No hay forma más apropiada y eficaz de comenzar este artículo, sino citando a Jaime Barylko, que comienza su libro “Cómo ser persona en tiempos de crisis” con estas palabras: “Mamá sabía todo. Cómo se debe hablar, cómo ha de comportarse uno en la mesa, cuáles son las fiestas a festejar y los rituales correspondientes…Yo estudié mucho. Mamá no había estudiado porque vino de chiquita de Europa, perseguida por asesinos varios… Y no es que mamá fuera más feliz que yo, no. Ella sabía, por tanto no tenía que pensar. Yo estoy condenado a pensar. La vorágine del cambio no deja nada en pie por más de algunos días, horas, meses. Hay que pensar y con urgencia”.
Por una parte recomiendo leer este libro tan comunicativo y a la vez profundo, pero me permito disentir con el autor en esta concepción existencial y básica. Una lástima que el autor ya no esté entre nosotros, pues de lo contrario podríamos desarrollar una polémica viva y fructífera. Pero en realidad, me imagino, hay muchas personas que piensan y sienten como él con respecto a sus padres, así que esta polémica tiene una vigencia más general y está abierta para los lectores.
Esta idea de que “mamá sabía todo” y mi generación y las subsiguientes nacidas en la Argentina vivimos una total incertidumbre y estamos obligados a repensar todos nuestros valores y conductas, me parece un poco exagerado y bastante tendencioso. Está claro que cuando Barylko habla de su mamá se refiere, indirectamente, a un corte generacional de todos aquellos judíos que llegaron de Europa antes de la Segunda Guerra, a una edad más temprana o adulta, y contribuyeron a los cimientos de la colectividad judía en el pais. También mis padres llegaron a la Argentina antes de la Shoah, pero a mi manera de encarar la situación disiento totalmente del retrato que nos da Barylko de nuestra realidad. Por supuesto que no se trata de quién tiene razón o no. Se trata de cuál es la concepción de mundo que alienta a cada uno. Y en este punto quiero detenerme para traer mi narrativa histórica y familiar.
A los ojos de Barilko, su mamá transmitía una fortaleza vital e identitaria de la cual él carecía. Ella, como también toda su generación, eran el producto de una historia judeo-europea de cientos de años en los cuales se consolidó una identidad, que para el caso, es cómodo y correcto denominarla askenazí, aunque nuestros padres no hacían uso de este término. Es lógico suponer, que el autor del libro como es de costumbre se definía a sí mismo como judeo-argentino. Esta es la definición en boga hasta hoy día, pero a mi manera de ver la realidad, por múltiples razones, llegó la hora de reemplazarla por la definición de argentino askenazí.
Cierto es que vivimos en una era de resquebrajamiento de valores tradicionales, todas las conductas del pasado son ahora revisadas, frecuentemente rechazadas, y demás está decir de que los vertiginosos cambios tecnológicos cambian constantemente nuestro estilo de vida y el las de las próximas generaciones. Pero todo esto no nos compele a renunciar a nuestra identidad étnico-histórica. Cuando estuve activo en la jativa Anilevich, en los años “70, en Nueva Sión se publicó una serie de artículos polémicos bajo el título “Soy Judío pero no ejerzo”. La discusión se entabló con muchos estudiantes e intelectuales de izquierda que reconocían haber nacido judíos pero no tomaban ningún compromiso personal con su pueblo. Y Nueva Sión estaba deliberadamente en favor de crear un compromiso, es decir no solo ser sino también ejercer nuestra identidad judía. Tomar una responsabilidad pues había mucho para analizar, indagar y actuar en favor de este pueblo disperso que son los judíos.
Hoy llegó la hora en la cual debemos parafrasear aquel título y decir “Soy Askenazi pero no ejerzo”, de modo de abrir un debate público acerca del significado de esta identidad (que no niega la definición anterior pero que la eleva a un cierto grado). Ejercer nuestra identidad debe interpretarse como un llamado a mi generación y a la colectividad a considerar la historia del judaísmo askenazí como la propia, desarrollar por diversos caminos nuestra pertenencia a ella y nuestra identificación activa con este período histórico de modo de entendernos mejor a nosotros mismos y abrevar de esta rica y multifacética fuente espiritual. Se trata de un acto de toma de conciencia. Un acto de rebelión contra el concepto reinante sobre identidad judía hoy día en el mundo.
El Estado de Israel, que celebrará dentro de poco 70 años de su existencia, pasó a ser un faro de luz y fuente de identificación de todos los judíos del mundo. (Deliberadamente no entro aquí a las profundas escisiones políticas de derecha e izquierda que existen hoy día dentro de Israel y en el mundo judío en general). Pero lamentablemente, el proyecto sionista se basó, en la mayoría de los casos, en la negación y deformación de la realidad judeo-diaspórico. ¡Así son las ideologías! Blanco y negro.
De mi parte, considero que este tipo de absolutismo que ignora la vitalidad y creación de las historias judías (askenazí, sefaradí y oriental) en el pasado y en el presente, más que contribuir al Estado Judío va en su detrimento. Hay que reemplazar las viejas ideas por otras nuevas, que promuevan desenvolvimiento de nuestra identidad y cultura de una forma más saludable y productiva.
Una reticencia de muchos lectores frente a mi proposición de autodefinirnos argentino-askenazíes (o argentino-sefaradíes, argentino-judeo-orientales) es el temor a un vuelco demasiado fuerte al aspecto europeo a costa de la identidad argentina o latinoamericana. Y a tal temor respondo que de la misma manera como la colectividad judía supo sistemáticamente rechazar las acusaciones malignas de doble lealtad y supo conjugar su lealtad a la Argentina y al judaísmo, la colectividad podrá saber en un futuro defender su nueva definición judeo-étnica, con el objetivo de rejuvenecerse a sí misma y continuar su aporte creativo tanto a la sociedad Argentina como al judaísmo.
La generación de nuestros padres llegados de Europa “sabían” en el sentido de que irradiaban una fuerza moral y vital, pese a todas las calamidades que habían pasado. Los alimentaba una creencia en el futuro y en el valor de su pueblo. Y también “pensaban”, y en más de una ocasión… En resumen, reconectándonos a nuestra identidad étnica nos reconectamos al mundo de nuestros padres, abuelos y ancestros, con vista al futuro y para bien de nuestros hijos, nietos y bisnietos.
En el antes mencionado libro de Jaime Barylko nos encontramos con una certera observación: “Decimos “crisis de valores” y hay que decir “crisis de un orden” de valores”. El nuevo orden de valores que empieza a estar a la orden del día debe otorgar un lugar más prominente a la identidad étnica, que es a su vez tanto particular y global. ¿Cómo se hace esto? ¿Cómo ejercer nuestra renovada identidad judía como individuos, en el seno de la familia y de la sociedad? Hay que ponerse a trabajar… y así aprenderemos. Con el comer viene el apetito.