Brote xenófobo internacional

Encrucijadas frente a la pregunta sobre el antisemitismo de Trump

El ascenso de los populismos reaccionarios que campean en EE.UU., Europa y Rusia puso a las comunidades judías nacionales –y a los judíos sin adscripción comunitaria- en un brete: empatizar con las tendencias nacional-populistas como expresiones de un “nosotros” amenazado frente a inmigrantes “indeseables” o minorías “problemáticas”, o advertir en esas expresiones el “huevo de la serpiente” de nuevas formas de fascismo que definen en dicha caracterización de “los otros” el mismo prejuicio que sirvió de base a la persecución de los judíos en otras épocas. ¿Representa Trump un nuevo antisemitismo? ¿Será prematuro advertirlo?
Por Fabián Bosoer *

Existe una natural sensibilidad judaica frente a cualquier brote fascista, persecutorio y xenófobo. Ella se encuentra arraigada en una identidad cultural forjada en diásporas, persecuciones y luchas contra la discriminación y el sometimiento. También existe una proverbial y constatable propensión de muchos judíos integrados a sus respectivas sociedades, por lo general entre quienes lograron posiciones de peso e influencia, riqueza o prestigio social, a desconocer o soslayar otras manifestaciones de persecución, exclusión, estigmatización social o racismo (aborígenes, “cabecitas negras”, “orientales”, etc.), o a exagerar ciertas manifestaciones de nacionalismo y patriotismo.
El antisemitismo suele hacer pie en ambas conductas o disponibilidades. De ahí que haya quienes puedan hablar de un antisemitismo “de derecha”, aquel que pone su foco persecutorio en los primeros, y otro antisemitismo “de izquierda”, que lo hace sobre los segundos, atribuyendo o asociando dichas conductas a su identidad religiosa o cultural. También existe una asociación entre judaísmo, sionismo y nacionalismo que suele tener implicancias directas cuanto menos problemáticas, tanto para los judíos israelíes como para quienes no lo son. La historia de la derecha israelí con sus vinculaciones y simpatías originales con los movimientos nacionalistas de la Europa pre-fascista, y particularmente sus derivaciones contemporáneas en la ultraderecha antiárabe e islamófoba, conducen a no sorprenderse por las afinidades que puedan manifestarse entre Netanyahu y Putin, Trump o Le Pen.
El ascenso de los populismos reaccionarios que campean en EE.UU., Europa y Rusia puso a las comunidades judías nacionales –y a los judíos sin adscripción comunitaria- en un brete: empatizar con las tendencias nacional-populistas como expresiones de un “nosotros” amenazado frente a inmigrantes “indeseables” o minorías “problemáticas”, o advertir en esas expresiones el “huevo de la serpiente” de nuevas formas de fascismo que definen en dicha caracterización de “los otros”, el mismo prejuicio que sirvió de base a la persecución de los judíos en otras épocas.
¿Representa Donald Trump la llegada de un nuevo antisemitismo al gobierno de los Estados Unidos? ¿O el hecho de que Trump sea un aliado de Israel, y particularmente de su actual gobierno, lo coloca por el contrario, como una barrera frente a otras expresiones de antisemitismo, como la del islamo-fascismo? La toma de partido en uno u otro sentido aparecería, en una primera lectura, determinada por el clivaje “derecha/izquierda”. Así ocurre, de hecho, en los EE.UU. con los judíos republicanos que votaron por Trump y aquellos que lo hicieron por Clinton. Y con los que votan en Francia a Le Pen o en su contra. En los primeros pesa más la crisis de la identidad nacional y el recurso identitario: la pertenencia a un “nosotros” que se siente amenazado por dentro y por fuera. En los segundos el factor aglutinante es la crisis de la cultura liberal-democrática, amenazada también desde dentro y desde fuera por el nacional-populismo y los fundamentalismos.
En un reciente artículo sobre el tema, advierte el historiador y escritor Ian Buruma sobre las resonancias que tienen las opiniones referidas al Islam que hoy se exponen en la Casa Blanca, recordando al antisemitismo de los años 1930 , y se pregunta si la prédica de Trump sobre los musulmanes simplemente ha actualizado viejos prejuicios y reemplazado un grupo de semitas por otro (quizá ni siquiera fueron reemplazados, apunta Buruma: el hecho de que Trump no mencionara a los judíos o al antisemitismo en su discurso del Día de Conmemoración del Holocausto de este año pareció claramente extraño. Y la advertencia de su campaña contra los judíos prominentes, como George Soros, a quienes acusó de ser parte de una conspiración global para minar a Estados Unidos, no pasó inadvertida).
Concluye Buruma, en su nota: “Si los cruzados de Trump están prendiendo fuegos sin saber lo que están haciendo, o si en verdad desean que se desate un gran incendio, todavía no resulta claro. La ignorancia burda no se puede subestimar en estos círculos. Pero quizá no sea demasiado cínico imaginar que los ideólogos de Trump efectivamente anhelan ver sangre. La violencia islamista será enfrentada con leyes de emergencia, tortura sancionada por el Estado y límites a los derechos civiles -en una palabra, autoritarismo-”.
De tal modo, a la pregunta sobre si representa o no Trump un nuevo antisemitismo, en este caso circunstancialmente pro-sionista, cabría responder con otra, en la mejor tradición judaica, nacional y popular: los enemigos de tus enemigos, ¿son verdaderamente tus amigos? Hubo quienes así lo creyeron y contribuyeron a abrir, de ese modo, las puertas al fascismo. Y cuando despertaron a la realidad, ya fue demasiado tarde.

* Politólogo y periodista.