Por una parte, los mejor intencionados deben resolver, de alguna manera, esta ola arrolladora que invade sus tranquilos prados y agita sus ciudades con temas impensados (una maestra musulmana, por ejemplo, acaba de hacer un juicio al Estado alemán para que le permita ejercer la docencia pública vistiendo el chador que la identifica, mientras los librepensadores argumentan que ello violentaría a los niños de otras confesiones religiosas). El tema no es sencillo.
En el otro extremo, al pensamiento ultraderechista europeo le preocupa más la “mezcla” que la “diferencia”. Aceptan sin discutir que judíos, negros o musulmanes tengan sus culturas diferenciadas, pero que no se “mezclen” (integren) con la cultura “central”. Es decir, la de los blancos franceses o alemanes asumidos como matrices de esa “cultura mediterránea” que quieren preservar.
De este eje proviene, seguramente, el gran interés por el tema judío y los aspectos multiculturales. Ello forma parte de colecciones especiales como “Judaica”, dirigida por Nadine Mayer, en la importante editorial Surhkamp, de compilaciones sobre el tema de la Shoá como la “Schwarze Reihe” -colección negra- de la editorial Fisher que se especializa en testimonios de sobrevivientes, o los dedicados al idish y la literatura judía como la pequeña editorial austríaca Mandelbaum, para citar sólo algunas.
Contrastes
Frankfurt es una de las ciudades más ricas de Alemania gracias, precisamente, a la existencia de todo tipo de Ferias, la Bolsa y el gran aeropuerto que la convierte en “entrada natural” a Europa de los que llegan de otros continentes. Su arquitectura combina de manera atractiva viejas construcciones de techos inclinados, tejas y guardas decoradas con altísimas moles de vidrio y acero -sobre todo en el centro de la urbe- que se codean sin resquemores con la historia del lugar. Dividida en dos por el paso del Main, la sucesión de bellos puentes metálicos es uno de los atractivos turísticos de la onerosa ciudad.
Nosotros estamos ubicados -en carácter de invitados- en un hotel de las afueras, a media hora de viaje y combinando dos trenes urbanos. La estación es Sportfeld y al alojamiento, que corresponde a un centro nacional de alto rendimiento deportivo, se llega caminando por un bellísimo bosque donde se entrenan los deportistas. También hay cerca un estadio de fútbol y, el primer domingo, había que tener cuidado con los miles de aficionados que circulaban hacia allí con banderas y cantando consignas deportivas y marchas con signos hitleristas.
Que también eso es Alemania, sí. Una bella e integrada confitería del centro de Frankfurt, por ejemplo, luce entre sus decoradas columnas una cruz svástica grabado a cuchillo en uno de los pilares. A la vez, el movimiento democrático y ecologista parece estar más fuerte cada año. Contradicciones de un pasado no resuelto.
Volvamos a la Feria del Libro, donde stands de pequeñas editoriales anarquistas o autogestionarias se mezclan con inmensos pabellones de Gallimard, Planeta, Hachette o Penguin Books, amontonados a lo largo y ancho de una superficie que equivale a ocho manzanas de una ciudad argentina. Esta muestra gigantesca que reúne centenares de editoriales permite encuentros curiosos. Por ejemplo, el local de “Ca Ira- Verlag der Initiative Sozialistiche Forum” (Editorial de la Iniciativa al Foro Socialista, cuyas letras iniciales -Ca Ira- pertenecen a una conocida canción de la Revolución Francesa de 1789). Se trata de un grupo progresista cuyas publicaciones defienden a Israel y atacan lo que llaman “la contrarrevolución palestina” desde posturas de izquierda. Uno de sus volantes, por ejemplo, reproduce una frase conocida de Jean-Paul Sartre, que dice algo así como: “No es la experiencia la que forja el concepto del judío, sino que el prejuicio es lo que falsea la experiencia. Si el judío no existiera, el antisemita lo inventaría”, para anteceder a la consigna cuya traducción significa: “Larga vida a(l Estado de) Israel”.
Estamos en la Feria
Especialmente invitada por el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán y la Dirección de la Feria Mundial del Libro de Frankfurt, la Editorial Milá, de la AMIA, participó en la primera quincena de Octubre 2003 de esa importante manifestación industrial y cultural realizada en el centro de Europa.
Milá formó parte de una treintena de editoriales del “Tercer Mundo” -Asia, Africa y América Latina- especialmente seleccionadas por sus antecedentes, la calidad y originalidad de su fondo editorial y las particularidades de su producción.
Todos ellos se reunieron en el Hall Internacional 6.1 de la inmensa exposición de la Feria Mundial, que abarca varias manzanas y fue visitada, entre el 6 y el 14 de octubre, por cerca de medio millón de personas relacionadas con la industria gráfica en el mundo, incluyendo al público en general, que tuvo acceso a la Feria los dos últimos días.
La Editorial Milá y el que firma (como escritor ya conocido en ese país) fueron los únicos invitados de la Argentina y compartieron el lugar con delegaciones de Pakistán, Perú, Brasil, India, Karachi, Afganistán, Palestina, Siria, Irán, Zimbawe, Sudáfrica, Cabo Verde, México, Paraguay, Argelia, Bulgaria, Moldovia, Kyrguisia, Serbia, Eslovaquia, Rumania y Nepal, entre otros.
Las actividades se iniciaron, previo a la Feria, con un seminario intensivo a lo largo de dos jornadas, donde los más altos ejecutivos de la industria del libro en el mundo -alemanes y norteamericanos- instruyeron a los invitados sobre todos los aspectos de producción, publicidad, distribución, comercialización y derechos de traducción de la industria editorial, dedicando especial atención a cada uno de los sellos allí presentes y su problemática específica para la publicación y divulgación de sus materiales.
Cada editorial invitada dispuso de un stand de 2,00 x 2,00 m. para exhibir sus libros y, a la vez, poder negociar derechos de autor, traducciones y coediciones con, prácticamente, los representantes de todas las casas editoras del mundo. En agotadoras jornadas de doce horas diarias fueron atendidos los centenares de visitantes de nuestro local y se mantuvieron reuniones con representantes de las mayores casas editoras alemanas- Surhkamp, Fisher, Christopher Link, Trotzdem, Unionsverlag, Iberoamericana Vervuert, la anarquista Virus de Barcelona, y otras- para estudiar, en los meses que vienen, la posibilidad de negociar ediciones en Europa. Asimismo, junto al Hall Internacional existía una oficina de la Sociedad para la Promoción de la Literatura de Africa, Asia y América Latina, que asesoró especialmente a cada uno de los invitados sobre los contactos operativos y la manera de proseguirlos, así como ofreció financiar las traducciones de los títulos comprometidos, ya que -consideran- “las literaturas de estos continentes no están hasta ahora debidamente representadas en el mercado alemán del libro”, y ellos quieren revertir este desequilibrio. Concretamente, se cerró un acuerdo para la publicación a través de Milá, en versión bilingüe alemán-castellano con traducciones de Erika Blumgrund, de una Antología de poemas de la gran escritora Rose Auslander, sobreviviente de la Shoá y una de las voces más altas de la lírica judía de posguerra.
Más allá de compromisos asumidos y negociaciones en curso, la participación de la Editorial Milá y la AMIA en un acontecimiento de esta envergadura resultó de enorme interés para todos los participantes y concluyó con una lectura pública en la Plaza Latina, en el centro de la Feria -y ante un público numeroso y entusiasta- de una selección de escritores judeoargentinos del último siglo, en versiones en castellano y alemán. Los presentes siguieron con atención los textos y explicaciones pertinentes, preguntaron hacia el final y aplaudieron largamente la conclusión.
Entre los asistentes estuvieron el cónsul, el vicecónsul y el agregado comercial argentinos en Frankfurt, que consideraron parte de su misión diplomática visitar varias veces el stand y ponerse al servicio de Milá para cualquier eventualidad, pues representamos un importante sector de la cultura argentina presente en Alemania. También el ex-director de Nueva Sión, Guillermo Atlas, que reside hace diez años en Frankfurt, fue desde el primer momento un entusiasta difusor de nuestras actividades en la Feria.
Iom Kipur en la sinagoga de Frankfurt
El día de la cena inaugural de la Feria coincidió con la festividad de Iom Kipur, por lo que esa noche concurrimos a la gran sinagoga de Frankfurt, reconstruida hace algún tiempo. El edificio es amplio, de generosas dimensiones, coronado por una gran cúpula con eje en el centro. Los asientos fijos de la sala están ocupados por los asociados con mayor antigüedad, que guardan allí sus libros de rezos y su talit bajo llave. En las filas de ambos costados se ubican los nuevos, rusos en general, o visitantes accidentales. Hacia el final del servicio el edificio ya está repleto, con gente circulando de continuo. Multitud de niños corren entre las filas, salen al patio de juegos, se empujan, caen, vuelven a entrar. El ambiente es desordenado y familiar a la vez. Confianzudo y ruidoso.
Un grupito de chicos han inventado un juego divertido: son tres niños y poseen dos kipot. Corren ida y vuelta por los pasillos y, alternativamente, el que no tiene solideo se cubre la cabeza con una mano y va ida y vuelta hasta que puede arrancarle la kipá a uno de los otros, que no pueden usar los brazos ni defenderse, únicamente tratar de esquivarlo.
Dentro del templo, la típica y tierna contradicción de los servicios tradicionales: lentitud en los procedimientos (se extiende a lo largo de dos horas), eliminación del “espectáculo” y apego a la esencia (el jazán entona un Kol Nidre apenas audible en la amplia y decorada sala, bajo la cúpula y en el centro del espacio sinagogal, sin micrófonos ni efectos especiales) y, a la vez, un gran desorden para el que mira de afuera y desconoce el tema. Como en una casa de familia judía con muchos hijos (¿acaso el templo no es precisamente eso?), hay escenas que parecen extraídas de una estampa jasídica del siglo XIX.
El rabino principal comienza la oración en voz alta y, a medida que crece el rumor de los presentes, va bajando el tono para permitir -rasgo característico- que cada uno vaya avanzando en el rezo según su propia velocidad, su privada necesidad de comunicación con Dios. Poco a poco los sonidos decrecen, a medida que las oraciones culminan. Se hace el silencio.
Es sólo un instante. El rabino trepa al púlpito frontal, de espaldas al Arón HaKodesh, para pronunciar su prédica. Como hay tanta gente y no posee ninguna ayuda eléctrica, su voz es apenas un murmullo en el ir y venir constante de la multitud. Debe reiniciar dos o tres veces sus palabras, mientras en los pasillos laterales decenas de feligreses pugnan por entrar, salir, avanzar entre filas, saludar a conocidos.
En el gran hall y los pasillos, afuera, el final del servicio va dejando lugar a otras historias.
Un sector del público posee otras expectativas, en especial entre las generaciones joven e intermedia.
Ellas: altos tacos aguja, medias de red o negras y ceñidas a las piernas, faldas apenas sobre la rodilla -con púdicos tapados que abren y cierran por encima-, algunos escotes.
Ellos: peinados con fijador, trajes oscuros, corbatas al tono, a veces un moñito rojo destacando el cuello. Los dos grupos se mueven como bandadas de pájaros en el universal artilugio de la seducción: pierna atrás y estirada, rápido giro con tres pasos de caminata que destaquen virtudes, vuelta a detenerse. Los hombres en grupos de dos o tres, menos expuestos, hablan al oído del compañero o lanzan miradas discretas moviendo los pies en el mismo lugar, sin desplazarse. Cada tanto, señoras de más edad revolotean entre los grupos, los acercan, proceden a presentaciones y saludos. Una única pareja, desinhibida o inconsciente, se besa en un rincón del espacioso hall como si lo de alrededor no existiera, entre altas columnatas que anteceden la entrada lateral al gran salón. La vida continúa.
Los judíos rusos
Aunque no mucha gente lo sabe, en estos momentos viven más judíos en Alemania que en la Argentina. La cantidad total se acerca a 250.000 personas, de los cuales aproximadamente la mitad -o quizás más- son oriundos de Rusia y llegaron en los últimos diez años al país.
Esto formó parte de una curiosa política consensuada entre los entonces primeros ministros Helmuth Kohl (Alemania) y Mijail Gorbachov (ex-URSS). El premier ruso quería sacarse de encima la presión internacional para permitir la salida de judíos y el gobierno germano, a la vez, intentaba reconstruir el judaísmo alemán aniquilado por Hitler a través de la refundación de comunidades, sobre todo en las pequeñas ciudades, con profusa historia judía pero sin portadores humanos. De esta manera, la emigración desde las antiguas repúblicas soviéticas fue siendo ubicada en localidades dispersas en todos los confines del país, en grupos de 1.000 a 3.000 personas. El gobierno alemán, en muchos casos, ayudó a reconstruir las sinagogas y centros comunitarios del lugar y subsidia algunas de las actividades de estas nuevas kehilot.
Además de los boletines y publicaciones locales, aparece un periódico de toda la comunidad -el “Judische Allgemaine”- que vende regularmente 15.000 ejemplares por toda Alemania. Allí apareció a página entera una extensa nota-reportaje sobre nuestro viaje que, bajo el título “De Gauchos y Guetos”, sintetizó la historia judeoargentina y la experiencia editorial de la AMIA, presentada en la Feria.
En el marco de la invitación, y por intercesión del Joint, en los días posteriores a la Feria realizamos visitas a varias de estas comunidades, compuestas en más del 90% por judíos rusos y en plena etapa de desarrollo. Ellos manifestaron interés en conocer al visitante y escuchar sobre la historia de la comunidad judeoargentina, fundada -precisamente- por inmigrantes llegados de Rusia. Los encuentros fueron muy productivos en ambos sentidos -pese a las dificultades de traducción, ya que, sobre todo entre personas de cierta edad, muchos no dominan otro idioma que el natal- y permitió intercambiar experiencias de lugares tan distantes y hablar sobre ese judaísmo que nos hermana, pese a las diversas características locales.
La primera visita fue a la ciudad de Mainz -un lugar con extensa e importante historia comunitaria- y se inició al mediodía, con un curioso incidente. Mucho me habían hablado sobre la milenaria tradición judía en ese sitio y la conveniencia de visitar el viejo cementerio hebreo. En la sede de la kehilá nos indicaron hablar directamente con el rabino, que poseía la llave del lugar. Le explicamos nuestra intención y su respuesta fue insólita:
– ¿De dónde vienen ustedes?
– Somos judíos de la Argentina.
– La Argentina es un país con mucha asimilación. No son ortodoxos, para nosotros. Mejor vayan a visitar el cementerio cristiano, que está al lado del judío. Al nuestro sólo pueden acceder judíos ortodoxos…
No conozco prácticamente nada del idioma ruso. Sí me han dicho que no existe otro lenguaje más adecuado para insultar. Los gritos e improperios que las dos directivas de la comunidad de Mainz -ambas mujeres- dedicaron esa noche al rabino por teléfono hubieran hecho las delicias de un experto. Y señalaron uno de los problemas para la absorción de esta inmigración: existe poco diálogo entre este tipo de conductores espirituales y ciudadanos que vienen de tres o cuatro generaciones de ateísmo y libre pensamiento.
Mientras, aprovechamos para visitar la bella ciudad. Es día de feria y el mercado popular ocupa, hasta la caída del sol, la gran Plaza del Duomo, en el centro medieval de la ciudad, desde donde se accede a la imponente Catedral que, como particularidad, esta “encastrada” entre los otros edificios de la zona, con una entrada apenas perceptible (sus dimensiones y elegancia sólo son visibles desde la distancia). También son muy notables los vitrales de la Iglesia de San Esteban, diseñados y en parte pintados por el gran artista Marc Chagall hacia el final de su vida, a los 91 años de edad: fue la única iglesia alemana para la cual el artista hebreo, nacido en Rusia, aceptó realizar una serie de ventanas en un azul etéreo, como aporte a la reconciliación y unión entre judíos y cristianos.
Hacia el crepúsculo se realizó la actividad en la sede comunitaria, ubicada dentro de un edificio con varios departamentos. La población judía del lugar asciende a unas 1.000 personas y sus problemas, sobre todo, se refieren a diferencias idiomáticas y de costumbres: una asistente, de origen alemán, se quejó de que no entendía ruso y por lo tanto, en su propia lengua no podía entender muchas de las actividades. Otra joven, la hija del jazán, venía de Riga y presentaba un problema similar con el ruso. Pero todos estaban muy informados de lo que acontecía en el mundo y blandían, la mayoría, títulos profesionales de escasa validez en esas tierras.
La segunda visita, un par de días después, fue a Aachen, la antigua Aquisgrán, junto a la frontera con Holanda (3 kilómetros) y Bélgica (5 kilómetros). Precisamente, esta ubicación geográfica -similar a la de Triple Frontera, en Argentina- ha llevado a suposiciones sobre la existencia de musulmanes fundamentalistas en la zona. Pero quizás sólo son rumores.
Aachen es una bellísima y antigua ciudad universitaria, pequeña en tamaño pero enorme en importancia histórica.
Con algo más de 1.200 almas, la comunidad judía de Aachen dispone -en este entorno- de una nueva sinagoga y un centro comunitario muy moderno dirigido también aquí por una mujer, así como un completo departamento amueblado para el futuro director espiritual (actualmente, esta kehilá es atendida por un rabino de origen húngaro, que también se ocupa de otro par de comunidades de la zona). En el living de esa casa se realizó la reunión, muy concurrida y -como corresponde al desorden ruso que enloquece a los prolijos germanos- con gente entrando y saliendo todo el tiempo y niños que vinieron con sus padres porque no tenían con quién dejarlos en su hogar.
Las inquietudes fueron similares: el proceso de la inmigración, la experiencia judía en Argentina, el tema de la mezcla cultural. Ajedrecistas, ingenieros nucleares o eximios violinistas deben, ahora, adecuarse a las posibilidades de su nuevo lugar de adopción. Y quieren vislumbrar si el futuro será mejor que este panorama de extrañeza que avizoran a su alrededor, desgajados de sus raíces. Al mismo tiempo, los fascina la posibilidad de un “judaísmo cultural”, más tradicional y menos apegado a prácticas rigurosas y exigencias que les son ajenas.
Más allá de datos y anécdotas, remarqué la dificultad que supone vivir una historia y, al mismo tiempo, entenderla. Al igual que en Mainz, los participantes solicitaron materiales y artículos referidos a la AMIA y la comunidad judeoargentina, para insertar en sus periódicos bilingües en alemán y ruso.
Junto a la experiencia recogida en las comunidades de Frankfurt y Düsseldorff, este periplo representó una rica e importante etapa de difusión y mutuo intercambio entre las comunidades judías del mundo, así como el contacto con grupos humanos de lugares tan distantes como los que compartieron el Hall Internacional de la Feria del Libro y quienes, en el marco de un encuentro cultural, demostramos que la convivencia no sólo es posible; representa la única alternativa al aniquilamiento mutuo.