar decisiones en el marco de un sistema libre, que ya no hace falta tomar la Bastilla de la opresión. ¡Hasta qué punto hemos aprendido desde entonces a ser cautos y realistas! ¡Cuántos asesinatos y cárceles han surgido desde entonces! Siempre hay alguien que susurra: no se olviden de que en la Revolución Francesa, el día en que las masas tomaron la Bastilla, símbolo de la opresión, la mayor parte de los parisinos se fueron a pescar.
El compromiso de los jóvenes con la construcción de sus vidas en el marco de un desacuerdo activo con procesos como éstos se entrelaza con todo el narrativo sionista. Esto se relaciona con el fenómeno de la aliá que enlaza una visión realista de la situación con sueños lejanos. Eso es lo que hicieron los protagonistas de este libro; no pueden enarbolar la bandera de la victoria total, pero han sembrados semillas capaces de germinar y prosperar.

* Experto en la historia y la biografía del movimiento jalutziano (pionero) y el kibutz. Vive desde 1956 en el Kibutz Ein Geb. Exsecretario General del Movimiento Kibutziano. Es hijo del primer Embajador de Israel en Argentina, Jabob Tsur.