En cada elección presidencial, la pregunta existencial de la comunidad judía estadounidense es: “¿El nuevo presidente será bueno para los judíos? ¿Será bueno para Israel?”. Con la elección de Donald Trump, la pregunta toma una dimensión más universal y nos obliga a alejarnos por un momento de nuestros intereses y preocupaciones particulares para examinar: “¿Será bueno para el mundo?”. La respuesta a esta última pregunta, bajo cualquier punto de vista, es claramente no, y por ende, su repercusión es negativa para la comunidad judía.
Pero tengo amigos judíos…
Aquellos que ingenua o simplistamente piensan que Trump es “bueno para los judíos” por su apoyo incondicional a Israel se mienten a sí mismos. Su apoyo se basa única y primordialmente en su afinidad por Netanyahu y sus políticas intransigentes de derecha: comparten un estilo de liderazgo y una ideología (incluida su pasión compartida por los “muros”)1. Sin embargo, y en sentido opuesto a presidentes estadounidenses pasados, tanto republicanos como demócratas, Trump no tiene mayor lealtad ni a Israel, ni a la comunidad judía. Esto a pesar de que se jacta (y se aprovecha) de sus vínculos con “lo judío” a través de su yerno Jared Kushner, un judío ortodoxo, y su hija Ivanka, convertida al judaísmo. El apoyo del nuevo presidente estadounidense hacia Israel –como cualquiera de sus políticas— puede cambiar repentinamente, en el momento en que intuya, sospeche o tenga la confirmación de que va en contra de sus intereses personales, comerciales, o de los intereses de aquellos que él define como “americanos”.
De hecho, durante su campaña electoral, Trump se refirió repetida (e irónicamente dado su propio origen) a las “élites financieras” como los mayores enemigos de la clase blanca trabajadora a la que él pretendía representar y defender, a su vez mostrando fotos de varios financistas de origen judío2. Muchos analistas en su momento remarcaron que ese y otros estereotipos difundidos reflejaban el tradicional antisemitismo que vincula al sector financiero con el “control judío del capital”. Trump recibió múltiples críticas de la colectividad –incluida la respetada ONG Liga Antidifamación- y otros, y se defendió mencionando a sus “amigos judíos” con la evasiva “nadie es más amigo de los judíos que yo”. Pero el mensaje ya circulaba por los aires, y por las redes sociales.
Aquí yace una paradoja (una de las tantas del presidente) entre sus ataques oportunistas a las élites financieras y los medios predominantes (supuestamente “controlados por el capital o la inteligencia judía internacional”), sus propios negocios y sus vínculos familiares con “lo judío”. Tal como reportó el diario The Guardian en un artículo del 10 de marzo, “las relaciones internacionales en la era Trump se caracterizan por los vínculos de negocios y el acceso directo a los oídos del Presidente a través de su yerno Jared Kushner o su principal consejero y estratega Steve Bannon”.
Dime con quién andas…
En el mejor de los casos que supongamos que Trump efectivamente no es ni tiene tendencias antisemitas, es indiscutible que muchos de los que lo rodean y un sector importante –aunque ciertamente no la mayoría— de los que lo votaron se sienten suficientemente cómodos, toleran y hasta han difundido abiertamente afirmaciones antisemitas. Afirmaciones que Trump no ha condenado, ni oportunamente, ni con la suficiente precisión, fuerza y argumento.
El mencionado Steve Bannon es un conocido nacionalista de ultraderecha y presidente de Breitbart News, un medio de comunicación “alternativa” utilizado y leído por grupos antisemitas y neonazis. Uno de los mayores colaboradores de Trump, Roger Ailes -un ex directivo de Fox News, el histórico medio de comunicación de derecha- ha hecho una serie de comentarios antisemitas y permitido programáticas con estereotipos judíos. Existen acusaciones que Joseph Schmitz, uno de sus asesores en política internacional, se jactó de haber echado a trabajadores judíos del Departamento de Defensa hace diez años atrás, además de minimizar la magnitud del Holocausto. Y no es ningún secreto que el ex líder del Ku Klux Klan, David Duke, apoyó abiertamente a Trump3.
Los ataques
Desde que Trump asumió la presidencia, ha habido una serie de ataques a cementerios judíos, amenazas de bomba a centros comunitarios, y un aumento significativo en apariciones de suásticas y otro tipo de grafitis antisemitas en distintas partes del país. Esto -sumado a la mencionada retórica general desde épocas de la campaña electoral y al clima masivo de polarización y xenofobia- continúa generando muchísimo temor e incertidumbre dentro y fuera de la comunidad judía. La respuesta del gobierno ha sido casi nula. Cuando un periodista judío lo interpeló al respecto durante una conferencia de prensa, Trump lo atacó y descalificó públicamente por “acusarlo” de antisemita. El Presidente también insinuó que esos ataques podrían haber sido perpetuados por sus opositores para desprestigiarlo a él.
El 23 de marzo, la policía israelí –con información del FBI— detuvo al principal sospechoso de muchas de las recientes amenazas de bomba en Estados Unidos y otras instituciones judías en el mundo. Sorprendentemente, se trata de un chico de 19 años de doble nacionalidad israelí-estadounidense, con antecedentes de inestabilidad emocional. El hecho de que en este caso los ataques hayan venido “de adentro” de la comunidad representa un dolor doblemente profundo, exacerbado por sentimientos de vergüenza y hasta de temor “por el que dirán los demás”. Una preocupación es que aquellos que defienden a Trump utilicen este episodio para minimizar el alcance y las consecuencias nocivas de la retórica y la política del Presidente, y para en todo caso negar cualquier tipo de responsabilidad del gobierno vis-a-vis la agudización del antisemitismo en la sociedad estadounidense.
Más allá de lo judío
Lo cierto es que Trump y muchos de sus seguidores reflejan una tendencia a ver, entender y vincularse con “el otro” que es cualitativamente diferente de los valores más universalistas, incluyentes e igualitarios promovidos por el antiguo gobierno.
La generalizada desconfianza, los estereotipos, el odio, la xenofobia, la descalificación y la agresión hacia “el otro” -ya sea judío, musulmán, negro, inmigrante, latino, homosexual, trans, etc.-, que se comienza a permitir, tolerar, excusar y habilitar desde las más altas esferas del poder, jamás augura bien para la comunidad judía. Además de ir esencial y categóricamente en contra de cualquier valor y enseñanza judía, faculta que -sin afán de ser alarmista- una vez más los judíos puedan convertirse en los chivos expiatorios de siempre.
Esto genera preocupación, sin duda, pero sobre todo una enorme responsabilidad y oportunidad, que ya está siendo aprovechada por un caudal de activistas de distintas comunidades y sectores, dentro y fuera de la colectividad, unidos/as en solidaridad inter-comunitaria y en oposición a la xenofobia, al racismo y a la discriminación en todas sus formas. Desde la comunidad judía, tenemos muchísimo que aportar a esa lucha. Se trata, por un lado, de un activismo comunitario a la defensiva del antisemitismo, y por el otro, de una lucha más allá de lo judío para lograr una sociedad más tolerante, inclusiva e igualitaria.
* Jonathan Wheeler es Licenciado en Ciencias Políticas e Historia de la Universidad de Michigan y Victoria Wigodzky es Master en Políticas Públicas con enfoque en Relaciones Internacionales de la Universidad de Princeton. Ambos se desempeñan como consultores para organizaciones sociales en el campo de la justicia social.
1. En enero, en un comentario sobre la política migratoria de Trump hacia México, Netanyahu publicó el siguiente Tweet, el cual provocó un rechazo masivo, dentro y fuera de la comunidad judía mexicana: “El Presidente Trump tiene razón. Yo construí un muro en la frontera Sur de Israel. Detuvo toda la inmigración ilegal. Gran éxito. Gran idea”.
2. Ver Washington Post y Alternet
3. Ver Alternet