Rabino Dany Goldman, ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires

La otredad no es un invento de Levinas ni de Buber, es un invento del barrio de Flores

A partir del reciente reconocimiento que le otorgó la Legislatura porteña, Nueva Sión entrevistó a uno de los emblemas más importantes del campo de los Derechos Humanos en el país y en la comunidad judía.
Por Leonardo Naidorf

-¿Qué significa para vos ser nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad?
 Simplemente una cuota de cariño. Ni siquiera diría un reconocimiento. Lo que más puedo rescatar de todo esto es aquello que tiene que ver con la formalidad realizada por un amigo mío desde un lugar no formal, que es Omar Abboud. Omar es dirigente de la comunidad islámica y legislador porteño. Junto con él y el presbítero Guillermo Marcó, formamos el Instituto de Diálogo Interreli-gioso (IDI), que no es otra cosa que la demostración cabal, el testimonio, de algo que se vincula con la idea de un mundo mejor, un mundo diferente.

-El diálogo interreligioso aparece, en principio, como un intento de unir aquello que parece muy difícil de unir, como es el caso de las religiones. Pero también se dan diferencias políticas. ¿Cómo funciona esto en la época de ‘la grieta’?
Entre nosotros no hay grieta. En las cuestiones que tienen que ver con la comprensión y el lugar del otro, en su sentido más profundo, no existe grieta. Tenemos que comprender desde otro lugar, no desde lo que, usualmente, se llama la grieta política. Hay valores que son comparables, otros que son compatibles y otros incompatibles. Respetando esta construcción, uno puede sortear las diferencias sin dificultades. En segundo lugar, la convivencia exige, esencialmente, la idea de erradicar toda ‘tolerancia’. Porque el concepto de tolerancia proviene desde un lugar de poder. ¿Quién tolera? Tolera aquel que tiene poder. En cambio, la convivencia juega desde un lugar distinto donde se es-tablece el hecho de que no hay poderosos, no hay sometedores ni sometidos. Hay un lugar donde mayorías y minorías se respetan en su cualidad de ideas y en la imagen de ser seres semejantes.

-En el discurso de agradecimiento arrancaste desde tu identidad familiar respecto de la Shoá. Como seguidor de Enzo Traverso, ¿qué lugar le ves hoy a la Shoá en la constitución identitaria del judío actual?
-Es una pregunta complicada. Me parece que uno tiene que jugar un doble lugar en esto. El lugar de recordar y el lugar de no olvidar. Enzo Traverso lo resuelve muy bien diciendo que, si permanente-mente recordamos, eso nos lleva a una neurosis de la que es imposible salir. Ahora, si olvidamos estamos cometiendo un acto “pecaminoso”, porque el olvido lleva a situaciones de reiteración. Por lo tanto es un doble juego: hay momentos en donde uno debe sacar esa valía del recordar y en otros momentos jugar con el espacio latente del no olvidar.

-También hiciste una reflexión en ese discurso donde distinguís la ciudad material de su gente, de la diversidad de las voces que la habitan.
-Valoro mucho el concepto de relato. La ciudad es un relato. Es más, me gusta jugar con la condi-ción de que todo es relato. Porque, en realidad, todo está vinculado a visiones propias, a mitos. Uno no puede establecer los límites de esa ciudad. ¿Cuál es el límite de un barrio? ¿Lo que Catastro de-termina o la avenida que en nuestra infancia no podíamos cruzar? Creo que ninguna de las dos. En mi caso, el barrio de Flores representa ese sentido de la cosmovisión y del diálogo. Por eso contaba que la esquina de mi casa, Páez y Campana, era un lugar de encuentro de culturas, donde el señor Salim, un avezado entendido del Islam, hablaba con otro llamado Schrada que vivía a tres casas de él y era un entendido en la Biblia hebrea, junto a otro señor llamado Jesús que, según las malas len-guas de los vecinos, había sido cura. Cada uno hablaba idiomas distintos pero lenguajes parecidos. Ese lenguaje de nosotros, que tiene que ver con la mutua colaboración, con ese sentido profundo que era el de la vecindad.

-Una primera experiencia de diálogo interreligioso.
-Claro. Ahí era donde, me parece, la otredad se daba en un sentido absolutamente práctico. La otre-dad no es un invento de Emmanuel Levinas ni de Martin Buber, es un invento del barrio de Flores.

-¿Cómo entendés hoy el rol de un rabino?
-Siempre lo entendí esencialmente como un rol docente: un maestro de la tradición judía. El rabino tiene que estar siempre, como todo docente, en un lugar de tensión con sus alumnos, con su congre-gación. Una tensión creativa. Si el rabino no se coloca en un lugar de tensión, es simplemente un empleado. La tensión creativa permite que la comunidad y el rabino puedan seguir creciendo y evo-lucionando. Esto implica un espacio de madurez que a uno lo lleva a ser distinto a lo que era en el momento de ingresar a su formación rabínica.

-En esa tensión elegiste hacer una actividad pública y social de alto perfil en algunos temas. Supongo que te habrán invitado alguna vez a participar de la política partidaria.
-Sí, pero no acepto ni aceptaría participar de la política partidaria porque creo que un rabino tiene que apoyar causas y no gobiernos. Cuando uno apoya causas siempre se siente más saciado en la búsqueda que haga. Uno se vuelve un puente entre su comunidad y la realidad pública que nos toca vivir.

-Una de las causas en la que estás más notoriamente involucrado es la de los Derechos Huma-nos, que actualmente genera mucha tensión en la agenda política. Sobre todo, qué es lo que se entiende como política estatal en esa materia.
-¿Cómo se definen los Derechos Humanos? Me gusta pensarlos acorde con el pensamiento de Maimónides, quien expresaba la via negationis, es decir, por aquello que no es. Desde esta visión, los Derechos Humanos son derechos insoslayables que únicamente puede violar el Estado. Por lo tanto, la exigencia siempre tiene que ser hacia el Estado. Desde ese lugar, creo que las organizaciones o las peticiones sobre Derechos Humanos siempre deben estar en tensión con el Estado. Así fue como lo aprendí de mis maestros en todo esto. Por supuesto que destaco a Marshall Meyer y, junto a él, al rabino Roberto Graetz. También a Aldo Etchegoyen, obispo de la Iglesia Metodista. Alfredo Bravo, dirigente socialista. A Simón Lázara. A (José) Miguez Bonino, profesor de Teología. A todos ellos los aprendí a conocer, a querer. Marcaron mi camino en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. También quiero destacar a Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, con quien tuve y sigo teniendo un vínculo muy fuerte. Ellos son una guía fuerte en todo esto, junto a Estela de Carlotto, Rosa Roisinblit, las Madres Línea Fundadora. Es toda gente a que uno tiene que mirar, cuando ocurren cosas, porque tienen una idea clara de hacia dónde hay que ir.

-En tiempos de crisis, sobre todo económica, aparece la religión como un refugio. Desde tu lugar, ¿cómo ves la religión en estas circunstancias?
-Las tradiciones religiosas no son ONG. Pero, haciendo hincapié en esto, las organizaciones religio-sas deben involucrarse con fuerza en cuál debe ser la acción a seguir. Si bien la situación actual es compleja, no podemos compararla con las de antaño, en las que el hambre golpeaba la puerta de nuestras instituciones. Esos fueron años muy difíciles. Incluso recuerdo que Nueva Sión sacó en el año 2000 una tapa con el comedor que teníamos en la Comunidad Bet El, donde se entregaban 800 raciones por día. En un momento ya no se necesitó eso. Pero quedó siempre en un lugar de no olvi-dar, el lugar de la alerta: ese lugar donde nos involucramos con la realidad que vivimos. Por eso digo que el momento actual es complicado pero no se puede comparar con lo que nos tocó vivir años atrás.